David Mitchell. Mil otoños.

septiembre 19, 2014

David Mitchell, Mil otoños
Duomo ediciones, 2011. 632 páginas.
Tit. or. The thousand autumns of Jacob de Zoet. Trad. Víctor Úbeda.

Después del deslumbramiento con El atlas de las nubes confieso haber cogido en préstamo este libro con cierta reserva. Por el texto de la contraportada Una deslumbrante reinvención de los amores prohibidos.

Estamos en 1799, en Deshima, el único lugar donde los extranjeros (y sólo los neerlandeses) podían negociar con el Japón. Allí se entrecuzan las historias de Jabob de Zoet, escribano honesto que espera labrarse una posición y Orito, comadrona japonesa que se ha ganado el privilegio de estudiar con un profesor extranjero.

A pesar del contratítulo aquí no hay amores prohibidos, por suerte para mí y para desgracia de todos los engañados por las falsas publicidades de los libros que son, en mi opinión, pan para hoy y hambre para mañana. La historia es interesante, el lenguaje correcto, pero ¡ay! nada de la magia de aquel atlas. Parece otro autor.

Lo he pasado bien leyéndolo, la documentación es excelente y hay subtramas y personajes sabrosos a montones. En general ha gustado: Mil Otoños de David Mitchell y Mil Otoños, de David Mitchell pero a mí me ha decepcionado, esperaba más. Seguiré intentándolo.

Calificación: Bueno.

Extractos:
—En tiempos antiguos —dice la señorita Aibagawa—, hace mucho, antes de construcción de puentes grandes sobre ríos anchos, viajeros ahogaban a menudo. Gente decía: «Muertos porque dios de río enfadado». Gente no decía: «Muertos porque puentes grandes todavía no inventados». Gente no decía: «Gente muere porque nosotros tenemos demasiada ignorancia». Pero un día, antepasados inteligentes observan telarañas, tejen puentes de enredaderas. O ven árboles, caídos sobre ríos rápidos, y hacen islas de piedras en ríos anchos, y pasan de isla a isla. Construyen esos puentes. Gente ya no ahoga más en mismo río peligroso, o mucha menos gente. Por ahora, ¿mi pobre holandés es comprendido?
—Perfectamente —le asegura Jacob—. Hasta la última palabra.
—Ahora, en Japón, cuando madre, o bebé, o madre y bebé mueren en parto, gente dice: «Ah… muertos porque dioses deciden eso». O: «Muertos porque karma malo». O: «Muertos porque gastan poco dinero en o-mamori, magia del templo». Señor de Zoet comprende, es igual que puente. Razón verdadera de mucha, mucha muerte de ignorancia. Quiero construir puente desde ignorancia —Aibagawa forma un puente con sus dedos ahusados— a conocimiento. Esto —alza con veneración el texto del doctor Smellie— es trozo de puente. Un día yo enseño este conocimiento… construyo escuela… estudiantes que enseñan a otros estudiantes… y en futuro, en Japón, muchas menos madres mueren de ignorancia. —Contempla su ensoñación durante un instante antes de bajar los ojos—. Un plan loco.
—No, no, no. No se me ocurre una aspiración más noble.
—Perdón… —tuerce el gesto—… ¿qué es «respiración noble»?
—Aspiración, señorita: un plan, quiero decir. Un objetivo en la vida.
—Ah… —una mariposa blanca le aterriza en la mano—… un objetivo en la vida.


La lluvia silba como una serpiente sinuosa y los canalones gorgotean. Orito se fija en la vena que late en el cuello de Yayoi. La barriga ansia comida, piensa la comadrona, la lengua agua, el corazón amor y la mente relatos. Son las historias, está convencida de ello, las que hacen tolerable la vida en la Casa de las Hermanas, historias en cualquiera de sus formas: las cartas de los Dones, los cotilleos, los recuerdos y los cuentos chinos como el de la calavera cantarina de Hatsune. Orito piensa en los mitos de los dioses, de Izanami e Izanagi, del Buda y de Jesús, y tal vez de la diosa del monte Shiranui; y se pregunta si no obedecerá todo al mismo principio. La joven se imagina la mente humana como un telar que entreteje las diversas hebras de la fe, la memoria y la narración para formar una sola entidad cuyo nombre es «Ser», y que a veces se denomina a sí misma «intuición».

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