Rafael Balanzá. Los asesinos lentos.

enero 25, 2018

Rafael Balanzá, Los asesinos lentos
Siruela, 2010. 158 páginas.

La tranquila vida de Cáceres, propietario de una tienda de animales en un centro comercial, se verá sacudida por el nuevo gerente del centro, que parece haberla tomado con él, y por el encuentro con un antiguo amigo, que le cuenta que ha decidido asesinarlo. No hoy, no mañana, pero algún día a corto plazo.

Novela entretenida, sobre todo en la parte de los enredos y desgracias del protagonista, pero floja en desarrollo y con un final algo decepcionante. Para pasar el rato sin más pretensiones.

¿No es la propia lógica, también, un producto de nuestro cerebro, un conjunto de mecanismos cognitivos, ni más ni menos útiles para la supervivencia que el instinto sexual o la agresividad? -Valle hablaba sin mirarme, con la persuasión desapasionada de un científico y la convicción irrefragable de un clérigo. Apenas había ya gente en el paseo. Era tarde. A lo lejos pasaba un mercante. Un trozo rojo y minúsculo de hierro en el gran manto gris del mar-. Mira… si como dicen algunas personas existe una estructura de valores inmutable, basada en la propia naturaleza, entonces no podré matarte… No sé… Justo antes caeré fulminado o algo así, ¿no te parece? Pero si tal estructura no existe, entonces la rabia triunfará y te mataré. Por supuesto, será una acción tan absurda como cualquier otra, pero yo no puedo ni quiero evitarla. Procede de impulsos que están en la naturaleza, y la verdad es que me produce una especie de satisfacción abandonarme a ellos. O… yo qué sé… Tal vez es que me da pereza resistir a mis impulsos homicidas. Esa pereza también es natural. ¿Vas a decirme que no estás de acuerdo con eso? ¿Vas a hablarme del «fantasma en la máquina» o algo parecido? ¿Vas a decirme que hay algo más allá de la naturaleza, de la materia y la energía, con sus leyes complicadas y cargantes? Porque yo no lo creo.
»Te aseguro que desde que he decidido matarte sufro un poco menos. Sólo un poco menos… pero me vale. Ahora casi asisto con más curiosidad que desesperación a mis propios procesos mentales. ¿Cómo terminará todo? Ya tengo decidida más o menos la fecha en que te voy a eliminar. También he pensado en la forma de hacerlo. Pero ¿seré capaz de llevarlo a cabo… de llegar hasta el final? Te juro que yo mismo no estoy seguro, aunque creo que podré hacerlo. No puedes decirme que no resulta interesante. Intenta relajarte. Aún tienes algo de tiempo por delante. A lo mejor se te ocurre una solución. Estoy dispuesto a darte toda la ventaja que quieras…
Los dos permanecimos en silencio mucho tiempo, viendo difuminarse la playa delante de nosotros. En un momento dado, pasó muy cerca del banco en el que nos habíamos acomodado una mujer extranjera con dos perros. Un gran danés y un dálmata. Su marido -el que probablemente era su marido- la seguía a cierta distancia, con un aire patético, de amarga resignación. El hombre vestía pantalones cortos y una fea camisa con motivos frutales. Llevaba zapatos y calcetines verdes hasta media pantorrilla. Se parecía mucho a Himmler, aunque el jerarca nazi no había llegado nunca a ser tan viejo. Valle me ofreció un cigarro que acepté de inmediato.
-Tengo que volver a casa -le anuncié una vez que logré asimilar el hecho, suficientemente probado, de que no podría convencerle con palabras, al menos aquella tarde, de que desistiera de su loco y perverso objetivo. Después de arrojar las colillas al suelo, algún resorte compartido nos puso a los dos en pie exactamente a la vez.
-No creas que te odio o te desprecio más que a mí mismo -me dijo a modo de despedida. Y a modo de despedida le respondí:
-No. No lo creo.

Un comentario

  • Ave O. Fernández febrero 2, 2018en12:32 pm

    Lo cierto es que suena bastante palizas y pretenciosillo, tras leer el extracto… Mucho discurso interior de pacotilla. A mi me viene un «amigo» y me suelta ese rollo pseudofilosóficointrospectivopajamentalesco y, a la que se despiste, le meto un viaje de garrota en «to» la región occipital y llamo a los loqueros ipso facto para que vengan a recogerlo. Eso si no me quedo dormido durante semejante soliloquio, claro, que es el peligro que tiene…

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