José Carlos Somoza. Clara y la penumbra.

enero 5, 2012

Planeta, 2002. 540 páginas.
José Carlos Somoza, Clara y la penumbra
Arte

Este libro me sorprendió de muchas maneras, todas agradables. Después de un primer contacto con el autor (La caverna de las ideas) decidí seguirle la pista, y he hecho bien.

El mundo en el que transcurre la historia es casi como el nuestro, con una particularidad. Hay una tendencia dominante en el arte que consiste en pintar sobre (o con) lienzos humanos. A esto se le llama pintura hiperdramática y el mayor genio mundial es Bruno van Tysch. Un cuadro ha sido asesinado y mientras se intenta encontrar al criminal la joven Clara será escogida para formar parte de la última exposición de van Tysch.

En primer lugar la historia es un thriller construido con maestría, que te mantiene pegado a las páginas y que tiene un ritmo envidiable. Podría pensarse entonces que estamos ante literatura de consumo. Pero de vez en cuando el autor se descuelga con algunas frases que seguramente firmarían plumas más ilustres.

Por otro lado la reflexión del mundo del arte donde los seres humanos son tratados como si fueran objetos y además están orgullosos de serlo es en mi opinión una crítica afilada y en ocasiones perturbadora al modo de vida actual, mucho más eficaz que Los príncipes nubios.

Otra reseña aquí: Clara y la penumbra

Calificación: Muy bueno.

Un día, un libro (127/365)

Extracto:
Bosch rió con Braun, pero la seriedad de la señorita Wood permaneció intacta.
—Déme una definición —pidió ella. —¿Una definición?
—Sí. ¿Qué cree usted que es el arte HD? «¿Qué pretende ésta ahora?», se dijo Braun. Aquella mujer lo ponía nervioso. Se ajustó el nudo de la corbata y carraspeó al tiempo que miraba a su alrededor, como buscando las palabras correctas en alguno de los rincones de la habitación rojiza.
—Yo diría que son personas que se quedan quietas y los demás dicen que son pinturas, ¿no? —contestó. Su ironía no modificó el semblante de la mujer. —Justo lo contrario —replicó Wood. Y entonces sonrió por primera vez. Era la sonrisa más desagradable que Braun había visto en su vida—. Son pinturas que a veces se mueven y parecen personas. No es cuestión de terminología, sino de puntos de vista, y éste es el punto de vista que adoptamos en la Fundación. —El tono de voz de la señorita Wood era gélido, como si, de alguna forma misteriosa, cada una de sus palabras fuera una amenaza encubierta—. La Fundación se encarga de proteger y gestionar las obras de Bruno van Tysch en todo el mundo, y yo soy la principal responsable de la sección de Seguridad. Mi tarea, y la de mi colaborador, el señor Lothar Bosch, consiste en impedir que los cuadros de Van Tysch sufran el menor daño. Y Annek Hollech era un cuadro que valía mucho más que todos nuestros sueldos y pensiones de jubilación juntos, detective. Se titulaba Desfloración, era un original de Bruno van Tysch, estaba considerado una de las grandes obras de la pintura moderna y ha sido destruido.
A Braun le impresionaba la helada furia que desprendía aquella voz rápida y susurrante. La señorita Wood hizo una pausa antes de proseguir. Sus gafas negras contemplaban a Braun con el doble reflejo rojo de la mesa incrustado en ellas.
—Lo que ustedes consideran un asesinato nosotros lo consideramos un grave atentado contra una de nuestras obras. Como comprenderá, nos sentimos enormemente implicados en la investigación, por eso les hemos pedido colaborar. ¿Le queda claro?
—Perfectamente.
—Ni por un momento piense que vamos a obstaculizar su labor —siguió diciendo Wood—. La policía camina por su lado y la Fundación por el suyo. Pero le rogaría que nos mantuviese informados de cualquier variación que se produjera en el curso de sus investigaciones. Muchas gracias.
La reunión finalizó de inmediato. Guiado por la chica de relaciones públicas que lo había recibido al llegar, Braun recorrió de vuelta los laberínticos pasillos del ala oval del Museums-quartier. En la calle, el cuantioso sol de verano le devolvió la tranquilidad.
Mientras conducía el coche en dirección a su casa, y sin previo aviso, el nombre exacto centelleó en su cabeza como un relámpago rojo. Púrpura mágica.
Así se titulaba la rojísima obra que olía como su esposa. Rojo fuego, rojo carmín, rojo sangre.


Hubo una pausa. A Oslo le resultó evidente que había dado en el clavo.
—Ésa es tu idea, ¿verdad? ¿Y qué ocurrirá con la copia? Sabes perfectamente que estamos hablando de seres humanos…
—La protegeremos —dijo ella.
De repente Oslo percibió que no era sincera.
—No, no la protegerás. No te serviría de nada si la protegieras… Quieres usarla como cebo. Quieres tenderle una trampa. ¡Vas a entregarle a un sicópata una o varias personas inocentes para salvar a otras!
—Una copia de un cuadro de Van Tysch apenas vale quince mil dólares en el mercado, Hirum.
Oslo sentía que la vieja furia comenzaba a dominarlo.
—¡Pero son personas, April! ¡La copia son personas, igual que el cuadro original!
—Pero no valen nada con respecto al arte.
—¡El arte no significa nada frente a las personas, April!
—No quiero discutir, Hirum.
—¡Todo el arte del mundo, todo el maldito arte del mundo, desde el Partenón a la Mona Lisa, desde el David a las sinfonías de Beethoven, es basura en comparación con la más insignificante de las personas! ¿Es que no eres capaz de comprenderlo?
—No quiero discutir, Hirum.
Allí estaba ella, pensó Oslo, allí estaba ella, impávida, y el mundo seguiría rodando en la misma dirección. Defendamos la herencia del mundo, decía ella, defendamos las grandes creaciones humanas, pirámides, esculturas, lienzos, museos, elaboradas sobre cadáveres, huesos sobre huesos. Protejamos el patrimonio de la injusticia. Compremos esclavos para arrastrar bloques de granito. Compremos esclavos para pintar sus cuerpos. Para fabricar Ceniceros, Lámparas y Sillas. Para disfrazarlos de animales y hombres. Para destruirlos según su precio en el mercado. Bien venidos al siglo XXI: la vida se acaba, pero el arte persiste. Es un consuelo.
—No voy a colaborar en una injusticia —dijo Oslo.
La señorita Wood, de forma imprevista, sonrió.
—Hirum: tú has visto muchas obras de Van Tysch a lo largo de tu vida y sabes que una copia no puede compararse, artísticamente hablando, con un original del Maestro, ¿no es cierto?
__Oslo asintió—. Ahora bien, afirmas que la copia y el original
son seres humanos, y yo te doy la razón. Precisamente por eso, porque el material es el mismo, el valor difiere. Y a la hora de las grandes decisiones, uno debe inclinarse.por aquello que vale más. No quiero discutir, ya te lo he dicho, pero te pondré un ejemplo muy típico. Se quema tu casa y únicamente puedes salvar una sola obra. ¿Salvarías Busto de Van Tysch o una copia de Busto? En ambos casos estamos hablando de una niña de once o doce años de edad. Pero ¿a cuál de las dos niñas salvarías, Hirum? ¿A cuál de las dos?

4 comentarios

  • Nacho enero 5, 2012en12:34 pm

    Celebro que te gustara. Te prometo que hasta ahora pensaba que yo era el único que lo había leído…

    Por cierto, también comparto tu opinión sobre «Fantasmas», de Palahniuk. El macguffin del reality para escritores era ya suficientemente atractivo, pero el plato fuerte del libro son los relatos independientes de cada personaje. Me encantó.

  • Palimp enero 9, 2012en12:31 pm

    Ya ves que somos dos. Es difícil encontrar libros que sean a la vez entretenidos y de calidad. Este cumple da largo con las dos cosas.

    También coincido con ‘Fantasmas’. Las dos cosas son atractivas, y la mezcla, explosiva.

  • Malena enero 25, 2012en7:36 pm

    Me gustó muchísimo. Los personajes muy bien definidos y la historia hiperdramática. 😉 Realmente muy original.

  • Palimp enero 30, 2012en12:53 pm

    Coincidimos 🙂

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