Mario Bellatín. Disecado

septiembre 1, 2017

Mario Bellatín, Disecado
Sexto Piso, 2011. 94 páginas.

Bellatin tiene un universo propio al que nos deja asomarnos en las páginas de sus libros. Es tarea difícil hacer un resumen de los dos cuentos incluídos en este volumen. En el primero hay un desdoblamiento en el que un Bellatín viejo habla a uno joven tendido en una cama, reflexionando acerca de la obra del autor y asumiendo también otros roles. En el segundo la escritora Margo Glantz también se transformará en otros personajes en diferentes épocas.

Siempre me gustan sus libros porque no sabes lo que te vas a encontrar y eso siempre es atractivo. Me recuerda a los experimentos que hace Aira, pero con un tono más poético y una estrutura formal más compleja.

Estimulantes.

Habia logrado no dar la imagen de alguien vencido por la vida. No había exhibido nunca, de manera pública al menos, ningún aspecto de decadencia. Aunque quizá me esté confundiendo con respecto a esta apreciación, ya que ciertas personas que lo conocieron añrman lo contrario. Lo que sí sabía era que durante sus tiempos finales se hizo de una cantidad algo grande de perros callejeros. Uno de ellos carecía incluso de la pata trasera. Dicen que en las noches los llevaba a pasear dentro de un carro de supermercado que le obsequiaron algunas personas caritativas poco antes de que muriera. También se afirmaba que dejó un testamento donde lo único que especificaba era a quién le otorgaría cada uno de los animales, así como las instrucciones precisas sobre cómo debería ser su entierro. Parece que, aparte del testamento, dejó una carta dirigida a la sheika que administraba la tequia —la mezquita sufí— a la que era tan afecto, y a la que acudía con cierta regularidad. X Las primeras palabras de las cuales capté algún sentido más o menos preciso fueron las que pronunció para referirse a la detección temprana de una necesidad constante de escribir sin escribir. De una urgencia por resaltar en sus textos los vacíos y las omisiones antes que las presencias habituales. Quizá por eso buscó, desde sus primeras obras, lograr una forma de redacción que de algún modo escapara a las estructuras narrativas en el
sentido tradicional. Para ¿Mi Yo? escribir fue desde el comienzo un simple recurso para ejercer, de manera un tanto hueca, el mecanismo de la creación. Tal vez por ese motivo copió sin cesar, desde que era niño, los textos que aparecían en los frascos de alimentos o de medicinas que se encontraran en su casa. También fragmentos de libros de otros autores. Se dedicó durante algún tiempo sólo auna especie de trabajo de transcripción, ejercicio que separa muchas veces a la escritura de su supuesta función original, es decir, la de transmitir ideas. A pesar de lo estupefacto que me mostré al verlo con vida sentado allí, en el borde de mi cama, ¿Mi Yo? no pareció advertir mi reacción y siguió sin más con su discurso. Dijo que muchas veces había constatado con terror el carácter profético de algunas de sus obras. Señaló que se había visto envuelto, quince o veinte años después de haberlas concebido, en situaciones similares a las que aparecían en la ficción. Puso como ejemplo un texto en particular: su libro Salón de belleza. Recordó que poco después de haberse realizado el montaje teatral de aquella obra, la enfermedad que lo llevó a la muerte apareció en su cuerpo con una fuerza devastadora. Se hizo presente en su organismo una dolencia semejante a la que algunos piensan que se retrata en la ficción. Desde el primer momento le advirtió al director de teatro que no deseaba participar en la puesta en escena que se iba a llevar a cabo.

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