Salvador Luis (Ed). La banda de los corazones sucios.

abril 1, 2011

Columna edicions, 2000. 200 páginas.

Salvador Luis (Ed), La banda de los corazones sucios
En el abismo

Ha empezado el año con muchas antologías y decidí leer esta, porque me gusta la casquería y tenía ganas de reencontrarme con Bellver y Candeira. La lista de relatos villanos es la siguiente:

Un Anexo Al Génesis , Jon Bilbao
Pavura , Antonio Ortuño
Pablito Clavó Un Clavito: Una Evocación Del Petiso Orejudo , Mariana Enriquez
Impar , Vicente Luis Mora
Acerca Del Alma, Alberto Chimal
Help Needed , Marian Womack
La Sangre De España No Mancha Las Manos, Juan Terranova
Los Ojos De Sarah, Sergibellver
Manhattan Pulp, Matías Candeira
El Color Exacto De La Mandarina , Javier Payeras
Pipa De Melón. Lara Moreno
Correcto Doctor Gault , Leonardo Cabrera
Morirse Un Rato, Juan Carlos Márquez
El Limpiador, Rocío Silva Santisteban

Una antología temática corre el riesgo de fracasar si el tema limita la selección de buenos cuentos, pero no es el caso. Varios son los aciertos: Su composición transatlántica, la posibilidad de leer a autores con fama en el mundo digital y la evidente calidad de sus relatos.

En contra de lo que muchas voces dicen, el cuento goza de buena salud.


Extracto:[-]

Me enfundo en mi gabardina dos tallas más grande, cubro a las bestias con ella, abro la esclusa principal, la que da al mundo, intento respirar profundamente, miro estos cielos blancos y atómicos, rascacielos que son tronos donde se sientan los dioses. He decidido que pasearé sobre mi cumpleaños. Sobre este día. Pasearé igual que si fuera un último viaje, observando esta ciudad como si no hubiera pisado antes ningún otro sitio. Es mi cumpleaños. Quiero volver a mirarlo todo. Antes de salir, telefoneo a Jim Boy desde una cabina, pero nadie responde. Eso me entristece un poco, porque necesito decirle que es mi día, que he cumplido cincuenta y tres, ¡cincuenta y tres!, que vayamos a divertirnos un rato. Él seguro que me contestará algo tan suyo. «Pobres mortales, creéis que no moriréis y os compráis tartas para enmascarar el dolor». Pero supongo que estas manías se llevan mejor entre iguales. Digamos que Jim Boy es el único amigo verdadero que poseo. Sólo tiene ocho años, pero habla, doy fe, como un profesor de física que por las noches sueña con hacer sacrificios humanos. Él dice que su pequeño cuerpo, huesudo, propenso a las más comunes enfermedades infantiles, alberga en realidad el núcleo del Universo, agujeros negros de conciencia en una espesa inmensidad. Me ha contado que, cerca de la granja donde nació, aprendió a escuchar esa voz cuando estuvo a punto de morir en aquella laguna siniestra. O debería decir, más bien, cuando su padre intentó ahogarlo al cumplir los seis años. «Ahí, bajo el agua tóxica, esa voz vino a mí… la verdad es que se estaba bastante a gusto escuchándola». Jim Boy suele decirme que, aunque más tarde convenció a su padre para que se colgara de la viga del granero, («¿Sabes? Usé mi mirada más especial, la de sumo sacerdote»), no le guarda rencor.

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