Mariana Enríquez. Los peligros de fumar en la cama.

enero 22, 2018

Mariana Enríquez, Los peligros de fumar en la cama
Anagrama, 2017. 204 páginas.

Incluye los siguientes cuentos:

El desentierro de la angelita
La Virgen de la tosquera
El carrito
El aljibe
Rambla Triste
El mirador
Dónde estás corazón
Carne
Ni cumpleaños ni bautismos
Chicos que faltan
Los peligros de fumar en la cama
Cuando hablábamos con los muertos

Tras el éxito de su primer libro de cuentos publicado Anagrama no pierde el tiempo y publica este, que es en realidad el primer libro de cuentos de la autora, publicado en 2009. Pero no importan los tejemanejes editoriales si la calidad es buena.

Los cuentos se inscriben en el mismo marco cotidiano terrorífico de Las cosas que perdimos en el fuego, con más aire de Cortázar aún si cabe, aunque con calidad desigual. Frente a la calidad de los tres primeros cuentos y los dos últimos (maravilloso esa Virgen de la tosquera, redondo y cruel) el resto son un poco más flojos. Que no quiere decir que sean malos, al contrario, son muy buenos. Y además así podemos ver que la autora es humana.

Cuesta encontrar escritores de género con calidad literaria. Cuando pasa, como es el caso de esta autora, uno sólo puede dar gracias a las musas por contarle al oído historias tan terroríficas y bien escritas.

Muy bueno.

Pero no. Estábamos ahí sentadas en toda nuestra gloria, y él besándose con Silvia culo chato, vieja además. El sol ardía, y a Silvia culo chato ya se le estaba pelando la nariz, un desastre, usaba protectores solares de cuarta. Nosotras, impecables. En un momento, Diego pareció darse cuenta. Nos miró distinto, como si registrara que estaba con una negra fea. Y dijo «por qué no vamos nadando hasta la Virgen». Natalia se puso pálida, porque ella no sabía nadar. Nosotras sí, pero no nos animábamos a cruzar la tosquera, que era muy profunda y larga, si nos ahogábamos no había quien nos salvara, estábamos en el medio de la nada. Diego adivinó: «Sil y yo vamos nadando, ustedes agarren por el costado caminando y nos vemos allá. Quiero ver ese altar de cerca, ¿se copan?»
Dijimos que sí, que claro, aunque estábamos preocupadas porque si le decía «Sil» a lo mejor nuestra percepción de que nos miraba distinto era equivocada, nomás nos moríamos de ganas de que fuera así y ya estábamos medio locas. Empezamos a caminar. Rodear la tosquera no era fácil: parecía mucho más chica cuando una estaba sentada en la playita. Era enorme. Debía tener unas tres cuadras de largo. Diego y Silvia avanzaban más que nosotras, y veíamos las cabezas oscuras aparecer a intervalos, medio doradas bajo el sol, tan luminosas, y los brazos levantando surcos de agua,
resbaladizos. En un momento tuvieron que parar, lo vimos desde el costado —nosotras, bajo el sol, con polvo pegado al cuerpo por la transpiración, algunas con dolor de cabeza por el calor y la luz fuerte en los ojos, caminando como si anduviéramos cuesta arriba—; los vimos parar y hablarse, Silvia se reía tirando la cabeza para atrás y manteniendo los brazos en movimiento para no hundirse. Eran demasiados metros para nadar de un tirón, ellos no eran profesionales. Pero a Natalia le dio la impresión de que no paraban nomás por cansancio, creyó que estaban tramando algo, «a esa yegua se le ocurrió alguna», dijo, y siguió caminando hacia la Virgen que apenas se veía adentro de la gruta.
Diego y Silvia llegaron justo cuando nosotras doblábamos a la derecha, a caminar los últimos cincuenta metros que nos separaban de la gruta de la Virgen. Seguramente nos vieron resoplando, con las axilas oliendo a cebolla y el pelo pegado a las sienes. Nos miraron bien, se rieron igual que lo habían hecho cuando dejaron de nadar, y se volvieron a tirar al agua, para nadar con toda velocidad de vuelta a la orilla de la playita. Así nomás. Se les escucharon las carcajadas burlonas junto al chapuzón. «¡Chau, chicas!», gritó Silvia triunfal antes de volver nadando, y nosotras ahí heladas a pesar del bochorno, qué cosa rara, heladas y más muertas de calor que nunca, con las orejas ardiendo de odio mientras los veíamos irse riéndose de las tontas que no sabíamos nadar, imaginando nuestros propios reproches.

Un comentario

  • Cities: Walking enero 26, 2018en9:29 am

    100% de acuerdo contigo. A mí me pasó exactamente igual, pensé que se trataba de aprovechar el tirón mediático de ‘Las cosas que perdimos en el fuego’, pero por suerte para todos los aficionados al terror estaba equivocado de cabo a rabo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.