Jorge Carrión. Librerías.

febrero 3, 2015

Jorge Carrión, Librerías
Anagrama, 2013. 342 páginas.

Este es un libro de amor a los libros y, por extensión, a las librerías. Porque en algún sitio hay que comprarlos y no todas las librerías son iguales. Algunas tienen una historia interesante, otras son joyas arquitectónicas, todas nos ofrecen un fondo en el que intercambiar esa cosa anónima que es al dinero por un poco de literatura.

El autor, que ha tenido la suerte de viajar mucho, hace una recorrido por las librerías más interesantes del mundo. Pero no es éste un libro del tipo 100 librerías que hay que visitar antes de morir, sino que por áreas temáticas va tirando de recuerdos y documentación, construyendo una narración donde se mezclan nostalgia e información. Con un pasaporte invisible que va sellando en cada librería que visita.

Tampoco -por suerte- encontramos una glorificación del habito libresco. El autor sabe perfectamente que el hábito de acumular libros es una manía cualquiera que no tiene un aura especial. Pero que nos gusta. Una muestra:

¿Qué fue lo primero que hice al llegar a Sidney? Buscar una librería y comprarme una edición de bolsillo de The Songlines de Chatwin, cuya traducción al castellano había leído tiempo atrás, y otra de Austerlitz de Sebald, que acababa de publicarse en inglés. Al día siguiente visité Gleebooks y estampé uno de los primeros sellos de mi pasaporte invisible, que en aquella época (mediados de 2002) tenía un sentido, digamos, trascendente para mí, peregrinaba a las librerías, a los cementerios, a los cafés, a los museos, templos de la cultura moderna que adoraba todavía. Como se habrá adivinado ya a estas alturas del ensayo, hace tiempo que asumí mi condición de turista cultural o de metaviajero y que dejé de creer en pasaportes invisibles. La metáfora, no obstante, me parece bastante adecuada y, en el caso de los amantes de las librerías, serviría para enmascarar una pulsión fetichista y sobre todo consumista, un vicio que a veces se parece demasiado al síndrome de Diógenes. De aquel viaje de dos meses por Australia regresé con veinte libros en la mochila, algunos de los cuales desaparecieron en la criba de mis mudanzas sin haber sido leídos, hojeados, ni siquiera abiertos.

Un detalle: no sólo tiene citas de apertura -algo común- también las tiene de cierre, como ésta que me ha encantado:

Mirando atrás, tras medio siglo como librero en París, todo me parece como una obra de Shakespeare que nunca termina, en que los Romeos y las Julietas son eternamente jóvenes mientras yo me he convertido en un octogenario que, como el Rey Lear, está perdiendo lentamente sus luces.
GEORGE WHITMAN, The Rag and Bone Shop ofthe Heart

Un libro que como buen acumulador he disfrutado y que puede gustar incluso a lectores ocasionales. Más reseñas aquí: Librerías, Jorge Carrión , Un viaje interminable. «Librerías», de Jorge Carrión (Barcelona, Anagrama, 2013) y Jorge Carrión: Librerías.

Calificación: Muy bueno.

Extractos:

La censura proviene de lectores que conocen bien el efecto de los libros:

Cuando conquistó el poder, Stalin desarrolló un alambicado sistema de control de los textos, gracias en parte a esas experiencias personales que le habían permitido comprobar que toda censura tiene sus puntos débiles. Desde siempre los libros han sido elementos fundamentales en el control del poder y los gobiernos han desarrollado mecanismos de censura libresca, de igual modo a como han construido castillos, fortalezas y bunkeres que —inevitablemente— han terminado por ser tomados o destruidos, ignorando lo que ya dejó escrito Tácito: «Al contrario, la autoridad de los talentos perseguidos crece, y ni los reyes extranjeros ni los que procedieron con la misma saña lograron otra cosa que el deshonor para sí y la gloria para ellos.» Sin duda fue con la imprenta cuando los países comenzaron a experimentar serios problemas para frenar el tráfico de los libros prohibidos.

La adaptación a nuevos medios de lectura no es cosa de ahora:

El pergamino era más resistente y más barato que el papiro, pero no fue adoptado fácilmente en el comercio del libro. […] Toda la antigua producción de librería prefería esta forma ligera y elegante, y había cierta aversión contra la pesadez y la rudeza del pergamino. Galeno, el gran médico del siglo II d. C, opinaba, por razones higiénicas, que el pergamino, debido a su brillo, lastima y fatiga los ojos más que el opaco y suave papiro, el cual no refleja a la luz. El jurista Ulpiano (fallecido el 229 d. C.) examinó como problema legal el punto de si los códices de vitela o pergamino debían ser considerados como libros en los legados de bibliotecas, punto que ni siquiera merecía discutirse para los papiros.

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