Iban Zaldua. Mentiras, mentiras, mentiras.

agosto 10, 2007

Ediciones Lengua de Trapo, 2006. 224 páginas.

Iban Zaldua, Mentiras, mentiras, mentiras

En el conflicto

Ya comenté en esta entrada que Si Sabino viviría no me había acabado de convencer. No porque el libro sea malo ¡ojo!, sino porque me parecía que los medios lo habían sobrevalorado. Tenía ganas de leer La isla de los antropófagos pero como no lo encontré me llevé a cambio esta colección de cuentos cuyo tema me fascina: la mentira.

Cada uno de los 27 cuentos está bajo un epígrafe diferente: Simulacros, embustes… Esta vez no puedo dejarles la lista completa, porque devolví el libro a la biblioteca sin apuntarlo antes. Prometo que lo buscaré.

El estilo se asemeja mucho a Manuel Rivas, cambiando Galicia por el País Vasco. No todos los cuentos tienen la misma altura, pero el conjunto es bastante homogéneo y merece la pena. Sus mejores bazas son el suave lirismo que todas las narraciones tienen de fondo y el retrato -en ocasiones excelentemente certero- de la sociedad vasca. Olviden los chistes y excesos de Cosmic Josemi; aquí se está hablando en serio. Desde la evocación nostálgica de una paz inexistente de Amsterdan, Florencia (reproducido al final) hasta la oportunidad recuperada de Zen. Muchos de los cuentos quedan, maduran en el lector.

Escuchando: How can You Mend a Broken Heart. Al Green.


Extracto:[-]

Amsterdam, Florencia

Me he estado tomando unos vinos con Iñaki hasta las tres y cuarto, a la búsqueda y captura de los mejores pinchos de la Parte Vieja de San Sebastián. Pero el chacolí no me ha ayudado a convencerle de que me acompañe a la manifestación contra los últimos asesinatos de ETA. Que su novia de Hernani le había prometido que esta tarde harían siesta, y que no le iba a fallar. No le he insistido demasiado: de haber recibido yo una oferta como esa, también habría mandado a la porra cualquier manifestación.

Cojo el coche y me pongo en camino, solo, a Vitoria. Pensando que si me hubiera quedado en casa me habría sentido aún peor. Si al menos terminaran de una maldita vez las obras del puerto de Etxegarate…

Llego bastante tarde a Vitoria y tengo problemas para aparcar. Me dirijo a la plaza de la Constitución después de preguntar a unos transeúntes. No hay pérdida: numerosos grupos de personas van hacia allí. Para cuando entro en la plaza llena de gente, son las cinco y veinte. Me asusto un poco: demasiadas pieles y corbatas y Loewe para mi gusto, algunos gritos contra la televisión vasca y el lendakari. Incómodo, voy deprisa hacia la cabeza de la manifestación, hasta encontrar una densidad suficiente de forros polares e ikurri-ñas. Sin pensármelo dos veces, me meto entre la gente.

Estoy rodeado de peneuvistas de todas las edades; por la forma de hablar, parece que todos son del mismo pueblo o, por lo menos, de la misma zona. A mi derecha hay unas mujeres que pronuncian continuamente el nombre del lendakari, como si creyeran que la letanía pudiera llegar a tener efectos taumatúrgicos. Delante tengo a una cuadrilla de jóvenes, vestidos como para irse directamente a For-migal en cuanto termine la manifestación. Detrás, una pareja de ancianos con boina conversan. «Si puedo ayudaros en algo… ¿Se le puede visitar? ¿Reconoce a la gente?». «Lo peor vendrá después. No le hemos dicho nada sobre su verdadero estado. Cuando lo saquemos del hospital…, entonces vendrá lo peor». «Me gustaría estar con él. Son ya muchos años, pero, bueno, éramos grandes amigos, antes de que pasara aquello…». «Lo llevaremos a nuestra casa: no puede seguir viviendo solo. La mujer ya tiene todo preparado: el gotero, el orinal, las ampollas de morfina… Lo meteremos en la habitación de la hija». «Dale recuerdos, por lo menos».

En eso, la mirada de Mikel se cruza con la mía. No lo veía desde nuestros tiempos de facultad y parece estar tan despistado —o sorprendido, o hastiado— como yo. Está en la acera, quieto, como si esperara algo. Lo saludo, esperanzado, y enseguida viene hasta donde estoy. Reproducimos, sin obviar uno solo, los ritos de encuentro entre antiguos compañeros de estudios que no se han visto durante largo tiempo. Luego callamos. Hacemos unos metros más con la manifestación, sin saber cómo seguir. «Tú eras de aquí, ¿no? —me lanzo finalmente—. Sabrás de algún bar donde podamos meternos…». «¡No voy a saber! —responde Mikel—. La verdad es que yo estaba pensando lo mismo…».

Dejamos la manifestación y torcemos hacia el casco antiguo por las calles vacías de la ciudad. Mikel me conduce a una pequeña plaza que recuerdo vagamente. En una esquina hay un bar con pinta de garaje. Mikel me dice que espere fuera, que él sacará las cervezas. Hace buen tiempo y hay que aprovechar, dice.

Me siento en un banco que está junto a una fuente de aspecto antiguo. Desde aquí puedo ver toda la plaza: las fachadas restauradas, pintadas de rojo y de amarillo y de naranja claro, las galerías blancas, los tejados torcidos, un palacio de formas renacentistas, los colores del arco iris en la estrecha bandera colgada del tendedero de un tercer piso.

—Me encanta este rincón —me dice Mikel al pasarme el botellín de Voll-Dam—. Miras alrededor y no parece que estés aquí. A veces, si cierras los ojos un instante, te puedes creer que estás en Amsterdam. O en Florencia. La ilusión dura hasta que me acabo la cerveza, a veces.

Le doy un trago largo a mi cerveza y cierro los ojos. Espero unos segundos antes de abrirlos de nuevo. A mis oídos llega, de lejos, el murmullo indistinguible de las manifestaciones y los helicópteros.

4 comentarios

  • Sebastián agosto 12, 2007en2:57 am

    Una mentira que parece repetirse por acá tantas y tantas veces; sólo que el escenario es el Starbuck, o algo así, un café que se encuentra en la planta del Sheraton Centro Histórico frente a la Plaza de la Solidaridad, en la Ciudad de México, testigo mudo de las manifestaciones que por estas tierras se caminan o contra la Ley del ISSSTE, o contra la represión en Atenco y Oaxaca, o contra el fraude electoral, o contra muchos otros etcéteras. Saludos chilangos muy otros.

  • Palimp agosto 13, 2007en12:32 pm

    Las manifestaciones en el País Vasco, por desgracia, se mueven sólo en ambos lados de una línea política; de apoyo a ETA o de repulsa. Sobre este tema se podría hablar largo y tendido.

  • Cristina agosto 16, 2007en11:42 am

    Venga, me lo apunto. Nunca he leido un lengua de trapo nacional, así que este será el primero. Me fascina el tema también.

  • Palimp agosto 17, 2007en12:56 pm

    Si te ha gustado el cuento que he puesto de ejemplo, te gustará el libro.

    Un abrazo, y bienvenida por aquí de nuevo.

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