Antonio Romar y Pablo Mazo Agüero. Aquelarre, Antología del cuento de terror español actual.

diciembre 30, 2011

Salto de página, 2010. 408 páginas.
Antonio Romar y Pablo Mazo Agüero, Aquelarre, Antología del cuento de terror español actual
Pasaje oscuro

Una recopilación bastante irregular de cuentos de terror. Al principio bien, pero antes de la mitad del libro la calidad baja bastante, aunque por suerte se recupera en los últimos cuentos. En general merece la pena -los cuentos buenos son más que los malos y éstos últimos no lo son tanto- pero uno tiene la sensación de que podría haber estado mejor.

Abunda más el terror psicológico que el monstruo y el ambiente sofocante que el susto, lo que para mí está bien. Algunos son realmente desasosegantes. La lista es la siguiente:

Juan José Plans, La mancha
Cristina Fernández Cubas, El ángulo del horror
José María Latorre, Instantáneas
Pilar Pedraza, Mascarilla
Norberto Luis Romero, El banquete del señorito
José Carlos Somoza, La luz de la noche
Ángel Olgoso, El espanto y otros microrrelatos
David Jasso, Carroñeros del miedo
Juan Ramón Biedma, El escombral
David Torres, Palabras para Nadia
Félix J. Palma, Los arácnidos
Care Santos, Círculo Polar Ártico
José María Tamparillas, Cosecha de huesos
Ismael Martínez Biurrun, Medusas
Santiago Eximeno, Huerto de cruces
Lorenzo Luengo, La cotorra de Humboldt
Emilio Bueso, El hombre revenido
Alfredo Álamo, La cirugía del azar
Marian Womack, Nox Una
Alberto López Aroca, La mercancía
Marc R. Soto, Gatomaquia
Miguel Puente, Caries
José Miguel Vilar-Bou, La luz encendida
Matías Candeira, Exploradores

Calificación: En general, bueno.

Un día, un libro (121/365)

Extracto;
—Las gaviotas no atacan a no ser que se las moleste —el médico desgrana frases como ésta para observar mi conducta. Luego informa de que no hace falta ninguna inyección, la herida es superficial y está limpia.
—Ya le digo que le hemos hecho una primera cura en casa. En realidad ha sido mi mujer la que ha insistido en traerlo, por si acaso.
—Ahá —murmura. Pero nada de «han hecho bien» o «siempre es mejor asegurarse».
Su venganza consiste en retenerme con diez minutos de papeleo antes de salir. Mientras relleno líneas punteadas en el mostrador de admisión, Bernabé se pone a jugar con una muchacha que espera sola y no parece en absoluto enferma. Tiene menos de veinte años y me mira con una gran sonrisa cada vez que Bernabé hace alguna tontería.
—Qué encanto de crío —dice cuando por fin me acerco—. Me lo comería.
Y yo me iría a vivir contigo ahora mismo, pienso. Su cuerpo es algo más que un cuerpo hermoso, es una representación de todo lo que no puedo tener. Al salir por las puertas de cristal vuelvo la cabeza una última vez; la chica corre a abrazar a un muchacho que sale de la consulta con una muñeca vendada. Nada grave. Harán el amor en lo que les cueste llegar a su tienda de campaña. Quizá él decida no utilizar preservativo y la deje embarazada, me digo. Y lo deseo de un modo sádico que me revuelve el estómago.
Cuando estoy atando a Bernabé en su silleta del coche, suena el teléfono.
—Estamos volviendo —le digo a mi mujer. Luego cuelgo como si estuviera conduciendo y no pudiera atenderla ni un segundo más.

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