Gabriel Sofer. Bestiario y fuga.

septiembre 25, 2017

Gabriel Sofer, Bestiario y fuga
El olivo azul, 2010. 130 páginas.

Los animales de Nueva York -palomas, cuervos, hormigas, etc- reflexionan sobre lo divino y animal con pensamientos poéticos que para sí los quisieran los humanos.

El autor escribe muy bien, soy un admirador de su prosa. En este libro hay fragmentos y reflexiones remarcables (dejo un par de muestra). Algunas de las historias -como la guerra entre hormigas y termitas o la enemistad-amistad entre el palomo sobrio y el cuervo juerguista- son cautivadoras.

Pero el enfoque perenne de animales hablando y reflexionando.. no sé, me ha dejado un poco frío. En cualquier caso un libro recomendable.

El cuervo vuela mientras dura la luz del día, visita todos los barrios, intenta meter su pico en todas las casas, guaridas y escondrijos, observa con sus grandes ojos negros la vida de las criaturas que se arrastran como pueden allí abajo, en la ciudad. Apenas descansa unos minutos, se refresca en alguna fuente, y sigue con su quehacer contemplativo. Todos los días, además, no se sabe si porque realmente lo disfruta o porque no quiere que se piense que es un intelectual, busca alguna pájara a la que robarle un beso o una sonrisa y busca también al viejo palomo para descargar la bilis negra que se le ha ido acumulando. Cuando anochece, aunque le queden pocas fuerzas, vuela todo lo alto que puede, hasta que la ciudad es un puntito de luz o la luna parece estar al alcance de su pico, y allí piensa en voz baja: «Que las cosas dejasen de ser lo que son, que la ciudad diese cobijo y alimento a todas las criaturas que la habitan, que cada una de ellas hiciese lo contrario de lo que se espera de ella, que se encendiesen las hogueras de la revolución, que empezase el carnaval que no se acaba, que se aboliesen trabajos y divertimentos, que el tiempo no fuese un cuenco vacío que rellenar con nuestra sangre cada día, que las cosas se volviesen del revés, que la ciudad echase raíces en el aire, todo para darnos cuenta de que seguíamos haciendo lo que sabíamos hacer, de que seguíamos siendo títeres movidos por unos hilos gruesos que manejábamos nosotros mismos, de que todo seguía siendo igual aunque más triste, de que cada cual tenía su ley no escrita que obedecía ciegamente, de que no había, ni hay, ni quizás pueda haber otra cosa que la ley, nuestra hogar, nuestro patíbulo».


—¿Quieres que te cuente un secreto? —le preguntó la araña a la mosca que luchaba por librarse de la tela en la que había quedado atrapada—. Las arañas no somos carnívoras ni somos herbívoras ni nos alimentamos de otra cosa que del aire cuando colgamos de un hilo. Si matamos a las criaturas que se enredan en nuestra tela no es porque tengamos hambre sino porque nos molesta mucho que estropeen nuestro trabajo o que nos interrumpan cuando trabajamos. ¡La de hilos que se pueden llegar a romper cuando una criatura ciega o torpe se topa con nuestra tela! ¡Es inadmisible! Quizás te estés preguntando por qué si no es por hambre y si hasta nos repugna, nos comemos a todas esas desgraciadas como tú. Pues es sencillo: debemos hacer creer a todo el mundo que siempre estamos hambrientas y que somos voraces, pues si no se creyera así, nadie pondría cuidado en evitar nuestras telas, y las consecuencias de eso para nuestro trabajo serían nefastas. ¿Lo entiendes, verdad? —la mosca, que estaba exhausta y había dejado de luchar, asintió con la cabeza—. Pero lo que de verdad me apetecía contarte —prosiguió la araña—, y espero que no se lo digas a nadie, es que estoy un poco harta de la tela y de la vida que llevo, quiero cambiar y empezar de nuevo, así que espero que no te moleste si te dejo ir.
La mosca agitó su cabeza mientras la araña cortaba los hilos con cuidado. Cuando estaba cortando el último, le preguntó a la mosca:
—¿Querrás, ahora que sabes lo que soy y los deseos que tengo de cambiar, ser mi amiga?
—Olvídame, vieja loca —le respondió la mosca antes de alejarse zumbando.

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