Antonio Beneyto. 10 narradores españoles.

febrero 26, 2012

Antonio Beneyto. 10 narradores españoles
Bruguera, 1977. 224 páginas.

Selección de relatos y fragmentos bastante antigua que incluye los siguientes:

CAMILO JOSÉ CELA
El misterioso asesinato de la rué Blanchard
La eterna canción
FRANCISCO UMBRAL
El candelabro del peluquero
Nada en el domingo
Como el lento crecer de la cutícula
JUAN GOYTISOLO
Señas de identidad
JUAN MARSE
Si te dicen que caí
MANUEL VÁZQUEZ MONTALBAN
Cuestiones marxistas
ROSA CHACEL
Lazo indisoluble
Tres pueblos y tres fuentes
ALVARO CUNQUEIRO
El hugonote de Rio
El gallo de Portugal
ALFONSO SASTRE
Las noches lúgubres
ANA MARÍA MATUTE
Noticia del joven K.
CARLOS EDMUNDO DE ORY
Un «Pontiac» verde en la placita

Muchas ya los había leído. Los relatos que más me han gustado han sido los de Umbral. Incluir fragmentos de novelas no le veo mucho sentido, aunque las de ‘Señas de indentidad’ también me han gustado y los fragmentos de ‘Cuestiones marxistas’ funcionan muy bien solos.

Diría que es difícil de encontrar, pero yo tengo dos ejemplares. Aún así, es preferible leer a los autores por separado, que se pueden encontrar en cualquier biblioteca.

Calificación: Bueno.

Un día, un libro (179/365)

Extracto:
Un cuento es un cuento. Pero lo de las tijeriñas es de verdad, era de verdad. Mamá tenía sus cosas. Después de misa de doce, mientras escuchábamos las campanadas que llamaban a los de misa de una, estábamos en el balcón como en el mismísimo cielo, porque nosotros ya habíamos sido santificados por el cumplimiento dominical y las otras pobres gentes, en cambio, acudían presurosas a la iglesia, como con miedo de llegar tarde para salvarse. Porque ya se sabe que nadie quiere ir ni siquiera al purgatorio, sino derechamente al cielo, que es donde suenan las campanas de la parroquia, donde sonaban en los domingos azules —pero qué azul el de aquellas mañanas, como de cielo ya visto desde dentro— de mi infancia, de mi adolescencia, no sé.
Despacito y buena letra, que el hacer bien las cosas importa más que hacerlas. Ella tenía unas manos ovales —ojivales, hubiera dicho el poeta, pero yo no soy poeta, aunque conozco algunos— y blancas, no monjiles, no, sino casi enérgicas, para hacerse las uñas con las tijerinas, o para escribir cartas con la pluma estilográfica de antes de la guerra que todavía seguía haciendo buena letra después de la guerra —una de las pocas cosas que sobrevivieron y no perdieron el pulso con los tiros—, de modo que todavía hoy, al cabo de los años, puedo resolver algunos papeles y encontrar su hermosa letra muerta, redonda, clara, un poco temblorosa ya hacia el final, en anotaciones, cuentas y documentos familiares, de esos que parecen más importantes, casi pergaminos,
casi títulos nobiliarios, cuando el tiempo les pone inútil y pretenciosamente amarillos.
De vez en cuando, de tarde en tarde, cuando yo me dejaba, ella aprisionaba mis manos oscuras, peleadoras, rasguñadas, guerreras, heridas, y me hacía las uñas, después de un buen lavado. Y allí estaban mis dedos de jugar a las canicas, de disparar el tirador, mis manos gateadas, mis pequeñas garras sucias y recién limpias, entre sus manos blancas, yaciendo, como un murciélago extrañamente acunado por dos palomas. Me cortaba las uñas con las tijerinas. Me las recortaba en forma semicircular, haciendo desaparecer las pequeñas almenas de picachos y mordeduras que las convertían en garras. Pero lo más delicado, lo más de ella, su obra de arte, era el irme recortando el lento crecer de la cutícula. Como el lento crecer de la cutícula; así crece el tiempo, asi crece la vida, así pasan las cosas, sin que se note de un día para otro. Pero el lentox crecer de la cutícula va ahogando, ocultando la hermosa media luna que había debajo, la hermosa media luna del nacimiento de la uña. Ahora, a los niños de la guerra nos hace las uñas una manicura de la Gran Vía, o de la peluquería del barrio, una manicura de esas que llevan la bata pequeña, lo cual las hace un poco hospicianas, pero hospicianas provocativas, llenitas, no sé. Uno se siente más hombre que entonces porque se afeita con maquinilla eléctrica de cabezas flotantes la obstinada barba de cada día, y porque puede o no puede pagar la manicura de la peluquería, que tiene sus chismes y sus palanganitas, y sus estiletes, y sus toallitas y sus tijeras, y sus limas, siempre dispuestos para cuando llega el cliente.

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