Javier Menéndez Flores. Perdonen la tristeza.

noviembre 25, 2016

Javier Menéndez Flores, Perdonen la tristeza
Plaza y Janés, 2000. 288 páginas.

Flojísimo. A excepción del primer capítulo, donde cuenta la infancia del autor y sus años en Londres, el resto es un recorrido por la discografía del autor. El texto oscila entre la exhibición de datos intrascendentes (número de copias vendidas, lista de canciones con letras, número de conciertos) y un masaje que a veces cae en un servilismo atroz. Cosas de relevancia, ninguna. Y no es que estuviera a la busca de cotilleos, pero digo yo que la vida de Sabina alguna anécdota jugosa tiene que tener.

Al final pensé que al autor le encasquetaron hacer este libro, que fue un encargo aceptado a contrapelo y que lo hizo sin ganas, cómo las mismas pocas ganas con las que lo he leído yo.

Los extractos son una muestra del texto general.

Por aquel entonces, Sabina seguía sentimentalmente unido a Isabel Oliart, y, fruto de aquella relación, el 16 de enero de 1990 había nacido, bajo el signo de Capricornio, su primera hija, Carmela Juliana Martínez Oliart, y tan sólo sus padres saben si lo hizo entre mentiras piadosas. De ese modo, el cantante se ve estrenando paternidad a sus cuarenta y un años. La recién nacida fue apadrinada por Javier Krahe, el tronco de Joaquín. En una entrevista concedida a Diario 16 el primer día de septiembre de 1990 Sabina declaraba lo siguiente: «Tengo 41 años, lo del éxito y la cuenta corriente es desde hace cinco años. Es decir, hasta los treinta y seis he tenido el culo bastante negro de estar en esos ambientes y no flotando, sino metido ahí hasta el tuétano. Siete años en Londres, viviendo de squatter y tocando en el Metro y en cualquier tipo de tugurio. Resulta que a los treinta y cinco años la gente se vuelve loca y compra mis discos. La vida era maravillosa antes, mucho mejor que ahora», y añadía, a propósito de su hija, «le deseo a mi hija lo mismo: que viva siete años flotando, sin saber dónde va a dormir, ni con quién, ni qué va a hacer mañana. […] No quiero que sea una hija de ricos, procuraré arruinarme con el poker y arruinar a toda la familia de su madre, si puedo. Lo que quiero que tenga es mi pasión y mis ganas de comerme las cosas. Si no lo hereda, será infeliz y me hará a mí infeliz.»

Durante el resto del año continuó con su gira americana, residiendo por un tiempo en la ciudad de Buenos Aires, en donde actuó las noches del 7, 8 y 10 de junio en el mítico teatro Gran Rex, consiguiendo el lleno absoluto las tres fechas. Los argentinos quedaron cautivados por la sinceridad y la osadía que Sabina mostraba en todas sus declaraciones, definiéndose como «un escupidor de palabras», y atreviéndose a faltar al mismísimo Maradona, lo que venía a significar un auténtico sacrilegio, pues el futbolista es poco menos que Dios en ese país: «Cuando jugaba en España, como futbolista me parecía excelente, pero opinando parecía un idiota», y añadía, «tiene toda mi solidaridad como drogadicto y ninguna como futbolista.» Sus opiniones políticas eran igual de contundentes, y no ocultó su desprecio hacia el entonces presidente del gobierno español: «Los políticos son estafadores profesionales en su amplia mayoría… En ese sentido, Felipillo González es un claro ejemplo, ya que estafó a la gente que lo votó ilusionadamente.»
A pesar de contar con cuatro canciones excelentes, Eclipse de mar, Y sí amanece por fin, Con la frente marchita y Medias negras, el álbum Mentiras piadosas es, a mi modo de ver, el trabajo más flojo de Sabina.
En cualquier caso, lo que ya no tenía vuelta de hoja es que el cantante se había convertido en una estrella, en alguien que vendía cientos de miles de copias de sus discos y que llenaba plazas de toros y auditorios sin apenas proponérselo.

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