Fernando Iwasaki. Neguijón.

mayo 22, 2009

Editorial Alfaguara, 2005. 172 páginas.

Fernando Iwasaki, Neguijón
Podredumbre

No se dejen engañar por algunas críticas. No es una novela histórica, aunque esté ambientada en el siglo XVI y haga gala de una erudición a prueba de inquisiciones. Es más, muchísimo más.

El barbero ha llegado a la plaza del pueblo y todos aquellos con los dientes en mal estado se acercan con fatalidad a su consulta. La casualidad hace que se encuentren los mismos personajes que coincidieron en la fuga de una prisión de Sevilla, hace ya muchos años, en la que participó alguien ahora ilustre.

Lo primero que uno siente al leer este libro es Gracias por haber nacido en este siglo, dónde existe la anestesia. Ilustrado con grabados de la época, Iwasaki nos presenta un catálogo de enfermedades dentales y los métodos para curarlas que te pone realmente la piel de gallina -aunque no sea esa la intención.

Lo segundo es el asombro ante el humor y el buen hacer del autor. El libro se estructura en tres momentos temporales: la fuga de la cárcel, la cola ante el barbero y una breve aparición de una lucha naval. Estas ocasiones se mezclan indistintamente en el texto, y la mezcla de lenguaje del Siglo de Oro con una estructura moderna es muy eficaz.

Aunque en rigor no ocurre gran cosa el libro está trufado de parodias y referencias que según afirma el autor son reales y documentadas. Es uno de los libros que más me han gustado de este año, divertido y de calidad. Este Iwasaki está resultando todo un descubrimiento.

Escuchando: L’obrer. Accidents polipoetics.


Extracto:[-]

Así, el tránsito hacia la Plaza Mayor quedó interrumpido por una audiencia mugrosa que escuchaba entre arcadas cómo del fango de la nariz nacía una estirpe de gusanos peludos del grosor de un dedo, cómo de la corrupción de los abscesos brotaban lechosos enjambres de lombrices y cómo ciertos vomitivos permitían desaguar de los intestinos a los gusanos velludos de cabeza roja, tan gordos como un guisante y del largo de cuatro dedos. Utrilla levantó el frasco maloliente de salmuera y —mostrándolo a la multitud— declaró que ahí tenía encurtidos todos los linajes de anguilas, orugas y gusarapos que se criaban en las entrañas del hombre, menos al repugnante neguijón, que roe y socava los dientes.

Dios, en su infinita sabiduría —prosiguió Utrilla enfervorizado—, dispuso que en las dentaduras anidara el neguijón, para que el dolor de muelas nos acompañara por siempre como advertencia del eterno tormento de la muerte. Y una vez más recurrió a la autoridad de fray Luis de Granada, quien en su Guía de pecadores sentenció que el infierno era un perpetuo crujir de dientes y un nauseabundo lugar donde los neguijones devoraban los cuerpos y los demonios atenazaban las muelas por los siglos de los siglos.

Utrilla miró al cielo y meneó la cabeza resignado: la corrupción de nuestros cuerpos había
comenzado ya, pues supuraba en forma de callos, bubas, forúnculos y sabañones, por no hablar de la sarna, las llagas y los tumores. Pero si hasta los peores males tenían remedio —ya que los dedos gangrenados se cortaban y las almorranas se quemaban con cauterios de plomo y vitriolo romano—, en cambio el dolor de muelas y la corrupción de la boca eran para toda la vida, pues aunque las muelas podridas se arrancaran, los neguijones terminarían royendo las piezas vecinas. Y por eso al pecador y a la mujer hermosa, al hombre santo y al niño inocente les apestaba la boca a licor de cadáver insepulto.

La liturgia del dolor estaba a punto de comenzar y Utrilla demandó un sacrificio especial a los presentes: para atrapar un neguijón era preciso extraer más de una muela, cercarlo entre los pasadizos de la dentadura y ensartarlo con una astilla caliente sobre las encías. ¿No serían Dios y la ciencia bien servidos, aunque se perdieran unas cuantas muelas como sacrificio? Después de todo, una boca sin dientes jamás pecaría de gula, reiría más bien con recato, se guardaría del adulterio y no podría morder los frutos ponzoñosos del placer. Una boca sin dientes allanaría la salvación a través de una vida contemplativa, mística y anacoreta. Una boca sin dientes —en suma— retardaría la muerte, porque la corrupción de la carne comenzaba en las ciénagas de la dentadura.

2 comentarios

  • karuna mayo 23, 2009en9:45 am

    Pues tiene muy buena pinta el argumento, parece divertido y original. Me lo apunto! 🙂

  • Palimp mayo 25, 2009en6:24 pm

    El argumento es original, pero lo mejor es el lenguaje.

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