Jesús Cuadrado. Psicopatología de la viñeta cotidiana.

enero 18, 2012

Jesús Cuadrado, Psicopatología de la viñeta cotidiana
Glenat, 200. 460 páginas.
Con voz propia

Cuando compré este libro (a buen precio, por cierto) pensé que o bien era muy interesante, o bien un ladrillo. Lo que no me imaginaba es que iba a ser las dos cosas.

Ladrillo porque Jesús Cuadrado habla con un lenguaje propio lleno de alusiones que para entenderlas hay que saber de quién se está hablando. Como es una recopilación de artículos y algunos son bastante antiguos vaya usted a saber a qué se refiere el autor.

Interesante porque lo que se puede descifrar nos presenta una visión lúcida y muy particular del mundo del cómic. Leyéndolo parece que se ha ganado muchos enemigos y no es de extrañar, porque no es hombre de pelos en la lengua.

No me arrepiento de su lectura, aunque se me ha hecho muy cuesta arriba.

Calificación: Ladrillo interesante.

Un día, un libro (140/365)

Extracto:
Por el futuro, ni un duro
Estaba allí, el compa, con un mochilón azulado y montañero y me pensé que le habían tocado los ciegos (o algún conseller cultural, que viene a ser la misma cosa) y que se iba a llevar, de una tacada, todos los tebeos de la tienda (incluida la colé Relatos del Nuevo Mundo), pero no; tan sólo estaba de acampada cursiva.
O sea, y voy al principio (que luego, el Cels, gran literato, acúsame de oscuridad textual): como cada lunes, a eso de la una peeme, estaba yo tostoneando a Eolo (uno de la línea clara, fracción Douglas Sirk, y que se parece un poco a Benito el Breve, pero que sabe leer) en una tienda de tebeos de Madrid que dirige, dicen, el impulsor del hoy hibernado, ay, Tribulete (observad, compás, que no doy pistas para hacer publicidades encubiertas y descaradas: respetuoso me levanté hoy, véase), y me lanzaba ya a la mesa de novedades para devorar el segundo número de Nómada (todos mis allegados, afines y delfines, saben de mi devoción por esta serie auténtica revolución gráfica, apabullante producto cultural, ejemplo del no va más narrativo, verdadera escuela de la neoguionación, en fin, la monda; que no duermo, vamos), cuando me encontré a David Muñoz, el Acraverde, junto a su compa Nacho Cabezas (no, el primo, no, que Nacho también sabe leer), ambos cargados con el mochilón, ya os dije, azul (no falangista, que yo sepa). Y me enteré de que, como cuatro horas después, empezaría una feroz guardia a codazos y soplamocos para matricularse en su facultad.
O sea, reprincipio. David y Nacho son unos recompas que llevan un programa —Adicción— en una emisora de radio —Onda Verde— de un barrio mercadero (que no matancero) del Madrid de mis ligues (que no del Matanzos), con broncas (que sí del Matanzos) y fríos (que no sé). Cada lunes, como a las dieciocho peeme, se sientan (me han dicho que hay sillas) y encaran los micros (me han dicho que hay dos y medio) para comunicar novedades (que nadie les manda), comentar festivales (viajan por su cuenta y apechugan con su riesgo), encadenar entrevistas (algunos historietis-tas y críticos condescienden) y notificar aconteceres del mundillo (todo se lo traducen, sonorizan, escriben y montan ellos solitos, sin más protección que la de San Bakunin, a quien el Dios Negro nos guarde y conserve por muchas eras, en estos tiempos de advenedizos y reculones).

La estricnina y los violones
Y, para colmo, se las dan de progres y nos dejan fuera a casi todos; nos dejan como mirando a la derecha. A todos los que no estamos de acuerdo con ellos, a los que no compramos con devoción sus mentiras, sus seudonoticias, sus amarillismos. Y eso que empezaron como avanzadilla, los de Diario 16, digo. Lo último ha sido lo del Rabo, menudo golfo. Es un tipo que, se supone, va de artista plástico (de cauchos, más bien), y, cuando así va, firma como Álvarez Plágaro (menuda plaga; piojoso, o así); pero, como las pelas no le llegan con lo de la tela de conejo, desciende a hacer historietas y firma como Álvarez Rabo; para despistar y porque le da como vergüenza.
Así es que el tipo, a requerimiento del comisario de la exposición Nuevas Viñetas, el Hernández Cava, se compromete a hacer una historieta. Pero esta expo va de nuevos riesgos estéticos, de vértigos formales, de compromisos personales con el medio, que no de panfletitos fanzineros; que así es la cosa.
Que la Historieta, en el terruño, está mal, muy mal; invadida por los usacos y desprovista de casi todo apoyo estatal, no puede ya arriesgarse en aventuras radicales y rompedoras como hace, exactamente, diez años: cuando estaban los Cairo o los Madriz. Ya no nos quedan tebeos inteligentes (porque los tebeos también pueden ser inteligentes, no más que otras artes o medios, pero tampoco menos). Y, de aquellos tiempos (y de antes, mucho antes que el Rabo jugara, pobre, a acragüito), nos queda el Cava, un guionista que es ya Historia en nuestros tebeos y el hombre que se inventó el Madriz y nos regaló Medios Revueltos; y ahora, cada año y desde cuatro, con el apoyo escénico del arquitecto Jesús Moreno (otra inteligencia amordazada), rescata para el público inquieto (que aún queda), para el nuevo lector (que alguno habrá), incluso para el no enterado (mogollón), páginas nuevas de autores nuevos. Y todo con una mínima defensa de un centro oficial: el Instituto de la Juventud, una de las divisiones del Ministerio de Asuntos Sociales. Todo muy por los pelos, bien es cierto, pero ahí están las cuatro convocatorias y un montón de páginas publicadas, en labor paralela, en la revista Injuve.

3 comentarios

  • JCuadrado marzo 6, 2012en3:48 pm

    Si lo terminó… es buena señal.

    Suerte en su bitácora.

  • Palimp marzo 17, 2012en2:21 pm

    Lo terminé, lo terminé, aunque lo fui leyendo poco a poco. Lo que dice es muy interesante. La manera de decirlo también, pero para estos ojos bisoños, demasiado críptica.

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    Anónimo

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