Arturo Arnalte. Tránsfugas, travestis y traidores.

marzo 31, 2012

Arturo Arnalte, Tránsfugas, travestis y traidores
Actis, 2009. 134 páginas.

Fue un libro inesperado, que me llegó de regalo junto a otro, y una sorpresa muy agradable. No suelo hacerlo, pero en este caso la contraportada ilustra muy bien el contenido:

El conde don Julián traicionó a don Rodrigo para vengar una afrenta; Cabeza de Vaca se sometió a los indios de Florida a quienes hubiera querido conquistar; Lope de Aguirre desafió a Felipe II para ser él también el rey, aunque solo fuera de un perdido reino flotante; La Monja Alférez luchó y mató para vivir como el hombre que deseaba ser; Juan Rana creó un personaje afeminado que hizo al Siglo de Oro cómplice de su secreto; Domingo Badía inventó a Alí Bey, su otro yo, para saciar su afán de notoriedad; José María de Murga fabricó al Moro Vizcaíno para huir de una existencia anodina…

Son apuntes biográficos sobre personajes bastante curiosos de nuestra historia. El único defecto de este libro es la brevedad, porque después de leerlo te quedas con ganas de conocer con más detalle la historia de estos outsiders, que se enfrentaron a convenciones sociales, a su pueblo y a las autoridades.

Narrado con gracia y amenidad, se lee en una tarde y deja un buen sabor de boca. Si no pudieran encontrarlo, apunten los nombres arriba citados y busquen información en la red o en otros libros; no se arrepentirán.

Calificación: Bueno.

Un día, un libro (213/365)

Extracto:
De duelo en duelo
Pero Catalina no era hombre hecho para la vida apacible. Un domingo, acude al corral de comedias de la localidad y un español, un tal Reyes, se sienta delante de ella, tapándole parte del escenario. Le pide que le deje ver, y el tipo, chuleándose, le responde «desabridamente» que le deje en paz o le cortará la cara. Catalina aguanta el desplante, de momento. Pero al día siguiente, el tal Reyes pasa frente a su tienda y esta ve la hora de vengar la afrenta. Cierra el tinglado, toma un cuchillo, acude a un barbero para que le pique el filo como a una sierra, se cuelga la espada al cinto y busca a Reyes, al que encuentra frente a la Iglesia. Se aproxima por detrás, cuando está cerca le llama y, cuando este se gira, le corta la cara «con un refilón que le valió diez puntos».
Como el tal Reyes iba acompañado de un amigo, inevitablemente se produce una refriega a espada en la que Catalina atraviesa a este segundo tipo con «una punta, que lo pasó y cayó». Como tantos delincuentes de la época, busca refugio en la iglesia, aunque el corregidor se salta la ley, entra en el recinto sagrado y la saca a rastras hasta la cárcel, donde le pone grillos y cepo. Al saberlo el patrón, recorre las 32 leguas que separan Trujillo de Saña y logra, no su libertad, sino que se haga justicia y se le restituya a la iglesia, de donde había sido arrancada ilegalmente. Por las noches, cuando baja la guardia, escapa del templo y vuelve a casa.
Al estar en una situación de debilidad, necesitada de protección frente a la justicia, la amante del patrón comienza a propasarse y a «acariciarle mucho», hasta la noche en que le dice, creyéndola hombre, que «a pesar del diablo» ha de dormir con ella. No es la única mujer que se encandila con este mocetón imberbe, pero matón. Sin embargo, a Catalina no debió gustarle mucho aquella Beatriz, pues opta por salir del lance pasando a la tienda del mismo amo en Trujillo. El cambio a la localidad cercana no evita que sus enemigos la encuentren y estando en la nueva tienda entra un día un africano del servicio a avisarle de que le buscan dos caballeros, que son Reyes y su amigo. En esta nueva refriega a estocadas, el amigo de Reyes vuelve a caer, pero en esta ocasión para no levantarse. Catalina ha matado a su primer hombre.
Detenida por el corregidor Ordoño de Aguirre, va camino de la cárcel cuando este le pregunta de dónde es y, al descubrir que es «vizcaíno» como él, le dice en euskera que, al pasar frente a la iglesia, se suelte, corra hasta el templo y se acoja a la protección de Dios. Esta maniobra le salvará la vida muchas veces.

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