David Halperin. Diario de un investigador de Ovnis.

junio 7, 2016

David Halperin, Diario de un investigador de Ovnis
Minotauro, 2010. 320 páginas.
Tit. Or. JOurnal of a UFO investigator. Trad. Manuel Mata.

Lo recomienda Cesar Mallorquí en la Tormenta, pero para mí ha sido un fiasco.

Para enfrentar la inminente muerte de su madre el protagonista se vuelca en un falso diario en el que le suceden diferentes aventuras investigando ovnis. Los límites entre realidad y ficción se desdibujan. Me recordó -por el tema- a ‘Soy una matagigantes’, pero en peor.

Su lectura se me hizo eterna.

Quería entenderlo, me dijo. ¿Cómo podía un chico brillante como yo arruinar su vida con tonterías sobre los ovnis?
-Así que llevamos quince años de platillos volantes -dijo una vez que respondí a sus preguntas sobre las fechas y las cifras-. Ha habido tres mil o Dios sabe cuántos más avistamientos de esas estúpidas luces que cruzan el cielo. Ni una sola de ellas cayó jamás al suelo. Y ninguna ha dejado una prueba sólida de su presencia jamás…
-Pero no es así -le dije.
-¿Cómo?
-A veces, los ovnis sí han dejado pruebas físicas -le dije.
-¿Ah, sí? ¿Cómo cuándo?
No quería mencionar el ovni que se estrelló en la isla Mauricio en 1947. Casi con toda certeza se trataba de un fraude. Corrían vagos rumores sobre un accidente en algún lugar de Nuevo México, también en 1947, pero nunca había logrado encontrar ningún detalle al respecto. Así que comencé a describir el caso de New Haven, en 1953, cuando una bola de fuego rojo de menos de medio metro de diámetro atravesó un cartel…
-Pilotada por hombrecillos verdes muy pequeñitos. ¿Verdad?
Maldijo y sonrió con malicia. Sus ojos desprendían furia. Continué. Mucha gente en New Haven, le dije, oyó el aterrador ruido hecho por la bola de fuego. Una mujer se asustó tanto que su embarazo se malogró…
-¿Y qué dejó tras de sí esa bola de fuego roja, si se me permite preguntar?
Ya llegaba a esa parte. Dejó algo de metal en el agujero del cartel. Lo analizaron y determinaron que se trataba de cobre con óxido de cobre…
-Cobre y óxido de cobre… Ahora dime una cosa. ¿Por qué cono iba una nave interplanetaria a dejar tras de sí cobre y óxido de cobre?
Intenté decírselo: no sabía por qué era cobre y óxido de cobre. Conocía los hechos, pero no sabía lo que significaban. I .so es lo (|iu’ estaba intentando averiguar, por eso me dedica-l).i .i l.i investigación de ovnis…
-¿POR QUÉ COBRE Y ÓXIDO DE COBRE?
Estaba de pie, con el rostro hinchado de furia, repitiendo a gritos una y otra vez la misma pregunta absurda.
-¡No lo sé! -exclamé-. ¡No soy uno de los pilotos de los ovnis! ¿Qué quieres de mí?
-Quiero… -y entonces se volvió y salió como una furia de la habitación. En el umbral se volvió y me miró con rabia-. Su marido sí que tuvo suerte -siseó. Y se marchó.
Desde su dormitorio, mi madre soltó un nuevo gemido. Había fingido estar dormida durante todo aquello, aunque yo sabía que estaba despierta, tendida rígida sobre su cama, oyéndolo todo. Sabía, al igual que yo, lo que quería decir aquello de «Su marido sí que tuvo suerte.» El marido de la mujer de New Haven que había perdido a su hijo cuando la bola de fuego atravesó el cartel. Si algo así le hubiera sucedido a mi madre, si no hubiera insistido, en contra del criterio de los médicos, en llevar su embarazo hasta el final… ¿cómo habrían sido sus vidas?
¿Seguirían cantando los dos sobre Moonlight Bay, la bahía Luz de luna?
La puerta principal se abrió y se cerró violentamente. Mi madre soltó un nuevo chillido, tan repleto de miseria y terror que me heló el corazón. Siempre había temido aquello, que yo llegara a exasperarlo de tal modo que saliera de allí y no volviera nunca. Esperé a oír cómo arrancaba el coche. Me había olvidado de la nieve. Y posiblemente él también.
Volvió a entrar. Con pasos firmes y tranquilos volvió a mi habitación. Abrió la puerta. Su rostro estaba sombrío, pétreo, justiciero.
-A ver ese grano.
Me había salido aquella mañana en la punta de la nariz. Por absurdo que pueda parecer, esperaba que no se hubiera dado cuenta. Me levanté para que pudiera verlo mejor. Era casi tan alto como él, aunque esto no significaba nada.
-Suivez-moi -dijo mientras me llevaba al baño cogido del hombro. Supongo que puedo considerarme afortunado de que no fuese de la oreja.

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