Ryszard Kapuscinski. Ébano.

octubre 3, 2012

Ryszard Kapuscinski, Ébano
Anagrama, 2000. RBA, 2009. 346 páginas.
Tit. Or. Heban. Trad. Agata Orzeszak y Roberto Mansberger Amorós.

Algo tiene el agua cuando la bendicen. Tanto bueno acerca de Kapuscinski tenía que tener una base, y leyendo este libro lo he podido comprobar.

Es una colección de historias y vivencias del autor en África, continente que ha visitado mucho en calidad de periodista, del que se declara enamorado, y del que tiene muchas cosas que decir.

El paisaje que nos muestra es, a la vez, apasionante y devastador. Belleza y hambre. Maravilla y miseria. Lleno de vida y de muerte.

Me animé a leerlo por un fragmento que escuché en la vuelta al mundo en ochenta libros, que aparece casi al final del libro y que palidece ante otras situaciones mucho más intensas.

Un libro tan fascinante como el continente que describe. Les dejo un fragmento pero iré colgando otros a lo largo de este mes.

Calificación: Muy bueno.

Extracto:

– Ya lo creo -contesté-, ¡centenares! -¿Sabes? -siguió-, cuando hace mucho tiempo aparecieron aquí los portugueses y empezaron a comprar marfil, les llamó la atención el hecho de que los africanos no lo tuviesen en grandes cantidades. ¿Por qué? A fin de cuentas los colmillos de elefante son un material duro y muy resistente, así que, si les resultaba difícil cazar un elefante vivo -por lo general lo hacían atrayendo al animal hacia un hoyo que previamente habían cavado-, no tenían más que quitarles los colmillos a los elefantes muertos desde hacía más o menos tiempo. Sugirieron esta idea a sus intermediarios africanos. Pero en respuesta oyeron algo asombroso: que no hay elefantes muertos, que sus cementerios no existen. Era un misterio que empezó a corroer a los portugueses. ¿Cómo morían los elefantes? ¿Dónde yacían sus restos? ¿Dónde estaban sus cementerios? Se trataba, nada menos, que de colmillos de elefante, del marfil, de las enormes cantidades de dinero que por él se pagaba.

El cómo morían los elefantes era un secreto que los africanos habían guardado frente a los blancos durante mucho tiempo. El elefante es un animal sagrado y también lo es su muerte. Y todo lo sagrado está protegido por el más impenetrable de los misterios. La admiración más grande siempre la había despertado el hecho de que el elefante no tenía enemigos en el mundo animal. Nadie era capaz de vencerlo. Sólo podía morir (tiempo ha) de muerte natural. Esta solía producirse al ponerse el sol, cuando los elefantes acudían a sus abrevaderos. Se detenían en la orilla de un lago o de un río, alargaban las trompas, las sumergían en el agua y bebían. Pero llegaba el momento en que un elefante viejo y cansado ya no podía levantar la trompa y para saciar la sed tenía que adentrarse en el lago cada vez más. Y también cada vez más, sus patas se hundían en el légamo. El lago lo succionaba, lo atraía a sus insondables profundidades. Él, durante un tiempo, se defendía agitándose, intentando liberar las patas de la tenaza del légamo para poder regresar a la orilla, pero su propia masa resultaba demasiado grande y la fuerza del fondo era tan paralizante que el animal, finalmente, perdía el equilibrio, se caía y desaparecía bajo las aguas para siempre.
– Y es ahí -concluyó el doctor Patel-, en el fondo de nuestros lagos, donde se encuentran los eternos cementerios de los elefantes.

2 comentarios

  • Xenia octubre 6, 2012en12:24 pm

    Kapuscinski es un regalo, ver a través de sus ojos de hombre grande, bueno y curioso, un poco insensato, siempre sabio. Muy muy bueno.

  • Palimp octubre 8, 2012en11:25 am

    Sí, descubrirlo ha sido todo un regalo. Ya tengo otro libro suyo en la lista.

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