Predrag Matvejevic. Nuestro pan de cada día.

febrero 20, 2019

Predrag Matvejevic, Nuestro pan de cada día
Acantilado, 2013. 197 páginas.
Tit. Or. Kruh nas. Trad. Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pistelek.

Recorrido en siete capítulos -que no son por casualidad- acerca de la historia, etimología, significado apariciones y demás milagro de un alimento tan básico como el pan. Desde su presencia en diferentes culturas como alimento básico a su papel en muchas de las religiones.

Desde el humilde pan, a veces duro como una piedra, que llevaban los soldados hasta las exquisiteces del pan creado con agua de arroyo y harina de calidad. Desde el pan de las épocas de escasez, construido con poco pan y mucho serrín, que destroza el estómago, hasta el pan ácimo de la eucaristía que estuvo en la base de un cisma.

La erudición que despliega el autor es impresionante y no siempre ha jugado a favor mientras lo leía. El lenguaje es muy poético, alejado del estilo habitual de libros de divulgación. Más parece una historia sentimental que historiográfico. El epílogo, dónde el autor desnuda su alma y explica los motivos que le llevaron a escribir este libro -él también comió el pan miserable de los años peores- sirve de justificación a todo el libro.

Me recordó a otro escritor que también enseña con lenguaje poético y erudición sorprendente, Álvaro Cunqueiro. Pero esta comparación me estropeó el libro porque el pan de Cunqueiro es mucho más sabroso.

Recomendable.

Tampoco hay que olvidarse del corrusco, que a veces contiene lo mejor del pan. Se parte con los dedos, no se corta con cuchillo. Se saborea con curiosidad, se mastica con alegría. Y al secarse conserva el sabor, aunque sea sólo como recuerdo. Les gusta particularmente a los niños, y a todos los que de verdad aman el pan.


A principios de los años setenta del siglo pasado tuve por primera vez la ocasión de ver el mar Negro y visitar Odessa, ciudad en la que había nacido mi padre y de la que emigró a los veinte años, en 1920. A través de la Cruz Roja, conseguimos la dirección de una pariente, que encontré muy mayor y enferma. La tía Natalia, llamada Tusia, era la hija del héroe de la Revolución de Octubre Mijail Grigora-shenko, médico famoso que salvó varias provincias y ciudades de las epidemias que hacían estragos después de la revolución. A pesar de ello, Tusia pasó cinco años en las cárceles por haber dicho lo que pensaba de la hambruna que causó una mortandad tremenda en Ucrania, el horrible holodomor, ocurrido a comienzos de los años treinta. En el granero más fértil de Europa no hubo grano y alrededor de tres millones de habitantes murieron de hambre. Me contó la historia más triste sobre el pan que jamás había oído.
El hermano de mi padre, el tío Vladimir, desapareció en un gulag estalinista. Lo habían acusado de mantener contactos con la parte de la familia que había emigrado, de difundir «propaganda enemiga», incluso de «colaborar con los trotskistas», con los que no habría podido comunicarse, aunque lo hubiera querido. El abuelo Nikolái, destrozado por la desgracia, sobrevivió al gulag al que lo habían deportado, pero no por mucho tiempo. La abuela estaba desesperada y perdida, deambulaba por las calles en busca de sus hijos y de su marido. Pronto murió en el banco de un parque, loca.

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