Ernest Cline. Ready Player One.

junio 4, 2012

Ernest Cline, Ready Player One
Ediciones B, 2011. 462 páginas.
Tit. or. Ready Player One. Trad. Juanjo Estrella.

Cuando un libro de ciencia ficción da la campanada me llama la atención. Aprovechando las rebajas que puedes encontrar en el mercado de San Antonio me di permiso para comprar algunas novedades, este libro entre ellas.

En el futuro cercano 2044 todo el mundo está conectado a OASIS, una especie de mezcla ente internet, facebook, WOW y second life. Un mundo alternativo donde puedes interactuar, estudiar, jugar… Su creador, al morir, anunció que había escondido un huevo de pascua dentro de ese universo, y quien lo encuentre ganará su enorme fortuna. El joven Wade Watts consigue solucionar la primera parte del rompecabezas, lo que inicia una desaforada carrera para conseguir el premio.

El libro está muy bien, engancha -yo me lo leí de un tirón aunque no es precisamente delgado-, tiene ritmo y algunos detalles futuristas que me han gustado mucho.

También se puede decir que dentro de lo que es el género no va a renovar nada, porque tampoco es que tenga excesiva originalidad.

Pero lo que me ha tirado para atrás es el motor de la historia. El protagonista explica como es aprender en OASIS. Tienes acceso a todos los libros, música y películas del mundo. Las clases son interactivas, cuando estudias el antiguo Egipto te desplazas virtualmente allí. Los avatares de los alumnos no pueden molestar en clase por limitaciones de software, así que los profesores pueden dedicarse a enseñar.

Pues bien, el protagonista -y casi todo el mundo- es un experto en videojuegos antiguos y películas, porque es la única manera de conseguir encontrar el huevo de pascua. Su talento, en vez de dedicarse a solucionar los problemas de un mundo lleno de pobreza, se desperdicia en aprenderse de memoria los diálogos de las películas que le gustaban al creador de OASIS.

Lo peor, que soy capaz de imaginarme que el futuro vaya a ser así. Estamos apañados.

Calificación: Bueno.

Un día, un libro (277/365)

Extractos:

Mi madre, Loretta, tuvo que criarme sola. Vivíamos en una caravana fija pequeña, en otra zona de las Torres. Trabajaba para Oasis, a jornada completa, de teleoperadora y de chica de compañía en un burdel online. Por las noches me obligaba a ponerme tapones en los oídos, para que no oyera las guarradas que decía a los puteros de otros husos horarios. Pero los tapones no funcionaban bien y yo veía películas antiguas con el volumen a tope.
A mí me introdujeron en Oasis en un estadio temprano, porque mi madre lo usaba de niñera virtual. Tan pronto como estuve lo bastante crecido para llevar visor y guantes táctiles, mi madre me ayudó a crear mi primer avatar en Oasis. Después, me dejó en un rincón y volvió al trabajo, solo y a mis anchas, con total libertad para explorar un mundo que era totalmente nuevo para mí, y muy distinto del que había conocido hasta entonces.
Puede decirse que, a partir de ese momento, me formé con los programas educativos interactivos de Oasis, a los que cualquier niño podía acceder gratuitamente. Pasé gran parte de mi infancia paseándome por una simulación de la realidad virtual de Barrio Sésamo, cantando canciones con muñecos muy cariñosos y participando en juegos interactivos que me enseñaban a caminar, hablar, sumar, restar, leer, escribir y compartir. Una vez que llegué a dominar aquellas habilidades, no tardé mucho en descubrir que Oasis también era la mayor biblioteca pública del mundo, donde incluso un niño miserable como yo tenía acceso a todos los libros escritos en el planeta, a todas las canciones grabadas, y a todas las películas, series de televisión, videojuegos y obras de arte creadas. Un lugar donde se hallaban reunidos los conocimientos, el arte y el entretenimiento de la civilización humana. Y estaba ahí, esperándome. Pero el acceso a tanta información resultó ser una bendición envenenada. Porque entonces supe la verdad.
No sé, tal vez vuestra experiencia fuera distinta de la mía. Para mí, criarme como ser humano en el planeta Tierra del siglo XXI era una putada. Desde el punto de vista existencial.
Lo peor de ser niño era que nadie me contaba la verdad sobre mi situación. De hecho, se dedicaban a todo lo contrario. Y yo,
claro, les creía, porque no era más que un niño y no sabía nada. Pero si ni el cerebro siquiera se me había desarrollado del todo… ¿Qué iba a saber yo, si los adultos no dejaban de engañarme?
De modo que me tragaba todas aquellas patrañas propias de la edad de las tinieblas que me contaban y, después, con el paso del tiempo, ya algo mayor, empecé lentamente a atar cabos y a deducir que la mayoría de ellos me había mentido sobre casi cualquier tema, desde que había salido del vientre de mi madre.
Y ésa fue una revelación alarmante.
Y una de las razones por las que, más tarde, me ha costado confiar en los demás.
Empecé a comprender la cruda verdad tan pronto como inicié la exploración de las bibliotecas gratuitas de Oasis. La verdad estaba ahí mismo, esperándome, oculta en libros viejos escritos por gente que no temía mostrarse sincera. Artistas, científicos, filósofos, poetas, muchos de ellos muertos desde hacía mucho tiempo. A medida que leía las palabras que habían legado a la humanidad, iba comprendiendo cuál era la situación. Mi situación. Nuestra situación. Lo que la mayoría de la gente llamaba «la condición humana».
Y no era nada bueno. ,
Habría preferido que alguien me hubiera dicho la verdad descarnada apenas fui lo bastante mayor para comprenderla. Ojalá alguien me hubiera dicho, simplemente:
«Así es la cosa, Wade. Tú eres lo que se conoce como «ser humano». Los seres humanos son unos animales muy listos. Y como todos los demás animales de este mundo descendemos de un organismo unicelular que vivió hace millones de años. Eso tuvo lugar gracias a un proceso llamado «evolución», del que ya aprenderás más cosas. Pero, hazme caso, así es como todos nosotros hemos llegado hasta aquí. Existen pruebas en todas partes, enterradas bajo piedras. ¿A ti te han contado eso de que a todos nos creó un tipo superpoderoso llamado Dios que vive en el cielo? Mentira. Cuanto se dice de Dios es, en realidad, una patraña antigua que la gente lleva contándose miles de años. Nos la hemos inventado de cabo a rabo. Como lo de Santa Claus y el Conejito de Pascua.

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