Nicolás Buenaventura Vidal. Palabra de cuentero.

octubre 24, 2011

Palabras del candil, 2010. 292 páginas.
Nicolás Buenaventura Vidal, Palabra de cuentero
Sincero y hermoso

Compré este libro hace exactamente un año, en el festival Munt de mots, cuando fui a contar cuentos infantiles con mi hija, y lo reseño ahora, cuando ayer hice lo mismo pero acompañado de los dos peques. Está bien que un libro de un cuentero esté acompañado de sesiones de cuentos.

Ya me lo recomendaron cuando lo compré, y acertaron plenamente. El autor va contando anécdotas, historias, reflexiones, todas relacionadas con las palabras y el arte de narrar. Se lee con mucho placer, y es de esos libros que uno sabe que volverá a leer una y otra vez.

Parece lógico que quien se gana la vida contando historias sea capaz de contarlas también bien en un libro, pero no es tan frecuente. Un libro muy recomendable y, para los del oficio, imprescindible.

Calificación: Muy bueno.

Un día, un libro (54/365)

Ojo a los extractos, que dejan el aroma del libro entero:

palabrotas
Lucía tenía 7 años. En los años 40, sí, del siglo pasado, y en una familia como la de ella, conservadora hasta los calzoncillos. Dice Lucía que era una niña piadosa que comulgaba todos los días. Por razones obvias, para comulgar tenía que confesarse regularmente y, para poder confesarse, algún pecado tenía que inventar. Un día le dijo al confesor: Es que tengo malos pensamientos. ¿Sí mijita? ¿Y qué malos pensamientos? Le preguntó el cura. ¿En qué piensas? En ¡Carajo! ¡Pendejo! ¡Maldita sea! y ¡Viva el partido liberal!
30 años después, a su hija, Yarima, que tendría unos 5 años, le estaban haciendo un tratamiento de prevención contra la rabia. Vivían en el campo, rodeados de animales. Yarima había sufrido la primera vacuna, iban hacia el consultorio médico, para la segunda, y antes de entrar le dice a Lucía y a Rafael, su padre: Si hoy me duele como ayer, grito ¡hijueputa!
Lucía, con un enojo fingido pero convincente, le preguntó si eso lo había aprendido en la escuela. Sí, mamá. Le contestó muy asumida. Desconcertada por el aplomo y la respuesta, Lucía siguió indagando ¿y los otros niños también dicen esas cosas ? No, mamá, yo soy la más adelantada, ellos apenas van por carajo y pendejo.

Hubo un dios que escapó a esa desagradable tentación divina de hacer al hombre, es decir al otro, a su imagen y semejanza. No era un dios triste y vencido, no.
Primero hizo la tierra y cuando la vio redonda, hermosa le sobraron restos, pedacitos, migajas, desechos…
Enseguida hizo el tiempo y en cuanto el tiempo se puso a andar quedaron restos, pedacitos, migajas, desechos…
Luego hizo los lagos, los ríos, los océanos y cuando las aguas crecieron y se pusieron a subir y bajar, a correr, había nuevamente restos, pedacitos, migajas, desechos…
Creó entonces los árboles y en cuanto la tierra estuvo toda verde y respiró, tenía, una vez más, entre sus manos, restos,pedacitos, migajas, desechos…
Todos esos restos, esos pedacitos, esas migajas, esos desechos… comenzaron a estorbarle y él se deshizo de ellos. Los botó al fondo de un abismo.
Continuó su feliz tarea de creador: hizo la distancia,
hizo la noche, hizo las estrellas hizo la luna, el día, la nube, la montaña, el sol, los vientos… Y cada vez, le sobraron restos, pedacitos, migajas, desechos… que arrojó al fondo del abismo.
Y el hombre—él, ella— tenía ganas de ser, tenía ganas de existir, pero Dios no lo hacía; estaba muy ocupado, o tal vez lo había olvidado. Ya en aquel entonces, el hombre soportaba mal el olvido. Y tenía tantas ganas de ser, tantas ganas de existir, que decidió hacerse, crearse a sí mismo. Y se hizo, allá, en el fondo del abismo, con todos esos restos, esos pedacitos, esas migajas, esos desechos…
Es por eso que en cada hombre hay un poco de tierra, hay un poco de tiempo, hay un poco de río, hay un poco de árbol…
Es por eso que cada mujer es un poco distancia, es un poco noche, un poco estrella, un poco luna, día, nube, sol, montaña y viento.

Somos una especie que necesita sentido, que produce y construye sentido constantemente, para poder vivir, para no morir. Una especie que necesita poner su huella en el mundo y reconocerla. Que necesita, más que nada, ser reconocida. Una especie que se empeña en marcar el espacio, en marcar el tiempo. Por algo las historias empiezan diciendo, érase una vez.
Contamos cuentos para espantar la muerte, para distraerla, para que se rezague, para que se enrede en los hilos de una hermosa trama y no encuentre el camino que indefectiblemente la llevará hasta nosotros. Contamos para aplazar la muerte noche tras noche, como Sherezada.

Es evidente, para mí, que crecer con cuentos no es lo mismo que crecer sin cuentos. Creo que quien crece con cuentos crece con la idea de que el pequeño puede derrotar al grande. De que por oscura que sea la noche, habrá un mañana. De que hay una oportunidad para cada ser humano en la vida. Creo que quien crece con cuentos crece con más palabras y creo que cuantas más palabras, más ideas, más pensamientos. Creo que uno no puede pensar lo que no puede nombrar, que no se le ocurre lo que no puede decir y para nombrar y decir necesita palabras. Creo que quien crece con cuentos cuenta con más alternativas para enfrentar las dificultades y un mayor número de miradas para evaluar una situación.
Pero estas son cosas que creo y no tengo cómo demostrar.

Una palabra, no menos fascinante. En Medellín, una mujer que trabajaba haciendo el aseo en casas ajenas, una empleada del servicio, como se dice… hay quienes han ido más lejos; han vuelto tácito el sujeto y han acuñado la expresión la del servicio. El hecho es que esta mujer tenía muy claras dos categorías a la hora de establecer su salario. Cuando le preguntaban cuánto cobraba, respondía: Si es sin piensa vale tres mil pesos diarios y sin es con piensa son cuatro mil. Muy a menudo sus interlocutores no entendían, le preguntaban: Cómo así, ¿sin pieza? ¿Sin cuarto? A lo que ella respondía con la siguiente explicación: Lo que quiero decir es que si usted me dice todo lo que hay que hacer y cómo hacerlo, es sin piensa. Pero si yo tengo que decidir qué hay que hacer de comer, el lugar de cada cosa en la cocina, cada cuánto hay que lavar los vidrios, si tengo que hacer la lista de las compras de la semana y todo lo demás, es con piensa, y con piensa, cuesta más.

pregunta y respuesta
Una vez le pregunté a una etnolingüista, Geneviéve Calame-Griaule, por qué había escuchado los mismos cuentos en lugares tan distantes como Korhogo, en Costa de Marfil, y el Amazonas colombiano, y ella me dijo: todos los pueblos del mundo se hacen las mismas preguntas: ¿De dónde venimos? ¿Para dónde vamos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Cómo llegamos? ¿Estamos solos? ¿Por qué nos tenemos que ir? ¿Qué pasa con los que se quedan?
La respuesta me gustó y me atrevería a pensar que cada pueblo da respuestas originales, y que el cuento está a medio camino entre la pregunta y la respuesta. No es la respuesta y es otra manera de hacer la pregunta, otro lugar a donde llegar con ella.

Un comentario

  • Dave noviembre 29, 2011en11:22 pm

    Fuentes, no olvides que los poltronistas de los editores no van a variar su polítca así vayan al infierno del paro de cabexza. Lo que está muy claro es que los Barbanegra del siglo 21 descargarán de la web, sí o sí, «Rooon, rooon, rooon, la boteella de rooon» L a isla del tesoro, adsl.

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