Ricardo Piglia. El último lector.

septiembre 30, 2006

Editorial Anagrama, 2005. 190 páginas.

PigliaUltimoLector
Lectores, al fin

Le tenía ganas a Piglia, tantas que haciendo caso omiso a mi habitual tacañería, compre este ejemplar seminuevo. Como fue votado por ustedes en primer lugar en el esclavo lector y oír es obedecer, me puse con alegría a la tarea.

Para empezar un equívoco. Me figuraba que era una novela y me he encontrado con un ensayo sobre literatura. Empieza con un prólogo en el que nos cuenta la historia del hombre que esconde una réplica de la ciudad de Buenos Aires en su casa y acaba con un breve epílogo en el que afirma que para el último lector su lectura siempre es inactual, está siempre en el límite.

Entre ambos aprenderemos ¿Qué es un lector? de la mano de lectores tan ilustres como Borges y Hamlet. Nos adentraremos en los amores de Kafka, marcados por la lectura o por la necesidad de sentirse leído. La novela negra tiene su apartado en Lectores imaginarios ¿sabían que Marlowe leía a Flaubert? Hasta un revolucionario como Guevara era un hambriento lector, que viajaba con una biblioteca de campaña de allí para acá.

Los dos últimos capítulos, La linterna de Anna Karenina y Cómo está hecho el Ulysses profundizan en la construcción de la obra literaria, pero sin abandonar el punto de vista del lector que es, en última instancia, quien reconstruye el texto. Qué mejor obra para probarlo que la de Joyce, cuyos traductores deben ejercer de lectores avanzados y de literatos.

Empecé a leerlo al poco de abandonar a Bloom y, sin desmerecer a este último, no hay color. El libro de Piglia está vivo, no disecciona; narra. Clarifica y sugiere. Nos muestra a nosotros mismos -ya que también somos lectores-.

Su lectura es un placer indispensable para lectófagos. No tarden.

Escuchando: Oratorio per la Settima Santa. Luigi Rossi.


Extracto:


Hay una foto donde se ve a Borges que intenta descifrar las letras de un libro que tiene pegado a la cara. Está en una de las galerías altas de la Biblioteca Nacional de la calle México, en cuclillas, la mirada contra la página abierta.

Uno de los lectores más persuasivos que conocemos, del que podemos imaginar que ha perdido la vista leyendo, intenta, a pesar de todo, continuar. Esta podría ser la primera imagen del último lector, el que ha pasado la vida leyendo, el que ha quemado sus ojos en la luz de la lámpara. «Yo soy ahora un lector de páginas que mis ojos ya no ven.»

Hay otros casos, y Borges los ha recordado como si fueran sus antepasados (Mármol, Groussac, Milton). Un lector es también el que lee mal, distorsiona, percibe confusamente. En la clínica del arte de leer, no siempre el que tiene mejor vista lee mejor.

«El Aleph», el objeto mágico del miope, el punto de luz donde todo el universo se desordena y se ordena según la posición del cuerpo, es un ejemplo de esta dinámica del ver y el descifrar. Los signos en la página, casi invisibles, se abren a universos múltiples. En Borges la lectura es un arte de la distancia y de la escala.

Kafka veía la literatura del mismo modo. En una carta a Felice Bauer, define así la lectura de su primer libro: «Realmente hay en él un incurable desorden, y es preciso acercarse mucho para ver algo» (la cursiva es mía).

Primera cuestión: la lectura es un arte de la microscopía, de la perspectiva y del espacio (no sólo los pintores se ocupan de esas cosas). Segunda cuestión: la lectura es un asunto de óptica, de luz, una dimensión de la física.

Joyce también sabía ver mundos múltiples en el mapa mínimo del lenguaje. En una foto, se lo ve vestido como un dandy, un ojo tapado con un parche, leyendo con una lupa de gran aumento.
El Finnegans Wake es un laboratorio que somete la lectura a su prueba más extrema. A medida que uno se acerca, esas líneas borrosas se convierten en letras y las letras se enciman y se mezclan, las palabras se transmutan, cambian, el texto es un río, un torrente múltiple, siempre en expansión. Leemos restos, trozos sueltos, fragmentos, la unidad del sentido es ilusoria.

La primera representación espacial de este tipo de lectura ya está en Cervantes, bajo la forma de los papeles que levantaba de la calle. Esa es la situación inicial de la novela, su presupuesto diríamos mejor. «Leía incluso los papeles rotos que encontraba en la calle», se dice en el Quijote (l, 5).

Podríamos ver allí la condición material del lector moderno: vive en un mundo de signos; está rodeado de palabras impresas (que, en el caso de Cervantes, la imprenta ha empezado a difundir poco tiempo antes); en el tumulto de la ciudad se detiene a levantar papeles tirados en la calle, quiere leerlos.

Sólo que ahora, dice Joyce en el Finnegans Wake -es decir en el otro extremo del arco imaginario que se abre con Don Quijote—, estos papeles rotos están perdidos en un basurero, picoteados por una gallina que escarba. Las palabras se mezclan, se embarran, son letras corridas, pero legibles todavía. Ya sabemos que el Finnegans es una carta extraviada en un basural, un «tumulto de borrones y de manchas, de gritos y retorcimientos y fragmentos yuxtapuestos». Shaum, el que lee y descifra en el texto de Joyce, está condenado a «escarbar por siempre jamás hasta que se le hunda la mollera y se le pierda la cabeza, el texto está destinado a ese lector ideal que sufre un insomnio ideal» (by that ideal reader sujferingfrom an ideal insomnia).

El lector adicto, el que no puede dejar de leer, y el lector insomne, el que está siempre despierto, son representaciones extremas de lo que significa leer un texto, personificaciones narrativas de la compleja presencia del lector en la literatura. Los llamaría lectores puros; para ellos la lectura no es sólo una práctica, sino una forma de vida.

Muchas veces los textos han convertido al lector en un héroe trágico (y la tragedia tiene mucho que ver con leer mal), un empecinado que pierde la razón porque no quiere capitular en su intento de encontrar el sentido. Hay una larga relación entre droga y escritura, pero pocos rastros de una posible relación entre droga y lectura, salvo en ciertas novelas (de Proust, de Arlt, de Flaubert) donde la lectura se convierte en una adicción que distorsiona la realidad, una enfermedad y un mal.

Se trata siempre del relato de una excepción, de un caso límite. En la literatura el que lee está lejos de ser una figura normalizada y pacífica (de lo contrario no se narraría); aparece más bien como un lector extremo, siempre apasionado y compulsivo.

11 comentarios

  • Vailima septiembre 30, 2006en8:31 pm

    Gracias Palimp por la reseña y por cumplir la promesa. Parece interesante (yo tambien hubiera creído que se trataba de una novela), al menos desde tu punto de vista de lector lo que ya me dice mucho de la obra. Lo buscaré y comentaremos.
    Gracias de nuevo y buen finde.

  • 1queSuelePasar octubre 1, 2006en2:25 pm

    Si me creo lo que anoté en mi ejemplar, leí este libro comenzando el verano de 2005. Ahora, gracias a tu reseña (gracias, digo), lo hojeo y ojeo algún apunte, alguna frase subrayada. No sé si tendré tiempo de comentar después nada más que brevemente.

    ¿Qué intención lleva la historia (¿ficción?) del prólogo, cuál es su función dentro del (o respecto al) ensayo sobre el lector?
    Sé que a mí se me escapa algo.

    Escuchando ahora (por mano del azaroso Yahoo LaunchCast): You shook me all night long (AC~CD)

    Expectante quedo por «Serindipia» (Royston M. Roberts).

  • Palimp octubre 2, 2006en12:12 pm

    De nada, que para eso estaba.

    La historia-ficción a mí tampoco me queda muy clara ¿metáfora del lector o del escritor? ¿Es la intención dar la sensación de ‘se me escapa algo’? En cualquier caso es una buena historia.

  • Seikilos octubre 31, 2006en6:54 pm

    Quedé interesadísimo en el libro, después de leer este texto; ayer fui a buscarlo por las librerías de Buenos Aires, y no hay caso: agotado en todas partes 🙁

  • Palimp noviembre 1, 2006en8:17 pm

    Si estuvieras más cerca te lo prestaba, o si lo tuviera en electrónico 🙁

  • Seikilos noviembre 3, 2006en6:19 pm

    Ayer finalmente lo conseguí, rebuscando en todas las librerías de Buenos Aires. Creo que soy, en efecto, «el último lector», hasta la reedición, al menos. He leído la mitad, y es excelente hasta ahora. Gracias por revelármelo.

  • Palimp noviembre 6, 2006en10:36 am

    Me alegra que hayas podido encontrarlo 🙂

  • Carlos Eduardo da Silva noviembre 7, 2006en11:38 pm

    ► COLEGAS ARGENTINOS ! (Leiam Páginas 96 e 171) É a denúncia de duas supostas operações contra arqentinos, envolvendo o PCB e PSDB. É matéria de interesse de seu povo. Envie este relato as autoridades e a Imprensa Internacional. Ajudem Carlos a contar a sua história de tortura e perseguição política. Vamos questionar a Comunidade Literária Latino-Americana sobre os jornalistas escritores brasileiros que fazem da literatura um instrumento de tortura psicológica e aqueles que fazem apologia a psicotortura como forma de controle em sociedades modernas.

    [El administrador ha cortado el texto por ser excesivamente largo]

  • Palimp noviembre 10, 2006en7:24 pm

    Es la primera vez que corto un texto en este blog, pero ni el contenido tiene nada que ver con la entrada (con lo que es un caso de spam), ni la longitud entra dentro de los límites de lo razonable.

  • sergio bernales abril 29, 2010en6:24 pm

    Hola! Me gustó mucho tu reseña, para variar soy otro de los que pensó que era una novela. Y la verdad, por el extracto que aquí publicas, es un ensayo claro, sobre la adicción a la lectura. Saludos desde Panamá.

  • Palimp abril 29, 2010en6:26 pm

    Gracias. Un saludo desde Barcelona.

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