Benito Pérez Galdós. La sombra.

mayo 30, 2012

Benito Pérez Galdós, Obras completas
RBA.

Novela breve que gira alrededor de los celos. El doctor Anselmo se obsesiona con una supuesta infidelidad de su mujer y va perdiendo la razón.

La descripción detallista nos sumerge dentro de la locura del protagonista, y confieso haber sentido una angustia real. Más allá de una descripción de los celos es una novela psicológica adelantada a su tiempo, a la vez que una crítica al la maté porque era mía.

Interesantes apuntes aquí: La sombra

Calificación: Bueno.

Un día, un libro (272/365)

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Extracto:
«Mi boda fue repentina: no habían precedido más relaciones íntimas, furtivas, que enlazan las almas moralmente antes de ser atadas las personas por el nudo religioso y civil. Yo no había sido su novio; y aquello fue más bien cosa concertada por los padres, guiados por la conveniencia, que unión espontánea de dos amantes que se cansan de la vida platónica. Nos casamos no muchos días después de habernos conocido; y de aquí creo yo que provinieron todos mis males. Yo, no obstante, la amé mucho desde que resolví unirme a ella. Pero llegó el día, y no sé por qué, creí ver en su semblante más bien las señales de la resignación que las de la alegría, lo que me contristó sobremanera, y me hizo meditar; mas cuando vino a sospechar si habría hecho mal, ya estaba casado. Esto no impidió que tuviera momentos de felicidad como antes he dicho; pero pasaban rápidamente, dejándome después sumergido en mis meditaciones. ¿Sabe usted cual fue el tema de mi eterno cavilar? Pensaba de continuo en mi esposa, sospechando de su fidelidad para lo futuro; esta idea se clavó con tanta tenacidad en mi cerebro, que no me dejaba reposar. Me ocurrió que debía ser un tirano para ella, encerrarla, evitar todas las ocasiones de que pudiera engañarme: a veces fijaba mis ojos en los suyos, y quería leerle el pensamiento. El asombro con que ella ve a estas cosas mías, precisamente al poco tiempo de casados, no es para referido: por último empezó a tenerme miedo; y a la verdad, yo lo infundía a cualquiera con mi siniestra austeridad y reconcentración. Pugnaba por echar de mí aquella idea; llamaba a la razón; pero esta parecíame a veces más loca que la fantasía, y entre las dos me llevaban al último grado de tormento.
-¿Pero en qué se fundaba usted, hombre de Barrabás, para esa descabellada sospecha? -le pregunté, buscando un rayo de lógica en las cavilaciones del doctor Anselmo.
-En nada positivo por de pronto. Luego verá usted. Ella me tenía miedo: yo lo conocía. Pero esto es inexplicable, usted no puede comprenderlo.
Y en efecto, nada comprendía de semejante jerigonza, de aquellos hechos en que todo era confusión.
-Nada puede usted comprender por ahora, sino después, cuando le explique todo lo que me pasó. Un día estaba ella en esa habitación que he descrito últimamente; hallábase en pie junto al magnífico lienzo de Paris y Elena, de que hablé a usted. -«¡Qué hermosa figura!» -dijo señalando a Paris. -«Sí», repliqué yo mirándola también. Y los dos contemplamos un rato la belleza singular del incomparable mancebo. Después ella se marchó, y yo tras ella…

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