Nazario. La vida cotidiana del dibujante underground.

junio 28, 2017

Nazario, La vida cotidiana del dibujante underground
Anagrama, 2016. 286 páginas.

Las memorias de Nazario por fuerza tenían que ser interesantes. Como en las de Pablo Carbonell me he encontrado lo que no esperaba pero ha sido mejor. Es muy acertada la palabra cotidiana en el título, ya que no hace un recuento de sus éxitos sino de su vida normal, sus amigos, las reformas de su casa… todo contado de una manera un tanto anárquica y saltando de un tema a otro.

Pero la manera de relatarlo encaja con lo que cuenta, los personajes son retratados con cariño y sin juzgarlos, se respira el ambiente de libertad sexual y de excesos de la época, y el sabor de boca que deja es maravilloso. Me enganché desde las primeras páginas.

Confieso que nunca he sido muy seguidor de Nazario, sus cómics me gustan pero no me maravillan, pero esta vida cotidiana me ha conquistado sin paliativos.

Muy recomendable.

Por la noche voy al bar Los Pescadores a comprar tabaco con los cinco duros que me ha dado Pepichek. (¡Yo creo que él o la Fina se traen algún tipo de negocio entre manos con lo del caballo!) En la calle Boquería me cruzo con un tío que se me queda mirando descaradamente. No, no es un ligue. Alguien que se dirige a ti tan descaradamente no suele ser un ligue. Lleno de curiosidad y con un poco de desconfianza, me paro cuando oigo que el tipo me llama por mi nombre. Tú eres Nazario, ¿verdad? Lo tengo frente a mí y pongo las baterías a tope para intentar recordar de qué podría conocerlo. El tipo me gustaba pero no tenía bien claro que sus intenciones pudieran ser las de ligar. ¡No, no lo eran! «Tú seguramente no me conoces, yo soy uno de los municipales de aquella noche que hubo el follón con el Ocaña y eso…», comenzó a soltarme, dejándome de piedra, y mi asombro y perplejidad alcanzaron límites insospechados mientras escuchaba lo que me dijo a continuación. «Es que mira, te quería pedir excusas por lo que pasó. Luego hemos comentado con los compañeros el caso y pensábamos que a ti, el del bigote, no teníamos que haberte pegado porque tu comportamiento fue bastante correcto… Es que compréndelo, sólo hacía diez o doce días que nos habían destinado… y no teníamos ni puta idea de… porque claro, si hubiésemos sabido las consecuencias… A ti no, pero al Ocaña ese lo odiamos todos a muerte porque por su culpa un compañero ha quedado inválido para toda la vida y…» Molesto por sus palabras y cabreado por su intento de convertir su culpabilidad en victimismo, pero sin querer llegar a herir su sensibilidad y sus pretendidos aires conciliatorios, le interrumpí diciéndole que toda la culpa había sido de ellos. Me lancé y comencé a soltarle de un tirón, ya que pretendía hablar con sinceridad, que si nuestro comportamiento en las Ramblas disfrazados y cantando sevillanas les había molestado podían haberse limitado simplemente a decirnos que nos marchásemos y no vapulearnos y detenernos, y en cuanto a las quemaduras sufridas por su compañero, nadie había podido demostrar que ni nosotros ni el grupo que se manifestó en protesta por nuestra detención tuviéramos nada que ver con el cóctel molotov que arrojaron poco después en la puerta de la comisaría. Como traca final concluí echándole en cara el apaleamiento indiscriminado en los calabozos de la guardia urbana con mi amigo esposado, nuestras fichas en la comisaría de policía y los tres días que habíamos pasado. «Sí, pero tú comprenderás que nosotros…» Se encontró sin argumentos pero con la satisfacción de haberme pedido excusas y haber así quedado libre de culpa para poder mirarme de frente la próxima vez que nos cruzáramos en la calle, cosa bastante probable porque me dijo que vivía allí al lado, y me ofreció su casa mientras me alargaba la mano. No tengo más ganas de escribir y describir los sentimientos que me invadieron a continuación.

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