Marie Luise Kaschnitz. La niña gorda y otros relatos inquietantes.

abril 4, 2019

Marie Luise Kaschnitz, La niña gorda y otros relatos inquietantes
Hoja de lata, 2015. 186 páginas.
Tit. Or. Gesammelte werke. Trad. Santiago Martín Arnedo.

Incluye los siguientes relatos:

Osos polares (1965)
Los sueños de Jennifer (1969)
La avalancha (1952)
El deshielo (1960)
El paseo (c. 1927)
La niña gorda (1952)
Quién conoce a su padre (1965)
Un mediodía, a mediados de junio (1960)
Sí, mi ángel (1966)
Un hombre, un día (1964)
El tarado (1969)
Conversaciones lejanas (1966)

Que se mueven entre lo cotidiano y lo sobrenatural o extraño, a veces apenas insinuado en la historia, otras eje del relato. Así en el primero, Osos polares, un marido pregunta a su mujer si le quiso de verdad o si empezó a salir con él por despecho. Mientras ella afirma que sí, que le quiso siempre, sus pensamientos nos desvelan la verdad de lo sucedido. El final nos trae la sorpresa y lo extraño. En el deshielo una pareja parece esperar la visita de un hijo adoptado, que tomó la mala senda, y que, aunque les dijeron que ha muerto, no están seguros de ello. No hay nada sobrenatural en el final y sí una gran pena.

Bien escritos, algunos muy buenos, otros normalitos, ha sido una lectura aprovechada. Sobre todo porque mientras leía el libro, sentado en un concurrido parque de Barcelona, se me ocurrieron ideas para cuatro relatos -sin relación con los temas de los cuentos, como si las musas estuvieran leyendo por encima del hombro.

Recomendable.

P.D. un extracto del epílogo:

Afirmaba el dramaturgo belga Maurice Maeterlinck: «Apenas expresamos algo lo empobrecemos singularmente. Creemos que nos hemos sumergido en las profundidades de los abismos y cuando volvemos a la superficie la gota de agua que pende de la pálida punta de nuestros dedos ya no se parece al mar del que procede. Creemos que hemos descubierto en una gruta maravillosa tesoros y cuando volvemos a la luz del día solo traemos con nosotros piedras falsas y trozos de vidrio; y sin embargo en las tinieblas relumbra aún, inmutable, el tesoro».

Extractos del texto:

El 21 de abril la señora Andrew, quien ha notado que Jennifer en lugar de remolonear insistentemente antes de irse a la cama, como era su costumbre, quiere acostarse tan pronto acaba de cenar, se ha pasado una hora sentada en la cama junto a su hija. Le cuenta sobre su infancia, le lee en voz alta, le canta canciones cuya letra no recuerda bien. ¿Cómo continuaba, te acuerdas tú? Pero Jennifer ha dejado hace tiempo de escucharla. Vuelve su rostro hacia la pared.
El 23 de abril la señora Andrew, que cree hechizada a su hija, considera la posibilidad de llamar a un sacerdote, de esos que viven en la ciudad de Londres y que expulsan los espíritus con todo tipo de artimañas piadosas. Pero rechaza tal idea, puesto que no se trata de escándalos nocturnos y porque además teme enojar a su marido con tales supersticiones.
El 25 de abril la señora Andrew presiona a su hija para que le cuente más cosas sobre la mujer desconocida. ¿Qué aspecto tiene, cómo es su cabello, qué edad tiene, cómo viste, duermes con ella, en qué cama, cómo es la habitación? Jennifer no responde, vomita el desayuno y se retrasa más de una hora en llegar al colegio.
El 30 de abril Jennifer vomita nuevamente su desayuno, aunque la conversación esta vez no trata de los sueños. La señora Andrew llama al médico, que le gasta bromas a Jennifer, le hace decir «ah» a la niña y examina sus ojos arrastrando sus párpados hacia abajo. Cuando la señora Andrew comprueba que al médico no se le ocurre qué más hacer, lo despide impacientemente. Ya en la puerta, el doctor se vuelve una última vez y dice: ¿y usted, señora Andrew?, mientras la mira a la cara atentamente. La señora Andrew, consciente de su mal aspecto y de que sus movimientos son desordenados, responde enojada: no me pasa nada, estoy bien, solo me preocupo por Jennifer y no recibo apoyo alguno de mi marido, él se desentiende de todo.
El 3 de mayo la señora Andrew no está ya segura de que su marido esté ajeno a los sueños de Jennifer y que solo sepa de ellos por lo que ella misma le ha contado. Cuando por la tarde entra en su habitación de trabajo, Jennifer está sentada en un taburete a los pies de su padre, quien acaricia el largo cabello de la niña. La señora Andrew tiene la impresión de que los ha oído cuchichear y de que se han callado, como si fueran intrigantes sorprendidos mientras urden su plan, al verla entrar. Por la noche la señora Andrew se sienta en la cama y entre sollozos dice: tú y Jennifer, Jennifer y la mujer, nadie se preocupa de mí, estoy sola. El señor Andrew la tranquiliza, nunca ha hablado con Jennifer sobre sus sueños, ella viene algunas tardes a su habitación, especialmente cuando él hace música, pero suele venir también a veces sin ningún motivo en especial.

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