Rafael Spregelburd. La paranoia.

agosto 1, 2012

Rafael Spregelburd, La paranoia
Atuel, 2008. 220 páginas.

¡Por fin puedo leer algo de Spregelburd! Y una vez leído siento haberlo hecho, no es una obra para leerla, sino para verla, pero como tampoco he tenido ningún montaje suyo a tiro…

Estamos en un futuro incierto, pero muy lejano. Unas inteligencias gobiernan el universo y a la razahumana se le ha perdonado la vida con el fin de que les suministren ficción. Pero el plazo de tregua se acaba y un curioso grupo de inadaptados serán los encargados de crear material para satisfacer a las inteligencias.

Mezcla de géneros, uso de ciencia ficción (que, como es indica en el extracto que pongo al final, no es muy habitual en el teatro), pantallas y actores que llegan a mezclarse, alegorías en varios niveles… me ha gustado mucho, es original, en ocasiones divertida, juega con la metaficción como le gusta a la prosa actual. Me ha dejado con ganas de más. También le he visto defectos, pero me los guardo para mí.

A ver si consigo ver un montaje. En youtube pueden verse algunas de las escenas ‘de pantalla’:

Calificación: Muy bueno.

Un día, un libro (334/365)

Extracto:

Coronel: Venezuela.
Julia: Perfecto. Venezuela. A ver… un par de clichés… Caribe. Petróleo. Miss Venezuela. ¿Qué más? (Observa a los presentes.) ¿Alguien quiere colaborar?
Claus: Bueno. (Saca unpastillero y se toma una pildora.) Hagen: ¡No, Claus! ¡Acá no! ¡Qué vergüenza! Claus: Un enigma policial. Hagen: (Desautorizándolo.) No perdamos tiempo. Toma esas
cosas y…
Claus: Perdón. Claro. Yo soy astronauta. Yo no sé qué hago acá. (Pero sigue imaginando cosas en voz alta.) Una chica venezolana, tímida, morena, es tomada por el estado… Hagen: Son esas pastillas. Es adicto y… Coronel: No, no. Déjelo.
Claus: Mejor es una Corporación… con fuerte vinculación estatal. .. Una corporación paraestatal venezolana. Julia: Bien. A la chica la eligen entre muchas otras venezola-nitas… Mh. Esto funciona. La pequeña ha nacido en un sitio turístico, digamos… (viendo el mapa) ¿qué dice aquí? Barquisimeto.
Hagen: Pésima elección. Elija mar, Julia. Julia: ¿Mar? ¿Por qué?
Hagen: Si hay que elegir, elija mar. Es narrativamente mucho más inestable. Un 17% más dinámico que en los cerros bajos de Barquisimeto. Coronel: Hágale caso. Julia: Le hago caso. Cumaná.
Hagen: No. Elija isla. Una isla es un 28% más interesante que una costa, salvo que me hable de una costa fiordosa, cosa que no va encontrar en el Caribe, mucho me temo. Coronel: Háganle caso.
Julia: Perfecto. Elijo isla. Isla Margarita. Ahí nació. Y desde que empieza la escuela primaria…
Claus: (Siempre tomado por su imaginación sensible.) Con tanta tiza…
Julia: …se le empiezan a hacer cirugías. Y esta Corporación la prepara para ser Miss Venezuela y lógicamente después Miss Mundo. Fin. ¿Ve, Coronel? Me rijo por el cliché y el capricho. ¿Qué le hace pensar que voy a poder construirle una ficción que sus amigas extranjeras no se hayan fumado todavía?
Coronel: Lo que veo es que usted se rige por el capricho, y eso está muy bien. Pero ellas no.
Hagen: Yo, jamás.
Claus: Yo… tiendo a ver de manera sensible todo lo que usted me presenta, Julia.
Hagen: Pero eso es porque estás consumiendo y aún no se sabe si no hay contraindicaciones que…
Claus: ¡Mire lo que le digo! Imagino que hay todo un mercado alrededor de Miss Venezuela. Se agotó el petróleo. ¿Qué van a hacer?
Hagen: ¿Qué?
Claus: Venden belleza.
Hagen: La belleza es el único mercado importante que les queda.
Beatriz: ¡Pobre gente!
Hagen: Es genial. Combinemos Belleza y Mercado. B y M. Eso puede dar réditos.
Julia: ¿Usted qué me dice? ¿Que yo debo articular caprichosamente lo que ellos me digan?
Coronel: No. Sí. No sé. Haga algo. Como ellos.
Julia: A ver. Déjeme probar. Ya tengo el conflicto. ¡Falta mucho para que la niña desfile! Y no se puede predecir hoy qué les va a gustar a los hombres en una mujer para ese momento. .. Así es que nuestra pequeña heroína, llamémosla… llamémosla…

Por lo demás, La paranoia es única también en un sentido más: es casi una pieza de ciencia ficción. Un género que, como todos sabemos, se lleva mal con el teatro. Por algún motivo, toda preocupación por el futuro aparece levemente ridiculizada dentro del teatro, mientras que cualquier observación sobre el pasado -aun sosa y evidente-, suele pasar como buen teatro, o al menos como un teatro serio, relevante. Pues al teatro le va muy bien lo viejo, le encaja sospechosamente bien. Una obra que escarbe en el pasado tiene garantizada su vida útil, parecería. Mientras que cualquier intento de mirar hacia el futuro tiene los días contados, envejece con mayor velocidad. Yo creo que éste es un postulado cuestionable. Y como no sé hacer otra cosa, lo cuestiono. El futuro imaginado aquí es un futuro clásico y trillado: fallido, rengo, opaco. Pero me permite al menos una enorme cantidad de especulaciones lingüísticas, ya que no políticas. Contar la historia de un grupo de élite convocado en Piriápolis, Uruguay, dentro de veintidós mil años y pico, y para salvar al mundo, necesitaba de un diccionario singular. Allí es, una vez más, donde esta obra entronca con el espíritu general de la Heptalogía: en ella, cada nueva pieza aporta su propio diccionario, sus rígidas reglas gramaticales y su universo de excepciones.

Otro ejemplo interesante ocurre en el sentido inverso de la emergencia, la reducción, al intentar contar un conflicto previo entre Hagen y Claus, se acumulan indicios en la dirección de que el terrible accidente del Pampero al explorar el tiempo gamma habría sido responsabilidad de aquél. Sin embargo, su incidencia en el diseño del mismo se deflaciona hasta que resulta que lo único que hizo fueron unas correas para sujetar unos fiambres, la «fiambrera» pero se mantiene la tensión entre los personajes, instalándose el desfasaje esta vez por la inverosimilitud de que pudiera establecerse una relación causal entre ambos hechos.
En cuanto al soporte científico de La paranoia, nos encontramos ante un universo altamente tecnificado, las inteligencias han resuelto por nosotros los problemas de escasez crónica que hacen necesaria a la economía y los seres humanos, dependientes de ellas, deben abocarse a satisfacer, so pena de exterminio, su avidez por fantasías, pero sin saber ni qué les gusta ni qué quieren. Solamente disponen de un juego de reglas arbitrarias que se comunicarán a través de Beatriz a los miembros del equipo. Así se realizará el trabajo, que en un principio parece ser la creación de la ficción venezolana, y que se opone a la lituana, creada aparentemente por el equipo norteamericano que, al fallar provoca la voladura de la costa oeste.
La culpa del fracaso es de «la planta», el artefacto que por milenios satisfizo a las inteligencias con su contemplación, pero que ya no lo hace, y que se niega a entregar el secreto de su gusto. Para describirla, la planta es un montón de palitos clavados en un recipiente de plástico y no amerita ser llamada de tal, pero permite el desenlace al entender Hagen que la clave
es que no es sino que representa una planta y que lo que atraía era esa representación. Aclara también que los californianos murieron por haber enviado la imagen de una taza, o sea, en lugar de una ficción subrogante, al propio objeto. Obviamente la imagen de la taza no es la taza, ya lo pintó Magritte, pero es otro de los chistes de la obra, por representar mal la realidad, las inteligencias vuelan California.
Aquí la trama sufre el último rizo y todo pierde sentido cuando se revela que, inversión de planos ficcionales mediante, todo el equipo estratégico es la invención de una joven perturbada mental que está siendo modificada quirúrgicamente en Venezuela para ser una reina de la belleza. Adquiere así resignificación el uso de la primera persona del plural en femenino (consistente con esa subraza de las modelos y concursantes de belleza) y la resolución de la historia deja de ser un asunto de ciencia ficción para ser el final de un culebrón venezolano con romance entre la reina fallida y el policía bulímico, protagonista previo de la ficción creada por el equipo de Piriápolis, que a su vez fue inventado por la fantasía de la reina y que la rescata no se sabe muy bien de qué, pero en un edificio en llamas.
Lo anterior es complejo, pero como nuestro objetivo primario es dar cuenta de la complejidad y eso no se puede hacer simplificando sin pagar con la pérdida de sentido, pero sin hacerlo la explicación no es clara, y así caemos en un dilema. La única forma de evitar una petición de principio y que este problema se resuelva, es por la ostensión, como en tantas reducciones al infinito, y en este momento recordaremos que eso es justamente lo que se debe hacer con una obra de teatro: verla. Hágalo.

2 comentarios

  • Seikilos agosto 2, 2012en2:58 am

    No la leí ni la vi. Me rendí con Spregelburd: todo lo que leí y todo lo que vi no me gustó. Sí lo sigo disfrutando cuando habla y cuando escribe por fuera del teatro, como su columna en Perfil, incluso cuando actúa.

  • Palimp agosto 6, 2012en9:44 am

    A mí ésta me ha gustado, y me ha dado curiosidad por seguir leyendo.

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