China Mieville. El rey rata.

marzo 25, 2013

China Mieville, El rey rata
La factoria de ideas, 2008. 314 páginas.
Tit. Or. King rat. Trad. María Xoubanova Vázquez.

De Mieville sólo he escuchado cosas buenas, las reseñas de este libro que he leído por ahí lo ponen bien (El rey rata) e incluso apareció en La tormenta: El rey rata. Personalmente me ha decepcionado un poco, pero valga la disculpa de que es su primera novela.

Versión del flautista de Hamelin en clave oscura, nos presenta a un joven hijo del Rey de las ratas y una humana, lo que lo hace invulnerable a los poderes del flautista. En un Londres subterráneo y a ritmo de jungle el enfrentamiento entre los dos enemigos tiene un final incierto.

La ambientación es excelente, pero la historia me ha parecido bastante floja y sin mucho interés. La calidad es superior a la media de lo habitual en el género, pero me aburrió. Le daré otra oportunidad, pero no puedo recomendarlo.

Calificación: Regular.

Extracto:
Una vez, cuando tenía tres años, Saúl iba sentado a hombros de su padre, de vuelta del parque. Pasaron delante de un grupo de obreros que estaban arreglando la carretera. Saúl enredaba sus manos en el pelo de su padre, se echó hacia delante y observó el cubo burbujeante de alquitrán que su padre le había enseñado: el cubo que se calentaba sobre la furgoneta y el gran palo de metal que utilizaban para removerlo. El olor denso del alquitrán le inundó la nariz; aquella tinaja le recordaba al caldero de la bruja de Hanzel y Gretel y le atrapó el temor repentino de poderse caer en el alquitrán y cocinarse vivo. Se echó entonces hacia atrás, su padre se paró y le preguntó qué le pasaba. Cuando se dio cuenta, bajó de sus hombros a Saúl y le llevó de la mano hasta los obreros, que se habían apoyado en sus palas y mostraban una amplia sonrisa inquisitiva dirigida al inquieto niño. El padre de Saúl se agachó y le susurró palabras de ánimo al oído, así que les preguntó qué era el alquitrán. Los hombres le explicaron cómo lo repartían en finas capas y lo ponían en la carretera. Les mostraron a él y a su padre cómo lo removían mientras su padre lo sostenía. No se cayó. Aún tenía miedo, pero no tanto como antes, y supo por qué su padre quería que supiese lo que era el alquitrán, había sido un valiente.
Una taza de té con leche se coagulaba despacio frente a él. Un guarda con aire de aburrido estaba de pie junto a la puerta de la habitación desnuda. La grabadora que estaba sobre la mesa emitía un ruido
sibilante, metálico y rítmico. Crowley se sentó frente a él, de brazos cruzados, con el rostro impasible. —Habíame de tu padre.
El padre de Saúl se desesperaba de vergüenza cuando su hijo llevaba chicas a casa. Le daba mucha importancia a no parecer distante ni un antiguo y, con un horroroso error de cálculo, intentaba que las invitadas de Saúl se encontrasen a gusto. Le daba pavor decir algo inapropiado. Luchaba por no encerrarse en su habitación. Se quedaba incómodo en el recibidor, con una sonrisa de oreja a oreja impuesta en la cara, con una voz firme y seria mientras preguntaba a las quinceañeras qué tal les iba en el instituto y si les gustaba. Saúl miraba a su padre y deseaba que se fuese. Miraba con furia al suelo mientras su padre charlaba impasible sobre el tiempo o la asignatura de lengua.
—Me han contado que a veces discutíais. ¿ Es cierto ? Habíame de ello.
Cuando tenía 10 años, era por las mañanas cuando mejor se lo pasaba. Su padre se iba temprano a trabajar en el ferrocarril y Saúl tenía media hora para disfrutar él solo en casa. Se paseaba y miraba los títulos de los libros que su padre iba dejando encima de todas partes: libros sobre dinero, política e historia. Su padre siempre prestaba mucha atención a lo que Saúl estudiaba en historia en el colegio, le preguntaba lo que les había contado el profesor. Se echaba hacia adelante en la silla y le decía que no se creyese todo lo que el profesor de historia le contaba. Le daba libros a su hijo, los miraba, se distraía, los volvía a colocar, los ojeaba y murmuraba que quizá aún era demasiado pequeño. Le preguntaba a su hijo su opinión sobre los temas de los que hablaban. Se tomaba las opiniones de Saúl muy en serio. Aveces estas charlas aburrían a Saúl, pero la mayoría de las veces le hacían sentir incómodo por el chorreo repentino de ideas, aunque también le inspiraban.

5 comentarios

  • Mon marzo 25, 2013en11:37 am

    Yo que soy un fan indiscutible con China.
    A esta novela no he querido leerla nunca porque es la recuperación de una novela después de que el escritor hubiera ganado cierto reconocimiento. Pero por lo que dices ya destapa su mejor baza que es el trabajo de ambientación que siempre esta muy cuidado.

    Sin leerla ya me supongo que no es la mejor manera de conocer este escritor. Os recomiendo la ciudad y la ciudad por ejemplo o la estación de la calle perdido.

    En fin, dale otra oportunidad

  • ericz marzo 25, 2013en1:52 pm

    Yo también oí cosas buenas y leí tres largas novelas (esta no), de las cuales recomiendo con cierto fervor La ciudad y la ciudad.

  • JJ marzo 27, 2013en7:40 pm

    China es bastante irregular. Tiene genialidades, cosas medianas y algunas bastante flojas (como Kraken). No estoy demasiado de acuerdo con @ericz sobre «La ciudad y la ciudad». Mientras que la premisa y el desarrollo inicial están bien, no termina de hacerla creíble y, sobre todo y como suele hacer a menudo, abusa de los deus ex machina al final… La reseñé hace unos añitos en Atalaya http://atalaya.blogalia.com/historias/65489

  • ericz marzo 27, 2013en9:24 pm

    Ajá. Me gustó mucho como policial y bastante como fantasía inclasificable. ¿Cuales serían sus novelas geniales?

  • Palimp abril 2, 2013en12:38 pm

    Un autor polémico: razñon de más para leerlo.

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