José Ángel Barrueco. Asco.

enero 13, 2016

José Ángel Barrueco, Asco
Eutelequia, 2011. 172 páginas.

Resumen rápido del libro: Un tío se va de vacaciones a un crucero y lo pasa muy mal porque es un esnob. Valoración aún más rápida: Si ya me importa poco cuando mis suegros me cuentan sus vacaciones (no es verdad, querida suegra, es una licencia estilística), se pueden imaginar lo que me interesa las de este tipo. Absolutamente nada.

Puestos a repartir leña no nos quedemos ahí, porque el estilo es malo con ganas. Es un libro con tantos defectos que no sé ni por donde empezar. El personaje se hace insoportable desde la página uno, y no creo que se efecto intencionado porque parece autobiográfico. El crucero es el mismo en el que viajó Foster Wallace y se abusa de citas de su artículo y de otros autores. Se abusa muchísimo. También nos detalla los menús y las películas que se ofrecían diariamente. No sé si para hacer más largo el libro o para aburrir un poco más.

Todo son quejas. Se encuentra a unos niños jugando al mus y se escandaliza (fragmento al final) porque es un juego poco menos que demoníaco. No debe haber jugado nunca, me parece. Otra: quiere leer un libro y le molesta la gente que juega, la música de los altavoces… Lo entiendo. Hace tiempo yo iba a las discotecas a leer a Schopenhauer y era complicado. Poca luz, música estridente, gente borracha… hasta que un amigo me sugirió que probara a leer en una cafetería ¡menudo cambio!

La única queja que entiendo y comparto es la mala educación de la gente cuando tienes un carrito de bebé. Pero cuando se repite por décima vez también te hartas. Hace poco le comentaba a una amiga sobre Caterva: abre por dónde quieras, todo es bueno. Aquí es al contrario: abre por donde quieras, estará mal escrito. No se salva ni una página.

Este es un libro que no se debería haber publicado nunca. Yo llegué a través de esta elogiosa crítica: Asco, José Angel Barrueco y maldigo al autor de la misma con que sus lecturas de ahora hasta el fin de los tiempos sean de igual calidad que este libro. En esta reseña de Tongoy: “Asco” de Jose Angel Barrueco le meten caña sin medida hasta el punto de decir la siguiente frase:

Leyendo el ensayo de David Foster Wallace inmediatamente antes o inmediatamente después o inmediatamente antes y después de la cosa esta de Barrueco, este medio ensayo medio novela medio artículo periodístico, o leyendo, simplemente, como sea, ambos escritos, no puede hacer uno otra cosa que lamentar la enésima injusticia del día: que siempre se suicide el escritor equivocado.

Esto me sirve para criticar a los dos. En la tormenta son siempre tan buenistas que ponen bien libros infumables. No te vuelves a fiar de sus críticas. Tongoy, por el contrario, se pasa demasiado. Tampoco te lo crees. Ni tanto ni tan calvo, señores.

Valoración: Posiblemente el peor libro que he leído en mucho tiempo.

Porque, para las personas como yo, esto es, las que son felices con un libro en las manos, el silencio de la popa sólo mitigado por las olas y la vista del mar desde la silla o desde la tumbona, esa suma de actividades sobra. O, rectifico, no sobra: viene bien para que los animadores y el personal que trabaja en el barco entretengan a la masa mientras yo me voy a otro lado. Y aquí puedo enumerar una lista de las cosas que no me gustan o que no quise hacer a bordo:
No me conecté a internet porque una hora de conexión costaba veinte euros y porque quería vivir una semana sin ver la pantalla de un ordenador.
No pasaba en la discoteca más tiempo del que se necesita para beber un mojito porque ya no voy a las discotecas.
No iba a los bares porque las bebidas no incorporaban el Todo Incluido.
No me bañaba en la piscina ni en los jacuzzis porque detesto meterme en el agua con tanta gente.
No tomaba el sol porque odio hacerlo y mi dermatólogo lo desaconseja.
No iba al gimnasio porque te cobraban por ello y no me agrada el deporte.
No me involucraba en las actividades festivas, los concursos, las clases de relajación y demás espectáculos porque no soy sociable.
No compraba en las tiendas de impuestos libres porque yo sólo compro libros.
No iba a la biblioteca porque prefería leer en el exterior, mirando hacia el mar.
No jugaba en el casino porque no me gusta apostar ni tengo dinero para ello.
No me dedicaba a ver películas en la tele’porque eso sería como estar en casa.
Y alguien me hará dos preguntas, entonces:
¿Qué cojones hacías allí?
¿Y por qué fuiste?
Las respuestas son sencillas: fui porque quería conocer mundo, porque necesito viajar; y lo que hacía allí era leer, conversar con la familia, ponerme a la sombra, beber cervezas, observar a la gente y extraer conclusiones de sus conductas, mirar hacia el agua y hacia el cielo sin pensar en nada, o a veces sólo pensando en cómo sería caerse al mar y ahogarse.
Bien, ya lo has adivinado: yo era el pasajero más raro.
Aquella mañana me desperté descansado aunque habíamos dormido muy poco. En realidad, desde que pisamos el barco creo que nunca llegué a dormir más de seis horas. El aire acondicionado del techo, una brisa ligera pero efectiva, ayudaba a dormirse. Por las mañanas, tras el aseo, me fascinaba correr las cortinas y salir al balcón a ver el mar. La visión relaja a cualquiera. Uno se asoma y no ve personas: los únicos síntomas de vida comparecen cuando se divisa algún carguero en alta mar o varios barcos y lanchas cuando te aproximas a un puerto.
Desayunamos pronto porque ese día estaba programado el Ejercicio de Emergencia General para Pasajeros a las 11:00 horas. Si el ejercicio comienza a las 11:00 de la mañana, eso quiere decir que deberías estar listo y atento un rato antes. Pongamos a las 10:30, por si acaso: para que te sobre tiempo entre el desayuno y el simulacro. Pero antes debes desayunar, y eso dura bastante si lo haces en familia. Y antes debes ir a la zona del bufet, y antes deberías ducharte. De modo que terminas desayunando en torno a las 9:00 o 9:30 y te levantas a las 8:00, dependiendo del día (da igual que te hayas acostado tarde la noche previa).
Hablaré más tarde del bufet libre del Windsurf Café de la cubierta 11, donde anuncian «Café, Zumos y Bollería» pero ofrecen variados platos.


¿A qué jugáis, chavales?, preguntó uno de nosotros.
Ninguno de los muchachos respondió, estaban jugando muy erguidos y muy dignos, y nunca supimos si no habían oído la pregunta o es que eran ya muy estirados y muy cretinos (como muchos de sus padres), tal vez no hicieron caso o se hicieron los sordos al oír la palabra «chavales».
Los cabrones están jugando al mus, observó entonces quien había preguntado.
En efecto: aquellos pequeños cabrones no jugaban a los juegos de naipes que a uno le enseñan o le permiten aprender cuando es niño, la brisca o la escoba, sino que jugaban al mus, un juego más propio de adultos en el que se hacen muecas y guiños y engaños y se suele apostar cierta cantidad de dinero o de legumbres.
No sé si los padres son cada vez más permisivos o si son totalmente pasivos. No sé si son capaces de permitírselo todo a sus hijos o si les da igual lo que sus hijos hagan.

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