Julio Cortázar. El libro de Manuel.

febrero 22, 2013

Julio Cortázar, El libro de Manuel
Ediciones B, 1988. 420 páginas.

Compré este libro en 1990, cuando vivía en Donostia, en la librería Lagun (que tanto ha sufrido los ataques de la kale borroka). Dentro he encontrado un punto de libro de 1997, recién llegado a Barcelona, siete años después. ¿Quién hubiera dicho que despues de otros siete años me casaría? Tendría que haberlo releído en el 2014…

Poca cosa puedo añadir a los cientos de páginas que se han escrito sobre el autor y este libro, siempre considerado como menor, pero más por la estatura de sus hermanos que por su propia calidad. Aquí tienen todo un ensayo: Libro de Manuel, de Julio Cortázar, entre la vanguardia estética y la revolución política.

El libro narra las aventuras de un grupo que prepara una especie de atentado/secuestro, mientras se intercalan noticias reales del periódico, se narran las vidas y amores de algunos miembros del grupo, y se habla de la propia creación del libro, destinada a Manuel, un bebé.

Que sea un libro comprometido siempre se ha utilizado en su contra, pero Cortázar es capaz de armar una buena novela, de innovar con la intercalación de noticias, y salir airoso de todo junto. Hay párrafos memorables.

Calificación: Muy bueno.

Extracto:
¿Y los libros, esos fósiles necesitados de una implacable gerontología, y esos ideólogos de izquierda emperrados en un ideal poco menos que monástico de vida privada y pública, y los de derecha inconmovibles en su desprecio por millones de desposeídos y alienados? Hombre nuevo, sí: qué lejos estás, Karlheinz Stockhausen, modernísimo músico metiendo un piano nostálgico en plena irisación electrónica; no es un reproche, te lo digo desde mí mismo, desde el sillón de un compañero de ruta. También vos tenés el problema del puente, tenés que encontrar la manera de decir inteligiblemente, cuando quizá tu técnica y tu más instalada realidad te están reclamando la quema del piano y su reemplazo por algún otro filtro electrónico (hipótesis de trabajo, porque no se trata de destruir por destruir, a lo mejor el piano le sirve a Stockhausen tan bien o mejor que los medios electrónicos, pero creo que nos entendemos). Entonces el puente, claro. ¿Cómo tender el puente, y en qué medida va a servir de algo tenderlo? La praxis intelectual (sic) de los socialismos estancados exige puente total; yo escribo y el lector lee, es decir que se da por supuesto que yo escribo y tiendo el puente a un nivel legible. ¿Y si no soy legible, viejo, si no hay lector y ergo no hay puente? Porque un puente, aunque se tenga el deseo de tenderlo y toda obra sea un puente hacia y desde algo, no es verdaderamente puente mientras los hombres no lo crucen. Un puente es un hombre cruzando un puente, che.

Una de las soluciones: poner un piano en ese puente, y entonces habrá cruce. La otra: tender de todas maneras el puente y dejarlo ahí; de esa niña que mama en brazos de su madre echará a andar algún día una mujer que cruzará sola el puente, llevando a lo mejor en brazos a una niña que mama de su pecho. Y ya no hará falta un piano, lo mismo habrá puente, habrá gente cruzándolo. Pero andá a decirle eso a tanto satisfecho ingeniero de puentes y caminos y planes quinquenales.

Páginas para el libro de Manuel: gracias a sus amistades entre conmovidas y cachaderas, Susana va consiguiendo recortes que pega pedagógicamente, es decir alternando lo útil y lo agradable, de manera que cuando llegue el día Manuel lea .el álbum con el mismo interés con que Patricio y ella leían en su tiempo El tesoro de la juventud o el Billiken, pasando de la lección al juego sin demasiado traumatismo, aparte de que vaya a saber cuál es la lección y cuál el juego y cómo será el mundo de Manuel y qué carajo, dice Patricio, haces bien, vieja, vos pegoteale nuestro propio presente y también otras cosas, así tendrá para elegir, sabrá lo que fueron nuestras catacumbas y a lo mejor el pibe alcanza a comerse estas uvas tan verdes que miramos desde tan abajo.

Reflexiones parecidas no los ponen melancólicos sino que más bien los regocijan enormemente, y por ejemplo Susana decide que a Manuel le convendrá, en plena escuela primaria argentina, enterarse de que ahí al lado se hablan cosas que otros pibes igualmente sudamericanos chamuyan sin problema, todo lo cual contribuirá pestalozzianamente a amortiguar la compartimentación y el provincialismo de los pibes en cuestión, y sin pensarlo más unta con abundante secoline una página entera del álbum y le planta una muestra chilena obsequiada por Fernando (por lo demás desaparecido del mapa desde su probable sospecha de que las papas queman y mejor guarecerse cuerdamente en su cuarto de hotel porque las becas son cosa delicada), y así llegado a la alfabetización Manuel se enterará de que

Guenos pa la pestaña están los púgiles

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