Ned Beauman. Escarabajo Hitler.

enero 2, 2019

Ned Beauman, Escarabajo Hitler
Funambulista, 2012. 400 páginas.
Tit. Or. Boxer Beetle. Trad. Jorge Rus Sánchez.

Marcianada que junta dos tramas: la del coleccionista de objetos nazis Kevin Broom y la del boxeador Seth Roach, que vivió en los años 30 y tuvo relación con el entomólogo Erskine, obsesionado en crear una raza de escarabajos con una esvástica en el caparazón.

Novela negra disparatada, con toques de humor gamberro, no muy trascendente pero entretenida, original y curiosa.

Recomendable.

—La ciudad.
—En ese caso, con todo respeto, ¿no hay muchos tipos que estarían dispuestos a hacer todo eso sin que saliese de mis impuestos?
—Ah, cómo no, siempre esos valiosos impuestos que tienen que ser protegidos como si se tratase de niños pequeños —dijo Berg.
—¿Quién más lo haría? —preguntó Siedelman—. No podemos dejarlo en manos del famoso Mercado Libre.
—No —contestó Pearl—. El alcalde LaGuardia y yo estamos completamente de acuerdo al respecto.
—El edificio Empire State está tan vacío que han tenido que pagar a colegiales para que vayan tirando de la cadena de todos los retretes para que la porcelana no se manche —dijo Siedelman—, y mientras, en Arkansas, hay familias viviendo en cuevas y comiendo rastrojos. Eso es lo que obtienes cuando depositas tu fe en los negocios. Pronto estaremos igual que en Alemania. Después de perder la guerra, tuvieron la inflación, los planes para hacerse rico en dos días, el dinero americano entrando a espuertas y, finalmente, el crack… Mis amigos que viven allí me escriben para contarme que aquello es como si ya nada fuese real. El dinero es una mentira, una ilusión, igual que todo lo demás. Ese es el motivo por el que puedes hacer una fortuna vendiendo pasta de dientes milagrosa a los aristocráticos y a
los generales. Todo lo que es sólido… Sin ánimo de ofender, Balfour.
—En absoluto —dijo Pearl—. La fórmula de la pasta de dientes de mi abuelo no prometía milagros.
—¿De manera que crees que es tarea del ayuntamiento arreglar las cosas? —preguntó Kólmel.
—En absoluto —contestó Pearl.
Siedelman parecía sorprendido.
—No lo entiendo, señor Pearl. Pensé que estábamos de acuerdo. Pero, si no es negocio, entonces…
—Un cambio real —dijo Pearl—, a cualquier escala, es responsabilidad del individuo fuerte. No del Gobierno, por supuesto, y definitivamente, no del mercado.
—El mercado no sabe de moralidades.
—No —añadió Berg—. Carece completamente de valores y, debo decir, que antes de que ese individuo fuerte, Herr Hitler, hiciera su entrada, solía pensar que una tiranía de valores era preferible, al menos, a una tiranía sin valores. Pero hoy no lo tengo tan claro.
—Cuando haya visto lo que podemos conseguir, creo que cambiará de opinión, rabino —dijo Pearl—. Por supuesto, la parte baja del East Side es sólo el principio. He visto a los judíos de Nueva York y a los judíos de Londres, y no sé quién lo tiene peor. Los chicos con talento, como Seth, no deberían tener que crecer entre la miseria.

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