Stephen Jay Gould. Ocho Cerditos.

octubre 14, 2009

Drakontos bolsillo, 2007. 612 páginas.
Tit. Or. Eight little piggies. Trad. Oriol Canals.

Stephen Jay Gould, Ocho Cerditos
Reflexiones de historia natural

Stephen Jay Gould fue el cocreador de la Teoría del equilibrio puntuado, todavía en discusión, pero se le conoce principalmente por su labor como divulgador. Richard Dawkins le criticó que su relación con el público dio a su teoría una fama por encima de sus posibilidades, algo que también le pasa a Penrose (como el admitía en su libro) y que en cierta manera también le pasaba al propio Dawkins.

En la colección Drakontos se han publicado varios volúmenes del autor, y ahora tenemos la suerte de que se reediten en bolsillo. Todos los que tienen títulos extravagantes son recopilaciones de artículos, como estos ocho cerditos.

Me gusta el estilo de Gould porque me recuerda a Chesterton. Suele escoger temas aparentemente distanciados entre sí y les encuentra una relación, le gusta hacer de abogado del diablo y siempre tiene una reflexión interesante que hacer. He escogido unos cuantos fragmentos que ilustran este aspecto.

¿Debemos conservar las especies o hay muchas?

Así, y a pesar de estas extinciones, tanto míster Gould como el paleontólogo de la Universidad de Chicago Jack Sepkoski afirman que, probablemente, el número de especies vivas se ha incrementado a lo largo del tiempo. [Cierto, pero no a consecuencia de extinciones en masa, pese a la siguiente frase de Copeland.] Los «nichos» creados por las extinciones proporcionan a las nuevas especies la oportunidad de un desarrollo vigoroso … Así pues, la historia evolutiva parece haberse caracterizado por las extinciones de millones de especies y por subsiguientes incrementos en el número de las mismas. De hecho, el intento de preservar especies que viven al borde de la extinción representa una pérdida de tiempo, esfuerzo y dinero con animales que, independientemente de nuestras acciones, van a desaparecer en algún momento.

Sin embargo, todos los animales «van a desaparecer en algún momento, independientemente de nuestras acciones» (la mayoría de ellos dentro de millones de años, si nosotros no nos interponemos). La vida media de las especies de invertebrados marinos es de entre 5 y 10 millones de años; las especies de vertebrados terrestres se renuevan con más rapidez, pero aun así duran unos pocos millones de años. Por contraste, la antigüedad de Homo sapiens puede ser solamente de unos 200.000 años, y un considerable futuro nos aguarda si no nos autodestruimos. Del mismo modo, la recuperación tras una extinción en masa requiere un lapso natural de millones de años (10 o más millones, en el caso de los acontecimientos catastróficos más importantes) para el restablecimiento total de la diversidad preexistente.

Éstas son las escalas de tiempo naturales que rigen la evolución y la geología en nuestro planeta. Sin embargo, ¿qué puede significar tamaña vastedad de tiempo en relación con nuestro interés, legítimamente provinciano, en nosotros mismos, en nuestros grupos étnicos, nuestras naciones, nuestras tradiciones culturales o nuestras líneas genealógicas? ¿Qué imaginable significado puede tener para nosotros la perspectiva de una recuperación en los 10 millones de años siguientes a una extinción en masa, si toda nuestra especie, por no hablar de nuestro linaje personal, tiene tan escasas perspectivas de sobrevivir durante tanto tiempo?

Una defensa del espíritu amateur muy aplicable a estos tiempos en los que cualquiera se anima a abrir una bitácora y decir lo que piensa:

Pero el recelo, la censura y la estrechez de miras poseen un linaje tan antiguo como la cultura. Los profesionales siempre han intentado sellar las zonas fronterizas de su ramo y descabalgar a cualquier advenedizo con la excusa de su amateurismo (pese a que el amateur que verdaderamente ama, tal como proclama la etimología de su condición, el objeto de sus aficiones, adquiere a menudo mucha más competencia que el sostén de la familia media que-ficha-a-su-hora). El aforismo clásico de la estrechez de miras («zapatero a tus zapatos») data del siglo iv a.C, la esplendorosa era de Atenas. (Una horma, por cierto, no es una referencia abstracta a la perseverancia, sino un molde de pie utilizado por los zapateros.)

Algo que deberíamos memorizar para contestar a cualquiera que nos hable de los buenos viejos tiempos:

En cualquier caso, confieso que la nueva imagen de lo viejo es un fenómeno extremadamente contagioso. Lo estaba pasando realmente bien leyendo antiguos himnarios y muestrarios alemanes, contemplando al inevitable herrero enfrascado en su tarea, e incluso degustando un sorbo gratuito de aquel vino de ruibarbo. Casi empezaba a imaginarme a mí mismo en aquel mundo mejor e inocente, bebiendo apaciblemente con los amigos y recogiendo la cosecha: no más fechas límite de entrega, no más sufrimientos con los Boston Red Sox; no más armas nucleares, no más cinturones de seguridad, no más sudores salvo el honrado que brotara de mi frente.

Entonces descubrí el Gran Recordatorio (con G y R mayúsculas), disponible sin cargo en cualquier ciudad como antídoto perfecto contra todo atisbo de nostalgia romántica por un pasado mejor: las lápidas de los niños muertos. En 1834, mientras los Auténticos Inspiracionistas empezaban a proyectar su traslado a Norteamérica, Friedrich Rückert escribió el conjunto de poemas que Gustav Mahler iba a utilizar más tarde en su sobrecogedor ciclo de canciones de 1905: Kinder-totenlieder, o «canciones por los niños muertos». Ricos o pobres, urbanos o rurales, todos los padres del siglo XIX sabían que muchos de sus hijos nunca iban a acceder al mundo adulto. Todos mis héroes Victorianos, en particular Darwin y Huxley, perdieron hijos muy queridos en circunstancias desgarradoras. No creo que el tremendo dolor pudiera jamás hallar alivio en el conocimiento previo y abstracto de su inevita-bilidad estadística. Esta sola razón es lo bastante poderosa como para que yo me negara a cambiar incluso el metro de Nueva York por una vida tras el arado de John Deere que hendió la llanura por primera vez.

La opinión de Darwin acerca de los fabulosos calculistas, con un polémico corolario sobre los jugadores de ajedrez:

De forma interesante, Darwin acompañó sus notas sobre la modularidad de la mímica emocional, en el Cuaderno M, con afirmaciones similares sobre las unidades y particularidades cognitivas:

La gente que puede multiplicar mentalmente cifras enormes posee esta facultad, pero no es, sin embargo, gente muy lista… Los grandes calculadores, dada la restringida naturaleza de sus asociaciones (al contrario de lo que sucede con los juegos de palabras) son gente de intelecto muy limitado, al igual que los jugadores de ajedrez … El hijo de un frutero de Bond Street era un nedo de tal calibre que su padre sólo le daba una guinea a la semana; y no obstante era un soberbio jugador de ajedrez.

La lucha entre la ciencia y sus opositores, en su justa medida:

Los malentendidos populares acerca de la ciencia y de su historia se concentran en torno a la enojosa noción del progreso científico (un concepto abrazado por todos los profesionales y apólogos de la ciencia, pero objeto de ataques, o por lo menos de desconfianza, por parte de los que recelan de aquélla y de su capacidad para mejorar nuestras vidas). El enemigo de una solución a este conflicto, hoy como casi siempre, es el viejo demonio de la Dicotomía. Tomamos un tema sutil e interesante, con una solución real que incorpora aspectos procedentes de varias posiciones básicas, y nos dividimos en dos ejércitos sagrados, provisto cada uno de una mitología de cartón de brillante colorido que enarbolamos como bandera de batalla.

El estandarte de cartón de los apólogos de la ciencia es una forma radical de realismo: la idea de que la ciencia progresa porque descubre más y más sobre una realidad objetiva y material que reside ahí afuera, en el universo. Su versión más extrema sostiene que la ciencia es una empresa totalmente objetiva (y, por lo tanto, superior a otras actividades humanas); que los científicos leen la realidad invocando el método científico con objeto de liberar sus mentes de supersticiones culturales; y que la historia de la ciencia es una larga marcha hacia la Verdad, alentada por el creciente conocimiento sobre el mundo externo.

El estandarte de cartón de los que se oponen a ella es una forma igualmente radical de relativismo: la idea de que la verdad carece de significado objetivo, y de que sólo puede ser enjuiciada en función de los criterios variables de las distintas comunidades y culturas.

Algunos de los artículos pueden resultar pesados para quien no sea especialista, pero en general les animo a comprar y leer cualquier libro de este autor. Aprenderán y se divertirán.

6 comentarios

  • Ozanúnest octubre 14, 2009en6:43 pm

    ¡Buf! El segundo y el quinto párrafo me traen a la memoria una entrada que voy a publicar en mi blog acerca de cierto amateur de la física…

  • panta octubre 14, 2009en11:48 pm

    Fantástica recomendación. Este autor lo conozco indirectamente a través de escritos de Javier Sampedro, un muy buen divulgador científico español.
    No tardaré en hacerme con él.
    Saludos

    P.D.:Maliciosamente no puedo dejar de pensar que las críticas de Dawkins son pura envidia por el éxito de Jay Gould.

  • Novedades literarias octubre 15, 2009en8:09 pm

    Hace rato que tengo ganas de leer a este autor, lamentablemente las ediciones de sus libros llegaron a Argentina con precios para bolsillos más pudientes que los de los redactores freelance.
    Te has ganado un sitio en Lo mejor de la quincena por darme siquiera una probadita!

  • Gww octubre 17, 2009en7:50 pm

    También yo conozco a este autor indirectamente a través de la obra de otros divulgadores pero elestilo que se respira en los párrafos que has seleccionado es estupendo, con esa mezcla de humor y reflexión que hace tan agradable la lectura de este tipo de linros.

    Un saludo y gracias por la recomendación.

  • Palimp octubre 18, 2009en9:55 am

    Ozanúnest, espero esa entrada porque me has dejado con la curiosidad.

    panta, hay qie leer a Gould. Es un excelente divulgador. Y lo que dices de Dawkins… yo también lo pienso.

    Mariana, gracias por el honor de aparecer en lo mejor de la quincena.

    Gww, esa es la intención de dejar fragmentos; que el lector pueda formarse su propia opinión.

    Gracias a todos por comentar.

  • Mario Andrés osorio abril 14, 2012en6:32 am

    Me parece fabuloso como este autor toma los temas por diversos que sean y los entrelaza tan fasil y sutilmente que nos invita a entrar en este mundo tan lleno de diversidad como también de similitudes es como identificarnos con este autor y estos temas pero teniendo siempre nuestra subjetividad y nuestro punto de vista particular en este blog se puede ver los tiempos de una especie, las adaptaciones evolutivas y el innegable fin o extinción de las especies a pesar de la intervención de hombre y que el ser humano siendo una especie tan relativamente joven siempre ha estado indagando sobre la evolución, su origen, su existencia y aun así es preocupante que sea una de las pocas especies que se destruye así misma y esto a muy pocos nos preocupa.

    Mil gracias por brindarnos estos espacios

    con aprecio
    Mario Andrés Osorio

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