G.K. Chesterton. Cómo escribir relatos policíacos.

febrero 14, 2012

G.K. Chesterton, Cómo escribir relatos policíacos
Acantilado, 2011. 256 páginas.
Trad. Miguel Temprano García.

Aprovechando que se celebra la BCNegra en la biblioteca tenían una selección del género, incluído éste, y yo no me puedo resitir a nada de Chesterton.

El título es ligeramente engañoso, ya que en realidad es una recopilación de artículos sobre él género, entonces incipiente. El tema hace que sus reflexiones no tengan la universalidad habitual, pero aún así he seleccionado una gran cantidad de fragmentos que creo merecen ser difundidos aquí.

Sobre la juventud de este tipo de novelas:

Ningún libro es tan fácil de releer, a excepción de los grandes clásicos. Resulta muy misterioso, pero si leemos seis veces un libro de Dickens es porque ya lo conocemos; en cambio, si podemos leer seis veces una novela popular de detectives es sólo porque podemos olvidarla otras seis veces. Una novela tonta de seis peniques (y no me refiero a una tontería a medias o dudosa, sino a una plena, fuerte, rica y humana) tiene por lo tanto la naturaleza de una posesión inmortal e inagotable. Su conclusión es tan fatua y absurda que, por muchas veces que la oigamos, siempre nos cogerá por sorpresa, como una explosión o un fusil que se dispara accidentalmente. Está escrita con tanto descuido que ni siquiera es coherente consigo misma: no hay ninguna unidad que resulte memorable. No se puede exigir al lector que recuerde un libro cuando el autor no recuerda el último capítulo. No podemos adivinar el final si el autor no parece saberlo. Una historia así se desliza fácilmente por nuestra imaginación, carece de ramas u hojarascas de inteligencia que puedan engancharse en alguna parte de la memoria. Por eso digo que se convierte en algo hermoso y en un disfrute eterno. Gana en juventud eterna.

Me pareció curioso porque mi madre suele leer muchas veces las novelas de Agatha Christie porque no se aceurda, y porque más de una vez, sobre otros temas, he utilizado la misma expresión, que no se enganchan en la memoria.

Sobre el elitismo cultural:

Si, como suele decirse, la gente prefiriera los libros malos, no podría explicarse que el único detective de ficción al que conoce todo el mundo fuese el único que es una obra de arte. Lo cierto es que la gente corriente prefiere cierto tipo de obras, buenas o malas, a otros tipos, buenos o malos, y están en su derecho de hacerlo. Prefieren las novelas, la farsa, y todo lo que tenga que ver con la diplomacia material de la vida, a las delicadezas psicológicas o los humores más secretos de la existencia. Pero, aunque prefieran ciertas cosas, las prefieren buenas si pueden conseguirlas. El hombre de la calle prefiere la cerveza a la créme de menthe, pero es absurdo decir que prefiere la cerveza mala a la buena.

El peligro del reseñador:

Fui un gran lector de novelas hasta que empecé a reseñarlas y, como es natural, tuve que dejar de leerlas. No quiero decir que cometiera una gran injusticia; al contrario: las estudié y critiqué con la intención de ser lo más justo posible, pero a eso no lo llamo «leer novelas» en el antiguo y delicioso sentido que tenía antes. Aunque las leyera enteras, seguía leyéndolas a toda prisa, lo que va en contra de mis instintos por el mero placer de la lectura. Cuando era niño y caía en mis manos una nueva novela de aventuras, cuando era joven y leía mis primeras novelas de detectives, no me gustaba la precipitación sino que disfrutaba demorándome en ellas. El placer era tan intenso que siempre procuraba dilatarlo.

Es falso que las personas lógicas sean frías:

Incluso a Sherlock Holmes (mi amigo de infancia, a quien no me cansaré de rendir homenaje) se le describe como una persona incapaz de enamorarse por culpa de su naturaleza lógica. Es casi como decir que no tenía apetito en las comidas porque se le daban muy bien las matemáticas. No hay nada intrínsecamente ilógico en sentir afectos, admiración o apetitos, siempre que los tomemos por lo que son. Pero la tradición novelesca, tal como aparece en las novelas, es que lo lógico no puede ser novelesco. Debemos observar también que la palabra frío aparece siempre unida a la palabra lógico; supongo que los impresores deben de tener ambas palabras en el mismo cajón de tipos móviles. Pero el lógico frío, aunque no deba ser novelesco, es casi por entero una criatura de novela. De hecho, la mayoría de las personas lógicas que he conocido eran gente afectuosa, entusiasta y de sangre caliente. La mayoría de los buenos polemistas son acalorados. Algunos de los mejores razonadores de la historia eran hombres de convicciones entusiastas, como santo Tomás de Aquino, o como los grandes oradores y predicadores franceses.

Premonición del título del propio libro:

Es curioso que la técnica de estos relatos no se discuta, porque en ellos la técnica es la clave de todo. Aún más extraño resulta que dichos autores no cuenten con el consejo de los críticos, porque se trata de una de las pocas formas artísticas que admitirían algunos consejos. Y lo más raro de todo es que nadie hable de sus reglas, porque son uno de los pocos ejemplos en los que uno podría saltárselas. El hecho mismo de que la obra no pertenezca al más elevado orden de la creación hace posible tratarla como una cuestión de construcción. Pero, aunque la gente está siempre deseando enseñar a los poetas a tener imaginación, parece que considera inútil tratar de ayudar a quienes idean tramas policíacas en una cuestión de mero ingenio. Hay libros de texto que enseñan a la gente a manufacturar sonetos, como si la
visión de coros en ruinas en los que cantan los pájaros, o el remolino de las hojas de la esperanza fallecida y el viento de las alas imperecederas de la muerte fuesen cosas que pudieran explicarse como un juego de manos. Tenemos monografías que exponen el arte del relato breve, como si el horror que rezuma La caída de la casa Usher o la luminosa ironía de El tesoro de Franchard fuesen recetas sacadas de un libro de cocina. En cambio, en el caso del único tipo de relato en que, en cierto sentido, pueden aplicarse las estrictas leyes de la lógica, nadie parece molestarse en hacerlo, ni siquiera en preguntarse si se aplican o no en éste o en aquel caso. Nadie ha escrito ese libro que cada día espero ver en los estantes de las librerías titulado Cómo escribir un relato de detectives.

Lo malo del espiritismo:

Sir Arthur explica que le gustaría llevar el espiritismo a un plano de idealismo más solemne y elevado, y que está de acuerdo con sus críticos en que los trucos con las mesas y las sillas son grotescos y vulgares. Creo que eso es bastante cierto si se le da la vuelta igual que a la mesa. No me molesta la parte grotesca y vulgar del espiritismo; a lo que le pongo objeciones es a la parte más solemne y elevada. Después de todo, un milagro es un milagro y significa algo: que el materialismo es absurdo. Pero no es cierto que un mensaje sea siempre un mensaje, y en ocasiones sólo significa que el espiritismo también es absurdo.

Calificación: Bueno.

Un día, un libro (167/365)

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