Juan Carlos Márquez. Llenad la tierra.

abril 24, 2013

Juan Carlos Márquez, Llenad la tierra
Menoscuarto, 2010. 164 páginas.

Sigo con los libros de cuentos de Juan Carlos Márquez; uno va acumulando tantas buenas referencias que es imposible estar al día aunque te guste el autor. Los cuentos incluídos en este libro son los siguientes:

El corazón de mi padre
Restos
Mamá recitando a Neruda
Belgrado 1976
El orden integral
Amigos
De peceras y trenes
Llegado el momento
Sopla
Es sólo un hombre
La vida discontinua
El progreso
Subterfugios
Nahuk
Cuántica
Papá, mírame
La meteorología
Hacer lo necesario
La eternidad
Mecánica popular
Mujer desfallecida
Un relieve verdoso
Las preposiciones de Blint

Me ha pasado lo que a mi amigo Vigo con Candeira, el que más me ha gustado es el que ya conocía Las preposiciones de Blint, pero como está al final no me ha estropeado el resto de cuentos. Muy bueno el primero (en el que es inexacto decir que el padre es un zombi, como afirma la contraportada), y entiendo completamente la angustia de Papá, mira.

Diferentes temas, diferentes calidades, pero un conjunto muy disfrutable. Dejo dos cuentos no tanto por su calidad sino por su brevedad. Un par de reseñas aquí: Llenad la tierra y Llenad la tierra

Calificación: Muy bueno.

Extractos:

El orden integral

—Estoy detrás de usted, joven.

—No señora, si se va, dejará, de estar detrás de mí.

—Yo sólo quiero que me guarde usted el turno.

—¿Qué turno?

—El de la fila, cuál iba a ser.

—Lo lamento, pero me es imposible. Eso iría contra los principios.

—¿Qué principios?

—Los de la fila. Todas las filas tienen principios y finales. Es usted mayorcita. Debería saberlo.

—No le entiendo, joven.

—Es sencillo, señora. Si le guardo el turno estaría alterando el continuo espacio-tiempo, la fila quedaría inconclusa y, como consecuencia, su término sería ficticio. Todo quedaría reducido a una aproximación. Tendería a.

—Vamos, que no quiere usted guardarme la vez.

—No es eso, señora, pero hay abismos a los que no conviene asomarse.

—A ver: ¿y si yo dejara en el lugar que ocupo ahora, sobre esta misma baldosa, un objeto como prenda? Micarné de donante de sangre, el carro, el broche de araña que me obsequió mi esposo por nuestro aniversario…

—No sé. No sé. Eso, a la larga, tal vez provocaría problemas de simultaneidad.

—No comprendo.

—Verá. No es complicado. Habría un momento en el que usted tendría que sustituir el objeto por su persona de usted y, en ese instante preciso, lo que tendríamos serían dos plazas ocupadas: la de usted y la del broche de araña que, pongamos por caso, la sustituye a usted, lo que trastocaría el equilibrio de la fila durante un tiempo, el que sea, una décima o una milésima de segundo, eso es lo de menos. Lo importante es que yo, con mi conducta permisiva, habría contribuido a inducir episódicamente el caos. Y eso es algo que no debo ni puedo permitirme.

—Puede usted creerme o no, joven, pero le juro por mis nietos que mis intenciones son buenas: yo sólo quiero coger una bolsa de pan de molde integral que se me ha olvidado.

—Esa u otras excusas similares terminan arguyendo todas, pero las alteraciones en las filas no son un algo aislado y, por eso, tarde o temprano, acaban teniendo consecuencias. La extraordinaria hermosura de Helena, sin ir más lejos, abocó a miles de hombres a la Guerra de Troya, y una sola bala disparada por un solo hombre en Sarajevo dio origen a la primera Guerra Mundial. ¿Qué puede usted decirme sobre eso?

—Nada. No puedo decirle nada. Supongo que tendré que perder mi puesto en la fila o prescindir del pan de molde integral.

—También podría usted provocar una reacción en cadena.

—¿Una reacción en cadena?

—Sí. Es bastante socorrido. Servirá con que le comente a quien le sigue en la fila que se ha olvidado de coger el paquete de pan integral de molde. Éste habrá de decírselo al siguiente en la cola y así sucesivamente, hasta que llegue el momento en que la voz de alerta llegue a la persona adecuada, que con sólo estirar un brazo pueda alcanzar el paquete, y quien lo entregará a quien le antecede en la fila, y éste al anterior, así hasta que el paquete llegue hasta usted.

—Hum. Creo que eso es lo que haré. Gracias.

—De nada. Si necesita cualquier otra cosa de mí, estaré por aquí, en ésta o en cualquiera otra fila. Alerta. Velando por el orden.


Amigos

Un hombre con la ropa hecha jirones que hedía a vino barato me paró ayer en el vestíbulo del supermercado: «En, Adolfo, ¿no me reconoces? Soy yo, Leo, tu amigo imaginario de la infancia».

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