Gilbert K. Chesterton. El club de los negocios raros.

octubre 30, 2011

Edciones G.P., 1958. 182 páginas.
Gilbert K Chesterton, El club de los negocios raros
Emprendedores

Ando comprando las obras de Chesterton y me encuentro gratis este libro. La diosa fortuna me sonríe.

Bajo la excusa de un club de negocios extraños se esconden varias historias con el sello de Chesterton. Situaciones que parecen una cosa pero resultan ser otra y que la sagacidad de un juez retirado va adivinando. Así hay gente que se gana la vida siendo ‘retardadores profesionales’ y otros que se inventan lenguajes nuevos.

La primera de las historias, donde (ojo, que destripo el final) una agencia se dedica a proporcionar aventuras a sus clientes ya la recogió también Agatha Christie y una película famosa, The Game. Yo siempre he pensado que es una idea excelente de negocio, y aunque hay algunas empresas que se dedican a esto lo hacen siempre desde el espectáculo, el cliente sabe que es un montaje. Estaría bien una como la de la película, donde la víctima no supiera que se encuentra dentro de un guión.

La ternura, el buen humor y las situaciones originales y divertidas no faltan en esta colección.

Calificación: Muy bueno.

Un día, un libro (60/365)

Extracto:
— ¡Bueno! — exclamó sacando de los bolsillos las enguantadas manos y dando una palmada —. Por fin hemos llegado.
El viento gemía tristemente por encima de la inhospitalaria maleza. Dos olmos desolados se elevaban hacia el cielo sobre nosotros como nubes iníormes de color gris. En todo el lúgubre círculo del horizonte no se divisaba ningún vestigio de hombres o animales, y en medio de aquella desolación, Basilio Grant se hallaba parado frotándose las manos como un posadero junto a la puerta abierta.
— ¡ Cómo gusta volver a la civilización! — exclamó —. Eso de que la civilización no tiene nada de poético, es una falacia del hombre civilizado. No tiene uno más que esperar verse realmente perdido en plena Naturaleza entre los bosques endemoniados y las crueles flores. Entonces es cuando uno se da cuenta de que no hay ninguna estrella como la estrella roja que enciende el hombre en su hogar, ni río ninguno como el rojo río del hombre, ese buen vino rojo que usted, don Ruperto Grant, si mal no le conozco, estará degustando de aquí a dos o tres minutos en prodigiosas cantidades.
Ruperto y yo cruzamos miradas de espanto. En tanto, Basilio prosiguió cordialmente mientras el viento azotaba los tétricos árboles:
—Ya veréis cómo nuestro huésped es un hombre mucho más sencillo en su propia casa. Yo lo vi al visitarle cuando vivía en la cabana de Yarmouth, y después en el desván de un almacén de la ciudad. Podréis creer que es una bellísima persona. Pero la mayor de sus virtudes sigue siendo la que yo dije desde el primer momento.

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