Patricia Highsmith. Catástrofes.

septiembre 14, 2009

Editorial Anagrama, 1988. 210 páginas.
Tit. Or. Tales of natural and unnatural catrastophes. Traducción Jordi Beltrán.
Patricia Highsmith, Catástrofes
Podredumbre

Conocía a Patricia Highsmith por su novela Extraños en un tren y por su saga de Ripley. Es decir, por su novela negra. Ignoraba que fuera también una artista del humor negro, de una calidad excepcional.

Un libro de relatos que contiene:

El cementerio misterioso
Operación Bálsamo; o «no me toques»
Nabuti: calurosa bienvenida a un comité de la ONU
¡Dulce libertad! Y una merienda en el jardín de la Casa Blanca
Complicaciones en las Torres de Jade
Úteros de Alquiler contra la Derecha Poderosa
Moby Dick II; o la ballena misil
Nadie ve el final
Sixto VI, papa de la zapatilla roja
El presidente Buck Jones defiende la patria

Todos son una demostración de que no se puede escapar a la ley de la entropía y a la versión macabra de la ley de Murphy. Aunque los temas son diversos, desde los extraños hongos del cementerio misterioso hasta las complicaciones en unos Estados unidos gobernados por un imbécil (¿les suena?) todos comparten una misma visión: todo se va por el desagüe. Ene sto es arquetípico el cuento Complicaciones en las Torres de Jade. Se intenta construir un edificio de aprtamentos para la élite más exigente, pero apenas se inaugura la sombra del desastre aparece de una manera sutil:

[…]telefoneó a recepción para quejarse de que había cucarachas en su cocina. Dijo que acababa de ver dos.

-Nos instalamos ayer mismo, y ni siquiera he comprado una barra de pan todavía -dijo la mujer—. Es verdad que esta mañana he traído un poco de agua tónica y de leche, pero ni tan sólo los he abierto.

-Nos ocuparemos de ello inmediatamente, señora Fenton. Y lo lamento de veras —dijo el señor Clark.

-Señora Finlay, no Fenton. Estoy consternada. Todo es tan nuevo y tan limpio en el edificio…

El recepcionista sonrió.

-Sí, señora Finlay, y nos encargaremos de que siga siéndolo. Avisaré a nuestro exterminador y pasará por su casa hoy, o con más seguridad mañana. Antes la llamaremos por teléfono y no entraremos en el piso a menos que esté usted.

Sidney Clark recibió otra queja parecida al cabo de una hora, de un matrimonio del décimo piso. Ya había llamado a la Ex-Pest,’ la empresa dedicada al exterminio de insectos con la que las Torres de Jade habían firmado contrato. Le dijeron que pasarían por la tarde y Clark tomó nota del décimo piso. Luego decidió visitar la Taza de Jade, la cafetería situada en una de las dos galerías laterales de la planta baja. El suelo y el mostrador de jade estaban limpios y relucientes, no se veía ni una miga de pan. Le contó lo de las cucarachas a la encargada y le pidió que echase un vistazo a la cocina. Parecía tan limpia como el mostrador y las mesas, aparte del leve desorden que es normal en las cocinas. El señor Clark examinó atentamente las barras de pan envueltas y desenvueltas, asi como las pastas.

-Es raro que hayamos recibido dos quejas en un mismo día -dijo a la encargada, que le había acompañado.

-Oh, cucarachas -dijo la mujer de mediana edad, arrugando la nariz con expresión de asco—. No se puede hacer mucho por evitarlas, ¿sabe? Ni siquiera en los mejores edificios. Donde haya gente y agua, y no digamos cocinas, hay cucarachas por muy limpio que seas.
El señor Clark le dedicó una sonrisa sin alegría.

-Pues, en las Torres de Jade, no, señorita…

No quiero adelantarles el final, que al igual que en otros cuentos, se sale completamente de madre. Si buscando la perfección aparecen problemas ¿qué puede ocurrir cuando se parte de una organización de base caótica? Podemos verlo en Nabuti: calurosa bienvenida a un comité de la ONU, crónica de un desastre anunciado.

¿Puede el ser humano redimirse? Puede ser, parece afirmarse en Sixto VI, papa de la zapatilla roja. Pero lo bueno desaparece pronto y ni los mejores mensajes soportan una buena ración de realidad. Lo único que siempre sobrevive, lo realmente eterno, es la gente de peor calaña. Nadie ve el final demuestra que mala hierba nunca muere.

Así que lo mejor es dirigirnos con alegría al apocalipsis de la mano de un presidente con dos cojones pero medio cerebro y esperar que las invencibles cucarachas no repitan nuestros mismos errores.

—Bueno, olvídese de Turquía, se trata simplemente de un tipo oriundo de Turquía. Volvamos a lo principal. Esto viene sucediendo desde hace mucho tiempo, por tierra, mar y aire. El dinero, lo que queda del dinero, se ha utilizado para combatir el comunismo en América Central, es verdad. Usted no supo nada del asunto hasta hace unos días; eso es lo que va a decir usted mañana, porque sus colaboradores…, los que tienen que ver con esto…, se lo guardaban para darle una sorpresa el día de su cumpleaños, el mes que viene, en marzo.

—Que yo recuerde…, que yo recuerde -dijo el presidente, pensativo—, los que luchan por la libertad en América Central afirman haber recibido sólo veinte mil pavos… en total.

—En primer lugar, mienten, como de costumbre. En segundo lugar, sus propios líderes se han embolsado sabe Dios cuánto dinero. Conviene que no tratemos de hacerles concretar, señor.

—Desde luego.

—Volviendo a lo de mañana… Usted lamenta muchísimo lo de los diecisiete rehenes norteamericanos que fueron decapitados ante la televisión hace diez días, yo mencionaría eso, en serio, señor.

—Sí, claro —dijo Buck en tono solemne.

-Tomaré nota de ello y le haré una tarjeta sobre las decapitaciones. Pero las ventas a ambos bandos, de las que usted sabía un poquito, eran para hacer amigos en ambos países, ¿comprende? De nada sirve ganarse a un país como amigo y granjearse la enemistad del otro, ¿no le parece?

—De acuerdo, Dick. ¡Y qué demonios! ¡Piensa en los beneficios! Ha provocado más luchas, cierto, pero eso significa más ventas de armas, ¿no? ¡No acabo de entender por qué algunas de estas personas están furiosas!

—Porque la venta de armas sin conocimiento del congreso está prohibida, señor.

—¡Al cuerno con el congreso! ¡Quedé harto del congreso cuando ordené que se minase… ¿Qué puerto fue?

—Sí, pero minar un puerto es un acto de guerra, señor, lo mismo que la guerra, y, según la constitución, sólo el congreso puede declarar la guerra.

Buck Jones meneó la cabeza, aburrido.

—Demasiado complicado para mí. En el congreso hay demasiada gente. Están allí sentados, sin hacer nada…

Un libro delicioso y amargo.

4 comentarios

  • Ozanúnest septiembre 14, 2009en7:11 pm

    ¡Jojojo! Todavía habrá quien la considere una visionaria por el último relato.

  • Palimp septiembre 15, 2009en12:23 pm

    El último relato ha resultado profético.

  • Itan abril 27, 2010en9:58 pm

    Es una gran colección de relatos: crudos, despiadados, irónicos, pero tristemente divertidos. Patricia Highsmith es simplemente genial.

  • Palimp abril 29, 2010en4:35 pm

    Realmente es así.

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