Pablo Carbonell. El mundo de la tarántula.

noviembre 29, 2016

Pablo Carbonell, El mundo de la tarántula
Blackie books, 2016. 376 páginas.

No lo he leído. Lo he devorado. Esperaba una recopilación de anécdotas divertidas, historietas de los Toreros Muertos y de Caiga quien Caiga. Y me he encontrado un libro poético, excelentemente escrito y muy bien estructurado. También hay lo otro, claro. Dos por el precio de uno.

Pablo escribe mucho mejor que otros que se dedican profesionalmente a esto. Prosa clara y evocadora que desgrana una peripecia vital llena de momentos tiernos, a veces duros, pero siempre contados con una sonrisa de cariño. Un libro que huele a buena persona, a pan recién hecho. Incluso cuando aprovecha para saldar cuentas personales -muchas veces consigo mismo.

Sencillamente maravilloso.

Cabreo a Revert
Para rematar la tarea de autodemolición de nuestra banda acudí al Centro Colón a una conferencia que impartían Rafael Revert; Moncho Alpuente, periodista, cantante, amigo, voz de la SER y pluma de El País; Paco Umbral, futuro premio Cervantes, que debía escribir por entonces en el desaparecido Diario 16, y alguien más que no recuerdo. Umbral proponía que se editasen las canciones de las manifestaciones. Alpuente hablaba con optimismo de un futuro próximo de opciones radiofónicas, pluralidad y libertad de expresión. Entonces Rafael Revert dijo algo que me irritó: «Qué lástima ir a ver a chavales que venden muchos discos y darse cuenta de que no saben estar en un escenario, ni tocar, ni cantar…». Levanté la mano y Alpuente me dio la palabra. Dije que no entendía que si a Revert le daban tanta pena los chicos que venden discos pero no saben estar en un escenario, los pusiera ahí, pues era él quien hacía que esos chicos vendieran discos. Revert se quedó a cuadraditos.

Acabada la conferencia había una copa y algo de picoteo y me entretuve por ahí charlando con la gente. El responsable de la editorial de Los 40 Principales vino a hablar conmigo. Le pregunté si creía que Revert me iba a vetar en Los 40 por lo que yo había dicho. Respondió que no y se interesó por mi nuevo disco. Me propuso que firmase con la editorial de Los 40 algún tema, de la cara A, me dijo (antes los discos tenían dos caras, qué recuerdos). Le contesté que no iba a firmar editorial con nadie, que yo no cobraba nada por la publicidad que ellos metían entre canción y canción y que no estaba dispuesto a darle el cincuenta por ciento de mis derechos de autor a nadie. Entonces él me preguntó qué prefería, si el cincuenta por ciento de algo o el cien por cien de nada. No recuerdo qué le contesté, pero opté por el cien por cien de nada.
Quizá parte de mi furia contra el mundo de las editoriales musicales se deba a que cuando firmamos la editorial con Ariola nadie con paciencia, sapiencia, mano izquierda, picardía o las ideas claras me explicó la tarea que realiza la editorial ni el motivo por el que los autores pasamos por el aro en esta cuestión. El atraco del cincuenta por ciento se cocinó con nocturnidad y alevosía amenazándome con no viajar a Colombia si no firmaba aquello. Que yo no sabía qué era. Confiaba en la compañía, confiaba en Carlos, había prisa y mis colegas coautores firmaron también. Igual estuvo bien. ¿Volvería a hacerlo? No.

Nuestro Mundo caracol salió y no ocupó ningún puesto en la lista de Los 40. La directora del programa televisivo de moda, Rockopop, dijo que Los Toreros Muertos no tenían cabida en él. Piccolini, con su acerado sentido del humor, comentó: «No me extraña, si el número uno es Julio Iglesias, es lógico que Los Toreros Muertos no quepamos en ese programa».

¿Nunca os habéis fijado en que Julio Iglesias siempre es el número uno? Cuando deja de ser el número uno, no pasa al número dos. Directamente desaparece. Cuando las radiofórmulas hablan de sentido democrático en la elección de las canciones y, para satisfacer a la audiencia, preguntan a la gente qué canción quiere escuchar, se trata de un simple lavado de cara que ya no convence a nadie. La elección de los temas que sonarán se realiza mediante transacciones económicas y mermando los derechos de los autores con la burda estrategia de las editoriales.

Pensé que si denunciaba los chanchullos del mundo de la música lograría el interés y el apoyo de las otras emisoras. Pues no. No sonamos en ningún sitio. Como si no hubiéramos sacado el disco. No existíamos.

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