Andrés Trapiello. Las Vidas de Miguel de Cervantes.

diciembre 10, 2007

Ediciones Destino, 2005. 370 páginas.

Andrés Trapiello, Las Vidas de Miguel de Cervantes
Por los polvorientos caminos

Si puse a parir Al morir Don Quijote, también de Trapiello ¿no es algo masoca leer este libro? No, porque me lo recomendó mi mujer y me fio.

Poco hay que decir del contenido: una biografía de Miguel de Cervantes. Creo que la escribió para una serie de biografías que se titulaban «Yo, XXX». Siendo un personaje de tanta enjundia literaria puede que haya muchos cervantistas que se lancen al cuello de Trapiello. Con Francisco Rico mantiene una cordial enemistad, e incluso se atreve a enmendarle la plana al erudito en algún que otro aspecto.

Puede que no sea una biografía canónica, pero si no está escrita desde la erudición, sí lo está desde el cariño y el conocimiento. Lo que la convierte en ideal para todos aquellos que como yo queremos aceercarnos a la vida y milagros del famoso escritor, y que no queremos que los datos hagan excesiva sombra. Doy por olvidado Al morir Don Quijote.

Escuchando: Fiesta. Gianna Nannini.


Extracto:[-]

Es verdad que era una ciudad, o mejor, una sociedad, relajada, a pesar de las graves penas y escarnios que recaían tanto sobre quienes cometieran adulterio como contra aquellos que los consintieran. Con todo, abundaban los casos de engaño, rapto y adulterio. «Travesura», llama Cervantes a un rapto, seguido de violación, en La fuerza de la sangre. Tampoco se le culpe de nada: aunque la palabra tenía entonces acepciones nada juguetonas, siempre veremos, además, a Cervantes ponerse del lado más débil, del lado de la ultrajada.

Del clima, o si se prefiere, del color local, da cuenta el siguiente suceso que Astrana Marín, de crónica de la época, copió en su libro: «En enero de 1565 había tenido lugar en Sevilla un castigo feroz, del que se hablaba aún y se habló por mucho tiempo. Un tabernero, llamado Silvestre de Ángulo, probó ante la justicia las faltas de su mujer con un mulato. Presos los culpables, que permanecieron casi dos años en la Cárcel real, y condenados a muerte, la sentencia determinó que los adúlteros, conforme a la ley, se entregaran al esposo para que hiciese con ellos justicia. Levantóse el tablado en la Plaza de San Francisco, junto a la casa de la Audiencia, dos varas sobre el suelo. Sacaron a los reos de la cárcel el día 19, subieron al lugar de la ejecución e hincáronse de rodillas. El verdugo, con la toca que llevaba la mujer en la cabeza, hizo dos partes y cubrióle los ojos. Toda la inmensa plaza hervía de gente. Llegó Silvestre de Ángulo, seguido de algunos frailes de la Orden de San Francisco y de la Compañía de Jesús, y subió al tablado. Ascendieron también los frailes, postráronse de rodillas delante de Silvestre (con un crucifijo el hermano León), y le rogaron que por la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo perdonara a los culpables. El tabernero, ciego de cólera, los rechazó diciendo que había de lavar con sangre su infamia. Fueron inútiles las súplicas. Sacó su cuchillo de una de las botas que calzaba y, por encima de todos, comenzó a herir primero a la mujer y luego al mulato. Harto de darles puñaladas y de regar de sangre el tablado, iba a descender, cuando un ganapán le gritó desde cerca: «¡El mulato se mueve!». Volvió el tabernero con una espada y, con horrible crueldad, sació todavía su furor en los cuerpos inertes de aquellos desgraciados. Entonces, sintiéndose satisfecho de su venganza, dio cara a la muchedumbre, se quitó el sombrero con aire triunfal y lo arrojó por la plaza, exclamando: «¡Cuernos fuera!»».

La escena es magnífica y atroz, y Cervantes la aprovechó en el Persiles. En una sociedad así a la gente no le quedaban más que cinco papeles que hacer: o hacía uno de Silvestre, o de adúltera, o de santa, o de novelista. O de mulato. Sin términos medios. Claro, que no se infiere de ello que para que esta sociedad nuestra volviera a conocer buenos novelistas y unos cuantos santos fuese preciso reinstaurar la pena de muerte en las plazas públicas. Sería decir tanto como que para escribir los Diarios de Ernst Jünger hace falta montar dos guerras mundiales.

Vasco Díaz Tanco compuso en 1552 un li,bro en cuyo título resumía él la diversidad de tipos, fortunas y expectativas humanas de la época: Los seys aventureros de España, y cómo el uno va a las Indias, y el otro a Italia, y el otro a Flandes, y el otro está preso, y el otro anda entre pleitos, y el otro entra en religión. E cómo en España no hay más gentes destas seis personas sobredichas.

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