Darío Jaramillo. Historia de Simona.

noviembre 12, 2012

Darío Jaramillo, Historia de Simona
Pre-textos, 2011. 188 páginas.

Como será la cosa que cuando iba por la mitad del libro me puse a buscar dónde había encontrado la recomendación del libro. Fue en El País y ya dicen bien las de Patrulla de Salvación que no hay que fiarse de los periódicos.

Se cuenta la historia de amor entre el protagonista y Simona, joven él y madura ella. Aunque aparentemente inalcanzable cuando la conoce trabajando de camarero, vivirán un romance tórrido.

No está mal escrito, pero tampoco bien. Los personajes se mueven entre tópicos, y como tales resultan bastante irreales. Literatura amorosa de poco calado, que puede llegar a entretener (aunque no ha sido mi caso) pero no a emocionar. En la tercera parte casi se salva, pero no.

Aquí lo ponen bien: Darío Jaramillo Agudelo: «Historia de Simona» .

Calificación: No me ha gustado. Regulero.

Extracto:
José Hilario decidió no declarar su amor para ser fiel a la estrategia que se había impuesto desde la víspera: la iniciativa es de ella. En frente de la simpleza de la razón de Josehache, Simona tenía ante sí un tema metafísico. Hacía muchos años había decidido bajarse del tren del amor; identificaba amor con compromiso y no quería el amor porque lo último que deseaba era adquirir un compromiso. Tenía un pacto de honor con su esposo y era discreta en sus aventuras. Pero lo que buscaba en sus adulterios era sexo puro, alimentar el cuerpo de su necesidad física de ser poseído, tocado, traspasado. Nada de sentimentalismos, ni de cargas. No quería salir del terreno de su vida, hecha de concesiones, al terreno de la libertad sexual, libre y sin ataduras, y tener que hacer concesiones allí, con un amante a quien consentir, y oírle sus cuitas y reforzarle sus inseguridades, u otro amante al que se vuelve obligatorio tolerarle vicios intolerables por la fuerza de estar ena-
morada. No. Sólo encontrar a alguien, hacer el amor y adiós.
Más allá de esas apariencias, por debajo del propósito de no hablar (José Hilario) o de no amar (Simona), cada uno de los dos, y a su manera cada uno, enfrentaba el hecho evidentísimo e irrefutable de que estaba perdidamente enamorado. Ambos vivían esa armonía perfecta del amor correspondido. Ninguno dudaba de que, a la realidad rugosa de cada día, a la rutina de la familia, por ejemplo, a todas esas realidades mezquinas se superponía una película distinta, construida con coincidencias inexplicables, pronunciada ya casi solo desde una telepatía precisa y que ya no los asombraba. Podía extrañarles que no coincidieran, eso era lo excepcional. Vivían de armonías metafísicas tan precisas, tan inexplicables, que ambos estaban dispuestos a aceptar la teoría del hechizo. Y ninguno de los dos, por ningún motivo, como si fuera un voto, hablaba de amor.
Pasaron ratos de silencio, uno junto al otro, a lo mejor acariciándose sutil y serenamente, a lo mejor apenas quietos, tan cerca que podían oír sus respiraciones, ratos en que no hablaban. Tenían mucho que decirse pero respiraban un aire tan desapresurado, tan librado a la espontánea lentitud de amarse largamente, que aplazaban los comentarios, las preguntas y los recuerdos que se les venían.

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