Nuria Barrios. Ocho centímetros.

diciembre 14, 2015

Nuria Barrios, Ocho centímetros
Páginas de espuma, 2015. 180 páginas

Que un hijo tuyo se enganche a la heroína tiene que ser devastador. Nuria lo plasma en bastantes de los siguientes relatos:

Ocho centímetros
La palabra de Dios es extendida
¿Pero quién se va a querer ir con ella?
Danny Boy
Hansel y Gretel en la T4
Yo era un bulldozer
El tren Neckermann
Un puente de cristal
Limpia luz de escarcha
Las amigas. Una fotonovela
El limbo

En los que retrata, además del dolor familiar, el submundo del chabolismo, las pequeñas islas que suponen los pastores evangélicos, las constantes recaídas y el dolor de unos padres que ven a su hija desaparecer en el infierno. Otros tratan el tema de la muerte, tras una enfermedad incurable. En general temas muy potentes y bastante bien tratados.

Porque aunque los relatos no sean literariamente excelentes la autora sabe tocar bien las teclas para llegar hondo sin ser lacrimógena o sensiblera. A mí me emocionaron. Sólo hay un relato que me pareció que desentonaba en calidad con el resto.

La vida a veces es dura. Crucemos los dedos para que sean pocas estas ocasiones. Más reseñas aquí: Nuria Barrios – Ocho centímetros, «Ocho centímetros» de Nuria Barrios —Editorial Páginas de Espuma— y Los ocho centímetros de menos de Nuria Barrios.

Calificación: Bueno.

Vitoria medió, conciliadora:
-Ella es de confianza, solo quiere que su sobrina se convierta a Cristo, sea salva y tenga una vida buena. La chica es psicóloga.
Rober se encogió de hombros:
-No puedo.
Julia se giró hacia Yen:
-Pero…
El rostro del pastor permaneció impasible. Se limitó a clavar los ojos en el gitano, que frunció el ceño.
-Todos los días la policía saca a alguno con los pies por delante. Si creen que eres un peligro, les da igual quién seas, van a por ti.
Rober se aproximó a Yen y ambos se alejaron unos pasos para hablar, de espaldas a las dos mujeres.
Vitoria cogió del brazo a Julia, que los miraba desolada.
-Confía en Dios.
Una chica las observaba en cuclillas junto al muro de la iglesia. Se levantó y se acercó a ellas. Era muy menuda. Llevaba una camiseta naranja de tirantes y una minifalda vaquera.
-¿Me dais un cigarrillo? -Su rostro moreno estaba cubierto de cicatrices redondas y oscuras.
Ninguna de ellas fumaba, pero Julia abrió rápidamente el bolso y sacó del interior una de las fotos de su sobrina.
-¿La conoces?
-Sí, claro, es una chávala muy maja -asintió, mientras cambiaba el peso del cuerpo de un pie a otro.
-Es mi sobrina, hace meses que no tenemos noticias de ella. ¿Sabes si está aquí? -Julia señaló al callejón.
La chica se encogió de hombros.
-Oye, ¿de verdad no tenéis un cigarrillo?
Julia ignoró la pregunta.
-Su novio trabaja de machaca para La Bea y La Veleta. A lo mejor está ahí dentro, con él. ¿Puedes llevarme? -La miró suplicante-. Por favor.
Ella levantó el rostro con una luz repentina en los ojos.
-¿Tienes dinero?
Julia asintió.
-Si me pagas, voy a buscarla y le digo que salga.
La pastora intervino, rápida.
-Te da el dinero cuando traigas a su sobrina.
La chica la miró con ironía:
-Vale, pero metedlo en un pañuelo para que nadie vea qué me dais.
-¿Cómo te llamas? -le preguntó Julia.
-Aquí todos me llaman La Peque.
-Dile a mi sobrina que solo quiero darle un abrazo. -La Peque se giró para irse, pero Julia la sujetó del brazo-. Dile que no tengo nada contra su novio, que no quiero separarles.
La Peque se alejó, sorteando con ligereza las jeringuillas y los charcos. De espaldas, parecía una niña de excursión, con su camiseta, su minifalda y sus sandalias de cuero. En una de las chabolas a la entrada del callejón habían escrito con pintura negra: «Sanguiches, cocacolas».
Yen, Rober, Vitoria y Julia permanecieron en silencio junto al coche. Julia no separaba los ojos de las tinieblas del pasadizo. Una noche, antes de ingresar en el centro de rehabilitación, su sobrina mencionó el poblado a sus padres. Fueron apenas unas frases, pero su rostro se iluminó al hablar de las hogueras que se encendían en la noche y del

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