Blanca Álvarez. La verdadera historia de los cuentos populares.

octubre 10, 2014

Blanca Álvarez, La verdadera historia de los cuentos populares
Morata, 2011. 208 páginas.

Los artículos reunidos en este libro fueron parte de una serie publicada en la revista CLIJ, empezando por el de pulgarcito. Suponen una revisión (es decir, mirada nueva) sobre los cuentos tradicionales. La primera parte analiza 15 cuentos (La llave de oro, Pulgarcito, Piel de asno, La Bella y la Bestia, caperucita roja, Barba Azul, El flautista de Hamelin, La Bella durmiente, Cenicienta, La sirenita, El patito feo, Blancanieves, El soldadito de plomo, Hänsel y Gretel y Los seis cisnes). La segunda nos habla sobre diferentes aspectos generales a los cuentos; héroe y antihéroe, los traidores, los secundarios, etcétera.

Empezaré por los palos; aunque en la portada afirma que esto es un riguroso y bien documentado trabajo, y documentación no le falta, no encontraremos análisis del tipo de Propp. Son más bien reflexiones, no exentas de interés, sobre lo que se esconde detrás de estas narraciones.

Cuando nos ponemos a analizar el significado oculto de un texto corremos el riesgo de la sobreinterpretación, como ya nos avisaba Eco, máxime cuando nos acercamos a historias de la tradición oral muy fijadas en la memoria colectiva. Algo de eso hay, pero muy poco. Por el contrario la autora refleja los paralelismos entre el pasado que nos explican estos cuentos y nuestro presente. Así en Pulgarcito los padres abandonan a sus hijos porque no los pueden alimentar, en nuestros días los niños se venden como esclavos en lugares que pasan necesidad. El rol adjudicado a la mujer, obligada a ser bella y sumisa, o la admiración por el poder son las mismas que en La bella y la bestia.

En esta conexión entre un pasado que, aunque ya desaparecido, sigue hablando de nuestros mismos problemas, es el principal punto fuerte del libro. Ver que, aunque cambiamos, seguimos siendo iguales.

Me ha gustado especialmente el análisis de los dos cuentos de Andersen. En la Sirenita le parece bien que el personaje femenino sea luchador, pague un precio por lo que quiere conseguir y nose deje llevar por el destino, aunque critique lo religioso del final. En El Patito feo, sin embargo, descuartiza a ese patito pedante y clasista que, como alguna vez he comentado por aquí, es un trasunto del autor.

La única reseña que he encontrado: La verdadera historia de los cuentos populares de Blanca Álvarez se limita a parafrasear mínimamente la contraportada.

Calificación: Bueno.

Extractos:

El miedo, ese sagrado vínculo
«Del miedo a morir nació la maestría de narrar», asegura, a propósito de Sherezade, Eduardo Galeano. Se podría añadir que, el miedo nos lleva a los relatos de miedo, porque solo superamos aquello que otro ha logrado superar antes. Incluso se puede añadir que el miedo es un instigador del crecimiento, una búsqueda de la madurez.
¿Por qué los niños, en cierto momento de su crecimiento, necesitan creer, o saber, que bajo su cama hay un monstruo? El miedo acelera los latidos del corazón, pero también genera la suficiente adrenalina hacia nuestro cerebro para que éste busque salidas a la situación. La aventura, todas las aventuras, son un modo de combatir ese miedo infantil que, por suerte, arrastramos los adultos con el propósito de seguir imaginando los mil modos de vencer al monstruo agazapado bajo nuestra cama.
Simbad, Pulgarcito, la Sirenita… inician sus viajes para combatir miedos más o menos reales: al hambre, al desafecto, a la incertidumbre.
Las historias simplemente amables no terminan de llenar las papilas gustativas de unos niños que, como todos y como siempre, siguen persiguiendo a sus propios monstruos personales.


Decía Mme. Le Prince de Beaumont, autora del inmortal e inmoral relato «La Bella y la Bestia»: Mis cuentos siempre tienden a un mismo fin, todos ellos atraen a los niños a su deber, y confío que, a fuerza de repetirles continuamente las mismas verdades, propuestas bajo diferentes aspectos, se irán imprimiendo en ellos de tal suerte que jamás se borren. Como se verá, nada más parecido a un mensaje publicitario, a una bien organizada campaña de propaganda basada en la «repetición de verdades», pocas pero bien definidas, hasta que se fijen en la mente del lector no como una propuesta ajena, sino como un modo propio de entender el mundo y entenderse.
Bella, heroína sin nombre en quien el adjetivo calificativo de su mejor cualidad femenina se convierte en sustantivo, resume en sí misma el paradigma de aquello que ha de ser una mujer para triunfar: bella, dócil y honesta, como se dice textualmente en el cuento; con resignación a prueba de obstáculos y con una infinita paciencia, esa que le dará tener la certeza «contada» de que la bondad se recompensa y que si a ésta se añade, como en su caso, la belleza, tal recompensa podrá llegar incluso a suponer la posibilidad de modificar considerablemente su estatus social.
Este anunciado y prometido cambio de estrato social vendido en los cuentos, se basa en el criterio incuestionable de que las mujeres deben aspirar a personificar la belleza, una determinada belleza cuajada de bondad, virtud y sumisión, mientras los hombres deben aspirar a poseer a las mujeres que la personifiquen. En tal juego queda borrado cualquier atisbo de libertad por el obsesivo deseo de «ser bella» para que otro desee poseer su belleza.


Los argumentos de la gallina dan en la clave de algo que, hasta el momento, podía pasar desapercibido, no solo al lector, sino a todos cuantos han analizado el relato: la discriminación nunca se realiza en una sola dirección: el individuo o colectivo que, en principio la padece, termina por ejercerla en la misma dirección. Y probablemente aquí radique la mayor sabiduría, desapercibida, de este relato sobre el pato incomprendido porque, en realidad era un cisne, ¿lo sabía o simplemente aspiraba a la excelencia de una diferencia por rechazar cuanto se le ofrecía ya que, a sus ojos, resultaba vulgar y por tanto ajeno a la excelencia donde cree merecer instalarse?
Entonces llega el momento de descubrir las auténticas aspiraciones de nuestro protagonista, que nunca fueron ser aceptado y querido por quienes se suponía eran los suyos. Una tarde descubre a una bandada de cisnes: El patito no había visto nunca aves más hermosas: eran deslumbrantemente blancas, con largos cuellos flexibles. Eran cisnes… No sabía cómo se llamaban aquellos pájaros, ni a donde volaban, pero los amaba como jamás había amado a nadie. ¡Se habría alegrado tanto si aquellos pájaros lo hubieran aceptado entre ellos!
Curioso: no lo deslumbran las posibles habilidades, ignora si ponen huevos, o arquean el lomo… ¡Pero son hermosos! Y los ama, como no llegó nunca a amar a mamá pata que lo aceptó como hijo pese a su diferencia. Si el autor hubiera sido consciente del macabro juego de su héroe, el final del relato se encontraría aquí, en el momento en que se queda congelado por no moverse del lugar donde habitaban los hermosos cisnes. Incluso podría poner como remate una moraleja tan propia del momento literario: algo así como «no se dejen deslumhrar por la inútil belleza; traten de valorar aquello que se les ofrece y hagan méritos para ser dignos de la ofrenda».

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