Javier Negrete. Salamina.

diciembre 2, 2011

Espasa, 2010. 736 páginas.
Javier Negrete, Salamina
Democracia

Me gusta mucho Javier Negrete. Eso explica que comprara este libro, a pesar del pasmo de mi mujer, que me veía comprar una novela histórica y de buenas ventas. Yo, un elitista cultural 🙂

Lo que no me gusta de la novela histórica son las licencias que se permiten los autores. Vale que hay que fabular, pero cambiar los hechos que se conocen es tomarse demasiadas libertades. No es el caso de Javier Negrete, que combina unas historias fascinantes con un rigor histórico exquisito. Mientras leía este libro consultaba algunos detalles en internet -por curiosidad, no por desconfianza- y lo que cuenta el autor está avalado por una extensa bibliografía.

El argumento está claro desde el título, la batalla de Salamina, donde cuatro griegos mal avenidos plantaron cara al mayor imperio del momento y ganaron. El autor comienza con la batalla de Maratón, origen de esta contienda, e incluye la batalla de las termópilas, tan conocida ahora gracias al cine.

Cuando leyendo un libro del que conoces el desenlace estás pasando las páginas para ver lo que pasa, es que te ha enganchado pero bien. Desde el principio sabes que ganan los griegos, pero la intriga se mantiene a lo largo de las 700 páginas. El enfoque, partidista, me ha gustado: destaca el triunfo de Salamina, gracias a la democracia y a los humildes remeros, sobre las Termópilas, más propio de una aristocracia. Incluso la descripción de esta batalla presenta a un Leónidas más razonable y humano que la visión cinematográfica nos ha legado.

Suele decirse que sin este triunfo la democracia no hubiera existido, y quien sabe qué hubiera sido del futuro de Europa. Las historias en las que el débil derrota al fuerte nos siguen gustando. Si, además, fueron ciertas y tan gloriosas como esta batalla, leerla es todo un placer.

La mejor manera de aprender historia.

Calificación: Muy bueno.

Un día, un libro (93/365)

Extracto:
Miró de reojo a su amigo, tratando de imaginárselo con la panoplia. Mnesífilo había echado panza, más por flacidez de los músculos que por abuso de la comida, y tenía los hombros caídos y las canillas flacas y algo zambas. Para completar aquel cuadro tan poco marcial, vestía su viejo manto gris directamente sobre el cuerpo y llevaba unas sandalias tan raídas que mejor habría ido descalzo.
Aunque sus tierras le daban una renta de ochocientas drac-mas anuales, más que de sobra para Un viudo sin hijos, Mnesífilo despreciaba todo lujo y ornato. Sólo se permitía la vanidad de recordar que era bisnieto de Solón, el gran legislador de Atenas y uno de los siete sabios de Grecia. De hecho, Mnesífilo era el único descendiente vivo por línea masculina directa. De vez en cuando sorprendía a Temístocles contándole algo nuevo sobre su bisabuelo. La familia había conservado celosamente los relatos de Solón, un hombre que había viajado por medio mundo, conocido las fabulosas riquezas del rey Creso y remontado el Nilo hasta la primera catarata, y además había escuchado historias sobre la gloria y el poder de los antiguos atlantes.
—La gloria —repitió Temístocles, casi con aire soñador—. Sí, es verdad que la ansio. Pero no como esos eupátridas, que pretenden emborracharse con ella todos los días, como si fuera vino con agua. No, yo quiero la gloria sólo una vez, en el momento decisivo, por una acción definitiva. No deseo ganar la fama como Aquiles, masacrando enemigos como un matarife un día tras otro bajo las murallas de Troya. Prefiero la de Ulises, que con un solo golpe de astucia se las ingenió para tomar esas mismas murallas.
—Bonito discurso. Pero recuerda que Ulises también pagó un precio. Diez años vagando por los mares, lejos de su patria.
—Cuando llegue el momento, sabré pagar el precio que se me cobre.
Pasaban ahora por delante de los arsenales situados en la parte sur del puerto. Allí, en largos cobertizos techados por tejas rojas, se guardaban los trirremes fuera del agua, para que sus porosos cascos de madera de pino y de abeto escurrieran la humedad. Más allá, en el astillero, estaban construyendo tres naves de guerra; o más bien, las habían estado construyendo, pues ahora los ciudadanos libres que trabajaban en ellas se encontraban reunidos en la asamblea, y de los extranjeros y los esclavos no se veía ni rastro.
A Temístocles le desesperaba la desidia con que los atenienses recibían su política marítima. Los eupátridas no hacían más que boicotear sus propuestas de construir más naves. Las obras del Pireo, que con tanto entusiasmo se habían emprendido, ahora iban tan despacio como la mortaja que tejía Penélope para su suegro.
Pasaron junto a un carguero que olía a pez aún fresca. Recién embreado y todo, lo habían sacado a la mar. Desde su cubierta atestada, unos crios los saludaron entre carcajadas. Ahora que se creían a salvo del peligro, los rostros de los pasajeros se relajaban, muy distintos de las máscaras de miedo y odio que se veían en el muelle.
—Si tuviéramos una flota digna de tal nombre, esto no tendría por qué ocurrir —dijo Temístocles—. No habríamos consentido que los persas profanaran nuestro territorio. Los habríamos detenido mucho antes, cuando se dedicaban a arrasar las Cíclades. Ahora nos vamos a tener que jugar la supervivencia en nuestro propio territorio contra un ejército que nos supera en número.
—Cuando lleguen los refuerzos de Esparta la balanza se equilibrará. Tú mismo lo has dicho.
Sí. Yo mismo lo he dicho, pensó Temístocles. Pero si él estuviera en el lugar de los espartanos, ¿se apresuraría a acudir en rescate de la única ciudad que podía disputarles la hegemonía de Grecia?

2 comentarios

  • panta diciembre 3, 2011en10:15 pm

    La verdad es que soy más vago que tú y no me paré en su momento a comprobar detalles históricos – aunque me cuadraba lo que leía en el libro con lo poco que ya sabía-
    Me gustó desde el principio la idea de que en esta batalla los enemigos del pueblo griego se pusieron realmente serios y se jugaba más que en la de Maratón.

    Saludos

  • Palimp diciembre 6, 2011en11:33 am

    No fue por falta de vagancia, es que lo leí al lado del ordenador y la tentación era grande. Tampoco lo hice con todo el libro, sólo con la batalla de Maratón y algún personaje del que tenía curiosidad.

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