Meetup literario: Un deseo inconfesable

diciembre 25, 2017

El pasado 9 de diciembre realizamos una sesión especial del meetup literario. Nos encontramos a las 20h. para tomar unas copas y hablar de todo un poco, y después nos fuimos a cenar al restaurante Eucaliptus, donde seguimos la fiesta hasta que nos echaron del local.

Pero antes nos dio tiempo de realizar la lectura de los deberes: traer de manera anónima un relato con uno de nuestros secretos inconfesables. Hubo de todo, y aquí les dejo la muestra. ¡Nos vemos en el siguiente!

Secretos inconfesables

Os odio. Me caéis mal. Todos, no sólo vosotros. La humanidad entera. Me dais asco. No os soporto. No soporto vuestra estupidez, vuestros gritos, vuestras gilipolleces. Sueño con ser la única persona viva del planeta, como en las películas. A veces sueño que mato gente, pero me falta valor. Creo. No lo sé. Yo vigilaría lo que habéis comido. Nunca se sabe.


Esto os va a parecer realmente marciano, pero no estoy loco. Desde hace unos años, aunque no sé muy bien cuando empezó, cuando estoy en una estación de tren y veo cómo el tren se acerca a la estación antes de parar, tengo la extraña idea de sacar un sable láser imaginario, golpear el tren, con suavidad, sin violencia, y partirlo en dos. Me imagino que es como de mantequilla, o chocolate o algo así. No pienso en absoluto en la gente que hay dentro, ni en matar a nadie, pero no sé, es como si en esos instantes el tren fuese como de juguete o algo así, y pudiese partirlo limpiamente en dos, longitudinalmente. No sé porque tengo esta idea, que ni siquiera visualizo limpiamente, es más bien una idea abstracta, muy etérea e indefinida, sin un ápice de sadismo ni ira ni violencia. Supongo que debí empezar a imaginar esto cuando vi el Episodio I de Star Wars, La amenaza fantasma. Al inicio, los personajes de Liam Neeson y Ewan Mcgregor, funden una puerta usando el sable láser como ariete. Era una cosa que no se me había ocurrido que pudiesen hacer los sables láser, y cuando lo vi pensé: que guai, mira, se funde como mantequilla. Era divertido. Y un día, esperando el tren, me imagine que tenía un sable láser y hacía lo que os he contado. No sé qué diría un psicólogo de esto, pero tampoco me interesa, y no le doy ninguna importancia. Es sencillamente una ¡dea extraña, pero como digo, sin un ápice de maldad. No voy por la vida pensando en hacer eso con la gente ni los edificios ni los objetos, no os vayáis a pensar que estoy loco. Y me dura un instante, y cuando subo al tren ya se me ha pasado y no vuelvo a pensar en ello en absoluto.


Hay una cosa que se llama erótica del poder. Yo la sufro. Me excitan las mujeres poderosas, empoderadas. Se me pone dura cuando veo a algunas políticas. Es ver a Soraya Sáenz de Santamaría y tener una erección. Me imagino follándomela en los baños del congreso. Me estoy poniendo cachondo sólo de escribir esto. Soy de izquierdas, ojito, pero las políticas de derechas todavía me dan más morbo. Con esa carita de niña bien de colegio de monjas.Que polvazo tiene Cristina Cifuentes. Hay excepciones, claro. No me acostaría con Esperanza Aguirre, no estoy tan enfermo. Pero le haría un favor a Ana Botella. O a Terelu. El otro día vi el debate entre Arrimadas y Rovira. Buf. Buf, buf, buf. Imaginar que dejan sus diferencias a un lado y se dedican a darse placer entre ellas me ha dado para varias pajas. En cuanto acabe de escribir esto me voy al baño. Adios.


Yo no soy hija única, hasta que nació mi hermana sí lo era, ella llegó dos años más tarde. Rubia y con ojos azules, tranquila y sonriente un bálsamo para mis padres que tenían un recuerdo poco agradable de mis primos meses. La abuela la llamaba mí pequeña, dejándome fuera de su vida con solo un pronombre posesivo. Yo decía mi abuela era de la piel del Diablo. A pesar de todo esto yo quiero mucho a mi hermana. Esa dulzura de niña que no tuvo que llevar corrector dental, que sacaba buenas notas, que tuvo todos los chicos del instituto que a mí me gustaban rendidos a sus encantos, que se casó con un hombre maravilloso, es como no puede ser de otra manera una hermana maravillosa a la que yo quiero con locura. Ella es de esas personas que consiguen todo lo que se proponen, como cuando aquella vez en que la abuela le permitió tener el gánster que yo llevaba años pidiendo sin conseguirlo. La rata giraba sobre su rueda sin propósito aparente, ella la adoraba. La abuela tenía un patio precioso con un pozo y un estanque, una tarde calurosa en el que la abuela y mi hermana no estaban, apareció la piel del Diablo, después de charlar un rato me propuso darle un bañito al gánster, ! hacía tanto calor! Sumergí al animal en el estanque con jaula y todo, cuando lo saqué no se movía, pensé que era por el frío, a sí que lo deje secando al solo. Después de unas horas lo puse dónde mi hermana lo había dejado. Cuando ella descubrió al animalito muerto se puso muy triste, yo la acompañe un rato en su tristeza, después mi hermana enterró al gánster en el fondo del jardín. Durante años he convivido con esa rata asquerosa que está enterrada en el jardín. Hace unos días, un tipo extraño, un devorador de secretos llamado Juan Pablo me tiró de la lengua y se lo conté a mi hermana, ahora estoy pensando si no será ese Juan Pablo la piel del Diablo


No he leído ‘En busca del tiempo perdido’. Tampoco el quijote. Ni a Cortázar, ya que estamos. Me resultan muy aburridos. Digo que sí los he leído, pero es mentira, sólo he leído resúmenes en internet. Cuela bastante ¿Será que no nos los hemos leído nadie? Vamos, no seáis tan de postureo ¡confesadlo vosotros también!


Finalmente lo puedo confesar aunque sea anónimamente. Fui yo. Sí, fui yo quien la mató. La policía no pudo encontrar pruebas, ni móvil del asesinato y después de un ir y venir a la Jefatura para tomarme declaración en varias ocasiones, dejaron el caso por aburrimiento y ante otros crímenes más interesantes y que les darían más rédito en el cuerpo si los solventaban.
Y vosotros os preguntaréis porqué acabé con la vida de la anciana. No os voy a dejar con la duda.
Me hice voluntaria para ayudar a personas con dependencia. Era la primera abuela a la que atendía, le aseaba la casa, la aseaba a ella, le dejaba la comida y si me daba tiempo también la cena, tareas que no me resultaban en nada penosas, pero lo más irritante que tenía la anciana era los dientes, sí, los dientes blancos y postizos, cuando hablaba se le movían arriba y abajo, yo fijaba la vista en ellos, era como imán, quedaba hipnotizada por aquel sube-y-baja i no podía apartar la vista, me irritaba sí, sobretodo porque el meneíto dental iba acompañado de la emisión de saliva en aspersión.
En un arrebato la empujé y cayó, golpeando la cabeza contra el suelo. A la policía dije que ese día había llegado algo más tarde y al entrar encontré a la ancianita cadáver, No sospecharon de mi, no faltaba nada ni dinero, ni la bisutería. Nada. De una voluntaria nadie sospecha.
Como no soy una asesina decidí dejar el voluntariado, más que nada para evitar tentaciones.


Me acuerdo de lo que hice y todavía me da vergüenza. Yo era joven. Me gustaba uno del trabajo. Que estaba casado y no me hacía ningún caso, debe ser que no todos los hombres son iguales. Mi maravillosa idea: romper el matrimonio. Mi estupendísimo plan: meterle en el bolsillo de la cazadora una de mis braguitas usadas. No sé si las descubrió antes de llegar a casa, si llegó a verlas su mujer pero no le dio importancia, no sé nada de lo que pasó porque el no dijo nada y siguió tan feliz como siempre. Luego cambié de trabajo y dejé de verle. Lo que más me avergüenza es lo de las bragas… menuda tontería. No sé cómo pude pensar que iba a funcionar. Es la primera vez que lo cuento.


Me gustó 50 sombras de Grey. Pero cualquiera lo confiesa frente a tanto marisabidillo.


Una noche de un sábado cualquiera como podría ser este, pero esto que voy a contar ocurrió hace ya muchos años. Una fiesta donde fui invitado con un grupo de amigos a casa de un chico al que tampoco me unía amistad muy cercana. Digamos que era el típico amigo de amigos, y visto con el tiempo tampoco es que sintiera un gran aprecio porque él, porque en lo poco que lo conocía habían varios detalles de él que me rechinaban. Recuerdo que en la habitación donde habíamos dejado las chaquetas encima de una cama debía ser el cuarto de invitados, y las paredes estaban repletas de estanterías llenas de libros. Los miré un poco y descubrí que casi todos eran de autores franceses, sabía que el padre del chico que era profesor de literatura, y supuse por aquellos libros que su especialidad debía de ser la literatura francesa.
La fiesta continuó, para unos más y para otros menos, yo me acuerdo que me aburrí un poco y me quise ir antes de que acabara la fiesta.
Una vez en el cuarto de nuevo dispuesto a coger mi abrigo, volví a mirar los libros y entonces vi una edición que me pareció curiosa del libro de Lolita de Nabokov. Yo no sabía apenas más que unas cuantas palabras en francés, pero al ojearlo leí unas frases que sabía exactamente su significado traducido al castellano, y que venían á comenzar con aquéllo tan bello de: «Lólitá, luz de mi vida, fuego de mis entrañas» pero en francés que debía sonar aún más hermoso. Y busqué en mi boca la suavidad del contacto de la lengua con los dientes pronunciando lentamente aquellas famosas sílabas «Lo-Li-Ta», solo que a los pocos segundos aquellas sílabas se mutaron en mi cabeza, y se transformaron en imperativas y me decían: «Co-Ge-Me», como si fuera Alicia en el País de las Maravillas encontrando un frasco que en el que ponía en la etiqueta: «bébeme», yo sentía que el libro me repetía una y otra vez «cógeme». Y eso hice. ¿Creéis que los libros pueden a veces ser ellos los que escogen a las personas?
Bueno, seamos sinceros y quitemos un poco de fantasía al recuerdo, no sea que penséis que los hechos que cuento, fueron en realidad fruto de un arrebato de locura esquizofrénica. En realidad no hay excusas que valgan, fui un poco rastrero aquella noche, y el premio a mi maldad fue robarme un triste a la vez que hermoso libro, el cual aún guardo infiltrado entre mis libros, con el eterno castigo de no poder leerlo, porque de momento no he aprendido el suficiente francés para ello. Así que cada vez que lo veo en mis estanterías, ahora lo que en realidad me murmura el maldito libro, es que tengo un lado oscuro habitando en un rincón de mi corazón.


No voy a dar muchos detalles. Yo tenía un amante, además de mi marido. Lo solía ver por la mañana, no tenía trabajo. Al mediodía y no voy a explicar cómo ni por qué, me acosté con un desconocido. A la noche, cuando vino mi marido, también hicimos el amor. Porque yo quise ¿Por qué quise? Por acostarme con tres personas diferentes el mismo día ¿Por qué lo hice? Ni yo misma lo sé, aunque no he vuelto a repetirlo, ni creo que lo vuelva a hacer jamás.


Así que queréis que os cuente un secreto inconfesable?
Allá voy, pero no creo que os vaya a gustar. Después de esto, puede que no me miréis del
mismo modo, pero vosotros os lo habéis buscado.
El caso es que vive dentro de mi interior una especie de monstruo que disfrutaría
matando, si pudiera.
Hace muchos años, hice un primer y único intento de asesinar a otro ser humano. Dormía
con él, no sé por qué. El caso es que yo estaba en vela, y hubo un momento en que me
giré y le vi, roncando. Sentí asco.no sabía por qué había terminado esa persona conmigo
ni qué hacía yo ahí,así que por mi mente cruzó la idea. Por qué no matarle? Y, como si
aquello fuera algo normal, rodeé su cuello con mis manos y apreté. Se despertó, por
supuesto, y me preguntó que qué hacía. «Nada»,le respondí, como si no hubiera sido yo
quien le intentaba ahogar. Y el caso es que realmente no sabía lo que estaba haciendo,
pero el recuerdo se me ha quedado muy grabado en mi cabeza.
El caso es que, desde entonces, ha pasado por mi mente esa idea en innumerables
ocasiones. No sé por qué, pero me seduce la idea de acabar con la vida de alguien.
No lo he hecho… Todavía. De momento no se me ha ido tanto la cordura! Y, tranquilos,
caso de tener en mente alguien a quien liquidaría sin remordimientos, no sois ninguno de
vosotros. Os tengo aprecio, mucho, y os valoro lo suficiente como para discutir
racionalmente cualquier diferencia de opiniones.
Si me creéis o no, ya no depende de mí.


Confieso que mi vida es tan aburrida que no tengo nada inconfesable. Si os diera acceso a mi facebook, mi móvil, mi casa, mis recuerdos… sólo encontraréis aburrimiento. Creo que por eso me gusta leer…


¿Qué es el hombre? Alguien dijo que el hombre es un animal que se excede; come sin tener hambre, mata sin necesidad y está en celo todo el año. Pero esta definición más que del hombre es del ser humano.
¿Qué es el hombre? Según la tradición el hombre está orientado a objetivos y se dedica a conseguir cosas. Un hombre tiene que conseguir un buen trabajo y llevar dinero a casa. Un hombre tiene que conseguir una mujer guapa y si fuera posible varias a lo largo de su vida. Un hombre tiene que tener hijos y además defender a su familia frente a cualquier amenaza. Y los hombres que opinan, ¿se sienten cómodos con este modelo?
¿Qué es el hombre? Según el feminismo un hombre es lo opuesto a una mujer. Tampoco parece un modelo muy brillante.
¿Y qué es el hombre en el siglo XXI? Si no se dedica a conseguir cosas, si no se orienta a la acción, qué tiene que hacer ¿dedicar horas a hablar de sus sentimientos con sus amigos? Y si no se dedica a perseguir a las mujeres ¿cómo puede lograr que ellas le presten atención? ¿Tendría que cuidar la casa, debería dedicar más tiempo a sus hijos? Y un hombre ¿podría llegar a hacer preguntas?, cuándo lo que le han enseñado que es siempre tiene que saber lo que hay que hacer.
Yo no lo entiendo, yo no sé lo qué debo hacer. Para mí es muy confuso ser un
hombre atrapado dentro de un cuerpo de mujer.


El secreto que tengo es tan oscuro y tan doloroso todavía que no soy capaz de confesarlo todavía.


Los veranos de la infancia transcurrían con parsimonia. Yo también solía bajar la escalera a paso de caracol, desde el quinto piso, cuando mi madre me mandaba comprar en la tienda de la señora Agustina, aunque en otras ocasiones, era veloz y bajaba los siete peldaños de una vez. Durante algún tiempo, creí que era cierto. Estaba convenida de que me impulsaba con la baranda en el escalón más alto, y que de un solo salto cruzaba en el aire cada uno de los nueve tramos de la escalera. A juzgar por mis habilidades actuales lo creo prácticamente imposible, pero si me detengo en ello, todavía oigo la goma de mis zapatillas frenando en el suelo, y siento oscilar la barandilla bajo el peso de mi mano. A día de hoy no podría afirmar si era una práctica habitual o un sueño recurrente.
Creía en otro tipo de imposibles como volar con un poco de empeño, abrir la puerta de casa empujando cuando olvidaba las llaves, incluso creía que, si uno se lo proponía, podía evitar la muerte, sobre todo si un vaquero te clavaba un cuchillo, en el Viejo Oeste. Confiaba en mi fuerza de voluntad por encima de cualquier otra cosa, porque esas habilidades, por su puesto, sólo a mí me estaban concedidas.
Por eso aquella mañana ociosa y estival no dudé en aceptar el reto de prima que consistía en pedir limosna para comprar caramelos. Mi prima, unos años mayor que yo (prometo no volver a responsabilizarla por lo que hice), me dijo que sólo debía acercarme a uno de los puestos del mercado y hacer una pregunta breve. ¿Me da una limosna?, pregunté al hombre que custodiaba la parada. El vendedor se me acercó, se puso en cuclillas, y nos miramos frente a frente. Me preguntó dónde vivía y si no tenía padres. Yo no contaba con preguntas de ese tipo ni con otras por el estilo, pero él no tenía aspecto de dejarme marchar tan fácilmente. Negué con la cabeza, vergonzosa, sin más explicaciones, a punto de taparme los oídos y los ojos con toda la fuerza que empelaba para saltar la escalera desde el peldaño más alto. No recuerdo si le dije que habían muerto, o si él me lo preguntó, y yo asentí. Por fin dejó que me marchara con su moneda de veinticinco pesetas, redonda, como los chupa chups que compré con ella.
Algunos años después, mi madre conoció al señor donante de limosnas. Solía detenerse a saludarlo cuando pasábamos junto a su parada de hules. Nunca sabré si me reconoció junto a mi saludable madre, los viernes que la acompañaba al mercado.
Mi confianza en ella ha sido tan estrecha como la que he compartido con mis mejores amigas, sin embargo, nunca le expliqué que un día pedí limosna, y lo más absurdo es que si lo hiciera, tan sólo abriría la boca como una «o» e, inocente, emitiría un sonido de asombro, como un prolongado eco procedente de la infancia. Nada más.


EL siglo XXI daba sus primeros pasos cuando escuché la canción que daría un vuelco a mi vida. La cantaba Lorna y se titulaba ‘Papi chulo’. Todavía me estremezco al recordar la letra ‘Tú quieres mmm, te gusta el mmm Te traigo el mmm ‘. Desde entonces me aficioné al reggeton y a escuchar a los mejores: Daddy Yankee (A ella le gusta la gasolina, dale más gasolina), Vico C (Te voy a tomar, te voy a besar, te voy apretar), Don Omar (Dale, Don, dale Pa’ que se muevan la yales Pa’ activar los anormales ) y así hasta ahora, que me gusta Despacito, sobre todo la parte en la que canta Daddy (Ven prueba de mi boca para ver cómo te sabe Quiero, quiero, quiero ver cuánto amor a ti te cabe ) e incluso Becky G (A mí me gustan más grandes Que no me quepa en la boca). Incluso me gusta el trap Bad GYal (vistes mercadona yo soy una señora estas adidas made in china pero yo voy más mona)
Hace quince años me adelanté a mi tiempo, aposté por la música que ahora lo está petando a lo grande, pero como tengo una reputación de intelectual que mantener soy incapaz de confesarlo.


Soy crítico cinematográfico y la conferencia de Barcelona fue todo un éxito. Las loas al séptimo sello, a Perros de paja, a Reservoir dogs, o a la gata sobre el tejado de zinc fueron recibidos con aplausos y vítores. Y las críticas a las comedias de medio pelo, cuyos máximos representantes eran los hermanos Farrelly se recibieron con asentimientos de cabeza.
Luego llegaron las preguntas, el cocktail y la socialización. La despedida fue breve.
Un taxi me llevó a casa. Me quité los zapatos, me puse cómodo en el sofá, encendí la TV y me preparé para disfrutar de mi secreto inconfesable, la mejor película de todos los tiempos, Los Bingueros de M. Ozores.


Aunque mi vida es bastante anodina, tengo un secreto inconfesable que compartir con vosotros. Mi hermana y yo mantenemos una relación de pareja.
La verdad es que siempre he estado enamorado de mi hermana que ahora tiene 42 años y es dos años mayor que yo. Desde que era poco más que un bebé me pareció muy guapa, muy lista y sentía que me quería mucho. Con el tiempo nos fuimos distanciando geográficamente ya que ella estuvo residiendo unos años en Londres dedicándose al marketing y cambiando varias veces de novio. Solo conocí a uno de ellos que era italiano y siempre estaba colocado de maría.
A su vez, yo me casé con una pija obsesionada con las marcas, la ropa y el móvil. No llegamos a tener hijos.
La situación actual nació hace unos dos años y no podemos echarle la culpa a una noche de juerga cargada de copas o drogas. Todo fue mucho más natural. Estábamos en la playa disfrutando del apartamento de mis padres y era mi primer verano tras el divorcio. Ella había vuelto de Inglaterra en mayo y trabajaba en una empresa en Barcelona donde la ficharon para montar ella sólita toda una campaña de lanzamiento de unas apps que tenía como fecha límite el 31 de julio. Por eso no nos habíamos visto muchas veces desde su vuelta.
Andaba cerca de la orilla y el agua apenas me llegaba al gemelo. Estaba distraído. De repente noto las gotas de agua mojándome la espalda y las risas de mi hermana dando patadas a las olas con mi cuerpo de objetivo final.
Al darme la vuelta e ir a por ella, se puso a correr hacia mar adentro. Vestía un bikini negro y tenía la piel dorada (quizás por escapadas a los rayos UVA a la hora de comer). Salté sobre el agua para seguirla y enseguida la alcancé. Cogí sus dos manos con mi mano y la mojé. Se reía y gritaba. Se soltó y me empujó. No consiguió desplazarme. La cogí entre mis brazos. Sentía una erección. La besé en los labios. La volví a besar. Nos tiramos al agua agarrados nuestras bocas unidas en un beso secreto y largo.
Salimos a la superficie. La subí con mis piernas y empecé a besarla en el ombligo y en sus pequeños pechos protegidos por el bikini. Ella preguntaba «¿qué haces?» y sonreía picaramente. «Ya era ahora». «Eso es lo que querías».
Volvimos a la orilla cogidos de la mano. Esa unión física simbolizaba una unión espiritual que ya no se va a romper jamás.

Un comentario

  • C.Martín diciembre 25, 2017en8:21 pm

    Ay, Terelu… xddd

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