Eugenia Gallardo. No te apresures en llegar a la Torre de Londres porque la Torre de Londres no es el Big Ben.

febrero 25, 2008

F&G editores, 1999. 128 páginas.

Eugenia Gallardo, No te apresures en llegar a la Torre de Londres porque la Torre de Londres no es el Big Ben
Un cuento por semana

Este no es un libro fácil de encontrar, y las circunstancias por las cuales llegué a conocer a la autora y a su libro son demasiado largas para contarlas. Baste decir que compré seis o siete ejemplares del libro para repartirlos y que nadie se quejó.

52 cuentos y un epílogo para que cada semana podamos disfrutar de la lectura. Cuentos breves, en ocasiones surrealistas, a veces con moraleja -que no con moralina- pero siempre sabrosos. Sólo en los últimos la autora parece perderse en vericuetos personales y en mi opinión flojea un poco, pero al final recupera el pulso.

En estas páginas conoceremos el origen de las palomitas de maiz, que la torre de Londres no es el Big Ben, y que a la fantasía es muy difícil matarla:

No es fácil asesinar a la fantasía. Lo intentaron monjas construyendo internados de dos pisos. Lo pretendieron tías evangelizando sobrinas en las montañas cuchuma-tanas. Probaron hombres fornidos, de labios carnosos y manos suaves. Países de todo el planeta aprendieron a lanzar cantos de sirena para ensordecerla al menos ya que se negaba a morir. Por algún tiempo la adormeció la hipnosis. En otro momento se dejó engañar por un diván negro, un viejo preguntón y un libro de notas. Hasta pareció derrotada cuando la culpa impuso sus argumentos de miedo. Pero la fantasía tomaba otras formas y aparecía siempre: tímida en un pie de página, rebelde en una sopa con sabor a «no te entiendo», majestuosa en una hormiga retozona, caótica en una colección de relojes, vanidosa en cinco mil telas para una sola blusa.

En Madrid hay una librería donde se puede encontrar este libro, la Libería Iberoamericana. Si encuentran algo de esta escritora, no duden en comprarlo.

Escuchando: The Only Way. Jim Noir.


Extracto:[-]

Porque el inventor de los poporopos, nuevaorlandés de nacimiento, negro de color y viejo por desgaste, no sólo era sabio sino también curioso. Un día, sentado en la única silla donde lo dejaba sentarse su mujer cuando estaba con ropa de trabajo, miró fijamente a una semilla y le dijo:

—Eres cerrada por todos los costados, tu color de madera recién barnizada no parece indicar que haya vida dentro de ti y sin embargo sé, por mis largos años de jardinero en la gran mansión de Mr. Thompson, que germinarás si se te cuida o aun sin que se te cuide dejándote un poco a la casualidad y a tu carácter porfiado de semilla veleidosa. ¿Que pasaría, me pregunto, si te sacara el alma violentamente, sin agua, sin sol, sin gusano medidor que te abriera paso entre la vida de la tierra?

La semilla no podía creer que semejante viejito de barba recortada, bigote en moña y cejas nevadas fuera capaz de amenazar a una indefensa criatura de la naturaleza. Debe de estar aburrido de vivir con esa mujer mandona que no lo deja sentarse en otra parte hasta que se bañe y se cambie, pobrecito, —pensó— y abriendo una boquita que sólo ella sabe dónde la tiene dijo respetuosamente:

—Señor jardinero, le voy a ahorrar horas de experimentos y me voy a ahorrar siglos de torturas: sacarme el alma no es difícil, es cuestión de darme mucho amor, pero mucho, mucho, intensamente, sin dejarme tiempo de pensar ni de huir ni siquiera de respirar. El intenso calor de ese amor me hará explotar de felicidad y saldrá mi alma para gozo de quien quiera disfrutarme libre de esta caparazón protectora.

Mientras escuchaba, el viejito traducía mentalmente la receta a términos prácticos, al fin que era lo que había hecho toda su vida como jardinero: traducir las sutilezas del amor por la vida a términos prácticos de bulbos, gladiolas, abono, rastrillo.

Y fue así como el jardinero de Mr. Thompson pasó a la historia y de generación en generación nos ha llegado el conocimiento de que para sacarle el alma a una semilla es preciso enamorarla en el aceite, calentarla en el amor a fuego fuerte, taparla para que no huya ni respire y de ahí sale un manjar blanco con tanto sabor a ángel que para

equilibrar el bien con el mal, como debe ser, hay que ponerle un poco de sal.

La mujer del viejito se puso tan feliz con él por su descubrimiento que le cambió la silla al lugar más soleado de la casa, le puso alfombrita abajo, pantalón de trabajo recién planchado y lo dejó retratarse comiendo poporopos y sonriéndole con ojos de niño sabio al retratista.

2 comentarios

  • Ateh noviembre 30, 2009en8:15 am

    justo hoy, en el stand de guatemala, me encontré con este libro, pensé que no sería tan bueno, no sé qué pensé en realidad porque de todas formas lo tomé y después del primer cuento, esta princesa que no quiere despertar a pesar del beso del príncipe, me hizo pensar que tenía razón, que no era tan bueno, pero después, dos líneas más y el primer golpe: no quiere despertar porque, simplemente, prefiere seguir soñando.
    y así, me seguí, media hora, leyendo.
    gracias por compartirlo, ojalá más gente te haga caso.

  • Palimp diciembre 11, 2009en7:43 pm

    Pues de nada, me alegra hacer publicidad de libros poco conocidos pero que merecen la pena.

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