Emmanuelle de l’Ecotais. El espíritu Dadá.

enero 31, 2017

Emmanuelle de l'Ecotais, El espíritu Dadá

Resumen de lo que fue el movimiento Dadá acompañado de bastantes ilustraciones, que, junto con el alegato final de ¡que viva Dadá!, son lo mejor del libro.

Sorprende ver lo modernos que eran ya hace cien años; seguimos repitiendo cosas que ellos ya hicieron y nos creemos rompedores.

El lono de esta primera publicación muestra, en el inicio del movimiento, el espíritu sosegado de Hugo Ball, el instigador de estas veladas que, sin embargo, fue rápidamente suplantado por la personalidad vivaz y entusiasta del joven poeta Tristan Tzara, manifestada desde el primer número de la revista Dada, en junio de 191 7. La virulencia de Tzara condujo a Dada a una actitud radical: «Hay un gran trabajo destructivo, negativo por cumplir», afirmaba, si lo que queremos es reconstruir.
Los artistas tomaron, de este modo, un camino común: su arte hizo un hueco a la ironía, al descaro, al azar y a la provocación. Las tradiciones, los «sistemas» y el arte —esa expresión superior del hombre— se volvieron irrisorios. Tzara explica en su primer Manifiesto dada de 1918: «Estoy en contra de los sistemas: el único sistema todavía aceptable es el de no tener sistemas». Del mismo modo, proclama «Dada no significa nada», la creación plástica no debía representar nada: «Necesitamos obras fuertes, sólidas, precisas y para siempre incomprensibles. La lógica es complejidad. La lógica es siempre falsa. (…) Encadenado a la lógica, el arte viviría en el incesto, engullendo su propia cola, su cuerpo, fornicándose a sí mismo, y el genio llegaría a ser una pesadilla alquitranada de protestantismo, un monumento, un cúmulo de intestinos grisáceos y pesados.» Dada representa, por tanto, un estado de espíritu insolente, irónico V combativo, relativamente antiartístico. Y contra el arte tradicional, el azar fue erigido como principio creativo: Jean Arp, en su obra Rectangles selon les lois du hasard («Rectángulos según las leyes del azar», 1916), dispuso al azar cada trozo de papel sobre el soporte. Si el collage, tal y como lo habían experimentado los cubistas, ya prescindía del proceso de ejecución; Arp irrumpía en el paroxismo de este proceso eliminando la última noción «artística» tradicional-tnente consustancial a la imagen pictórica: la «composición de la obra»; es decir, la adecuación de las formas entre sí.

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