Jesús Rodríguez. La confesión.

julio 31, 2012

Jesús Rodríguez, La confesión
Mondadori, 2011. 362 páginas.

De piedra me he quedado al leer este libro. No sé que es más sorprendente, que un tipo como Marcial Maciel (cuyo nombre ya se las trae) escale posiciones en la jerarquía eclesiástica siendo pederasta, drogadicto, teniendo dos familias amén de varias identidades, o que existan congregaciones como los legionarios de cristo que hacen amables al Opus Dei. La combinación, digna de una mala novela de serie Z, no podía ser sino verdad.

En el libro se documenta la historia del fundador y de la legión de Cristo hasta su investigación por parte de Ratzinger ya convertido en Benedicto XVI. El autor ha tenido acceso a documentos internos del proceso de investigación que se presentan en el libro. El ascenso de la congregación se debió, entre otras cosas, a las buenas migas que el fundador tenía con Juan Pablo II.

Se echa de menos algún capítulo dedicado a los desmanes del Marcial Maciel, y no solo por el morbo -que también- sino porque la sombra de los pecadillos del fundador rondan todo el libro y lo único que se hace es enumerarlos. Sabemos que tuvo varias identidades, entre ellas la de petrolero y exagente de la CIA, pero no sabemos como las consiguió ni qué hizo con ellas.

Si a esto añadimos los elogios al Papa actual uno se imagina que a cambio de obtener acceso a fuentes interesantes se prometió no hacer demasiada leña del árbol caído, y está bien, basta con saber los hechos. Más miedo me ha dado ver lo bien situados que están los jerarcas eclesiásticos en las esferas del poder que el que uno de ellos fuera un bandarra.

Estaba leyendo este libro en el metro y a lado tenía a dos jóvenes con estética perroflauta (dicho sea desde el cariño). Pensé en el 15M, los indignados y las izquierdas en general. Luego pensé en el Opus y en los millones que recauda y maneja la Legión de Cristo. Conclusión: estamos apañados.

Calificación: Muy bueno.

Un día, un libro (333/365)

Extracto:

[…]arrojarles a los gendarmes del Santo Oficio e incluso abroncar en público a los teólogos díscolos; disciplinar a las órdenes religiosas; destituir a los directores de las revistas religiosas más avanzadas y sustituirlos por gente afín e incondicional, con la lección muy bien aprendida y un lenguaje sólo para iniciados; crear medios de comunicación apoyándose en laicos neocon; controlar a los sacerdotes y las monjas en el continente americano para que no le dieran disgustos a Juan Pablo como hicieron con Pablo VI; y ni una palabra sobre el celibato de los religiosos, la ordenación sacerdotal de las mujeres, el divorcio, el aborto, la eutanasia, la investigación con células madre y la clonación con fines terapéuticos. Eran problemas que no existían oficialmente en la Iglesia, pero de los que hablaban los sacerdotes y las monjas en voz baja.

Para esa batalla, Wojtyla necesitaba un ejército de refresco, incondicional, que no le planteara preguntas.Ya no le valían los franciscanos, dominicos o jesuítas. Estaban demasiado comprometidos con los pobres, fronterizos con el marxismo, enemistados con los poderosos (lo que suponía una merma de ingresos). Wojtyla encontró sus nuevos reclutas en el Opus, los kikos, Lumen Dei, los caris-máticos, Comunión y Liberación, Schoenstatt, San Egidio y en la Legión de Cristo. No eran muchos, pero eran muy activos. Juntos se montaron en la máquina del tiempo y rebobinaron hasta los años cincuenta, hasta una Iglesia con un poder centralizado, profundamente jerarquizado, sin lugar para la disidencia, con un Papa infalible, un monarca absoluto, el último de Europa.Y decidieron que ésa era la Iglesia de fin de siglo, la que tenía que reevangelizar el planeta, sobre todo Europa.

Maciel y Wojtyla eran casi gemelos. Habían nacido en 1920 con sólo dos meses de diferencia en el seno de familias conservadoras, rurales y de clase media. Criados en un catolicismo piadoso, vigoroso, excluyente, muy de resistencia política y unido al sentimiento nacional de México y Polonia.

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